
Hace poco tenía un debate muy interesante con una amiga. ¿Nacemos empáticos? ¿O puede haber una ausencia absoluta de empatía en algunos seres humanos?
Teníamos claro ambas (y además está avalado por la ciencia) que todos los seres humanos nacemos con la capacidad básica de ser empáticos. De hecho, los estudios sugieren que los bebés, incluso antes de ser capaces de hablar, muestran una capacidad para responder a las emociones de otras personas. Investigaciones como las de Jean Decety, experto en neurociencia social, concluyen que los humanos tienen una predisposición biológica para la empatía, pero que esta debe ser nutrida y desarrollada a lo largo de la vida.
Vale, hasta ahí estábamos de acuerdo.
Pero... ¿Es posible que esa predisposición biológica para ser empáticos no se desarrolle en absoluto? ¿O siempre hay algo de empatía en nuestro ser por el simple hecho de ser humanos?
Mi postura es que sí, que hay algunas personas que, a pesar de tener esa predisposición, nunca tuvieron el entorno adecuado para poder desarrollarla. Y no. No han desarrollado ningún tipo de empatía. Ni hacia otros seres humanos, ni hacia los animales, ni hacia el medio ambiente, ni a nada.
Y esto también está avalado por otros expertos y estudios, que destacan que la empatía no es simplemente una reacción automática, sino una habilidad que crece con las interacciones sociales, las enseñanzas de nuestro entorno y las experiencias emocionales. Simon Baron-Cohen, psicólogo y experto en psicopatía, explica que existen "zonas de cero empatía" en algunas personas, muchas veces derivadas de entornos hostiles o traumas severos que han bloqueado su desarrollo emocional.
Contaba a mi amiga que, si en algún momento tuve dudas de esto, pude descartarlas cuando comencé a trabajar de nuevo con menores que cumplen medidas judiciales.
La mayoría de estos menores y adolescentes tienen esa empatía, unos más desarrollada que otros. Pero es verdad que he tratado con casos de menores que nunca han tenido el espacio, el entorno y la ayuda necesaria para poder desarrollarla de una forma sana. Menores y adolescentes con entornos totalmente disruptivos, insanos, sin límites, sin normas, sin respeto ni cariño entre los miembros de la unidad familiar, sin referentes sanos, y han terminado teniendo el caldo de cultivo perfecto para anestesiar este don.
Y yo, defensora de la bondad humana en esencia, sucumbí a la idea de que, sin el entorno adecuado, la bondad y la empatía no emergen así como así. Se puede, sí, también lo he visto (donde parecía no haber nada empezar a ver frutos), pero es un trabajo arduo y complicado.
Hoy amanecí con la noticia de la trabajadora asesinada a manos de tres menores.
Menores que están cumpliendo una medida judicial y que se sobreentiende que sus entornos y sus vidas no han sido precisamente los más óptimos para ser seres empáticos.
Estamos hablando de menores que han cometido delitos (a veces graves) y que, en muchos casos, han crecido sin referentes de cuidado, sin regulación emocional y sin ningún aprendizaje real sobre las consecuencias de sus actos en los demás.
Pero, por supuesto, aquí hay mucho más que falta de empatía.
Es un problema multifactorial que merece ser estudiado en profundidad.
Podríamos hablar del perfil de los menores que derivan a este tipo de recursos (hogares sin cámaras ni personal de vigilancia), podríamos hablar de los ratios de profesionales, de la escasez de recursos. También podríamos hablar de la ineficacia de las medidas judiciales en los menores (que se presuponen educativas), podríamos indagar en si hay otros problemas añadidos (consumo de estupefacientes, diagnósticos psiquiátricos…) y si están siendo atendidas tanto las necesidades de los menores como del personal que los atiende.
Y, por supuesto, podríamos hablar de las familias. ¿Qué ha pasado en esas familias para que estos adolescentes lleguen a un punto donde la vida de otro ser humano no tenga valor? ¿Qué responsabilidad tienen las familias de los menores en esto? Porque jurídicamente los padres son responsables de sus hijos hasta que éstos cumplan 18 años, así que algo de responsabilidad debe haber.
Pero voy a centrarme en la empatía. Porque es el eje principal sobre el que podemos hacer girar todo lo demás.
Cuando tres menores son capaces de cometer un acto como este, es fácil quedarse en la superficie: la violencia, la delincuencia, la falta de control, la rabia que nos provoca, la injusticia... Pero no podemos quedarnos en la superficie y pedir simplemente justicia y endurecimiento de las penas a los menores. Tenemos que hacer una reflexión profunda sobre la importancia de trabajar conjuntamente por el desarrollo de competencias emocionales básicas.
La empatía no es un lujo o una virtud con la que unos nacen y otros no. Es una competencia social que, si no se desarrolla, deja a la persona sin una de las herramientas básicas para la convivencia. Y convierte este mundo en un lugar inhóspito.
¿Un ser empático sería capaz de hacer daño intencional a otro? ¿Sería capaz de quedarse quieto mientras ve cómo le hacen daño a alguien sin pedir ayuda?
La empatía no aparece sola. Se enseña, se modela, se practica. Y cuando no se prioriza ni se apuesta por el desarrollo de competencias emocionales, el resultado es el que estamos viendo.
Trabajadores que ponen todo de su parte para ayudar a los menores a ser adultos funcionales, pero que reman a contracorriente con un sistema que ni siquiera entiende que el trabajo con los entornos de estos menores no puede ser algo anecdótico y voluntario, sino un imprescindible.
Empecemos por la base, volvamos a lo esencial.
Porque, al final, la empatía no solo es la clave para prevenir actos como este. Es la base para cualquier sociedad que quiera llamarse humana.
Haridian Suárez
Trabajadora Social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)
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