Educación infantil

La silla de pensar

El hecho de que existiera ese respiro evitaba castigos o acciones desproporcionadas. Todo un logro para la época.

Haridian Suárez Vega Miércoles, 05 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura:

La silla de pensar, esa estrategia para que los niños se queden sentaditos y reflexionando sobre lo malo de sus acciones, en realidad fue ideada para los adultos. Sí. Te cuento.

 

En algún momento de la historia reciente, el psiquiatra Arthur Staats comenzó a preocuparse por las cifras alarmantes de malos tratos hacia los niños.

 

Este psiquiatra entendió que había que buscar una solución, una estrategia para revertir estos datos.

 

Demasiada violencia en la crianza, demasiados gritos, demasiados castigos impulsivos.

 

Staats concluyó que la mejor estrategia era que los padres se tomaran un respiro y reflexionaran antes de reaccionar con rabia. Era necesario un momento para calmarse y no descargar su frustración sobre sus hijos.

 

Esa era su idea, simple pero brillante.

 

El problema era cómo lograr que los padres entendieran esta necesidad. No iba a ser tan fácil cambiar viejas creencias y estrategias. La violencia no sólo estaba muy arraigada sino que se entendía como la manera más efectiva de reconducir malos comportamientos. Así que iba a ser complicado poner en práctica su idea.

 

Unas vueltas más tarde, se le enciende la bombilla: hay que venderle a los padres que quienes deben tomarse un respiro y reflexionar son los niños. Y de paso castigarles por lo que sea que hayan hecho.

 

De ahí nace la “silla de pensar”.

 

Pero para que esta estrategia funcionara como había ideado, debían haber algunas reglas (que, aunque disfrazadas de castigo al niño, en realidad estaban pensadas para los padres).

 

1.- El adulto no podía dirigir la palabra al niño (para evitar insultos, humillaciones o avergonzarlo).

 

2.- El niño debía quedarse aislado en la habitación o mirando hacia un rincón (para alejarlo del niño y evitar cualquier agresión física).

 

3.- El niño debía permanecer sentado el tiempo suficiente para reflexionar sobre sus acciones (lo que en realidad le daba tiempo al adulto para calmarse y evitar una reacción desproporcionada).

 

Esa era la intención original de la silla de pensar. Darle a los padres el tiempo suficiente para calmarse y pensar antes de actuar.

 

¿Funcionó? En parte sí.

 

El hecho de que existiera ese respiro evitaba castigos o acciones desproporcionadas. Todo un logro para la época.

 

Pero claro, los adultos somos expertos en esquivar responsabilidades, así que la parte de “pensar y reflexionar”...pues en lugar de hacerlo nosotros, pusimos a los niños a hacerlo.

 

Y así seguimos.

 

Porque nisecuantos años después, en los coles y en muchos hogares se sigue usando la silla de pensar (pero sólo para los niños claro).

 

Se supone que son ellos solitos los que con 3, 4 ,5 o 6 años deben encontrar las herramientas para resolver los conflictos de otra forma. Sin guía del adulto. Ellos solitos, que para eso se les da tiempo para pensar.

 

El adulto no debe pensar nada. No es el responsable de analizar qué estrategias le faltan al niño y dárselas para que la próxima vez tenga un comportamiento más acertado (es ironía claro).

 

El niño debe quedarse en silencio, tranquilizarse por sí mismo y reflexionar sobre su "mal" comportamiento. Tres acciones que, incluso para un adulto, son difíciles de lograr sin ayuda.

 

Piensa en esto: Tu pareja te dice..."¡Vete a tu habitación y piensa en lo que acabas de hacer!"?

 

¿Te imaginas? Suena bastante ridículo.

 

No creo que te pusieras a reflexionar sobre tus errores. Más bien, te llenarías de rabia y resentimiento.

 

Pero lo que resulta de verdad ridículo es suponer que podemos controlar lo que tiene que estar pensando la persona.

 

Pero...espera. Hay más. La evidencia científica ya demostró que los castigos no son educativos, no enseñan nada. Sólo buscan que alguien pague por lo que hizo.

 

¿Cómo es posible entonces que en los centro educativos (y en los hogares) se siga usando la “silla de pensar”?

 

Bueeeeno, no seas tan tikismikis. Pues le cambiamos el nombre y listo. Ahora se llama “la silla de la calma”. ¡Magia! Problema resuelto. Ahora no es un castigo, ahora es pedagogía emocional.

 

Ah vale, osea que ahora además de pensar y buscar soluciones ellos solitos, también tienen que aprender a autorregularse sin ayuda.

 

Pues sí que vamos bien.

 

Pedirle a un niño de tres, cuatro o incluso seis años que reflexione sobre sus actos es pedirle algo que a todas luces está fuera de su capacidad. No tienen las herramientas para hacerlo. Su cerebro está aún en construcción, su autocontrol es limitado, y su capacidad de análisis moral es más bien primitiva. Así que lo único que realmente ocurre en esa silla es que el niño se siente rechazado, confundido y avergonzado.

 

No está aprendiendo a gestionar mejor sus emociones, está aprendiendo que cuando no se comporta como los demás esperan, lo aíslan.

 

Reflexionar, aprender, o pensar sobre nuestros propios actos es un proceso que no es propio de un niño en su primera infancia (0-7 años). Ayudar a nuestros niños a tranquilizarse, acompañarlos durante esos momentos de crisis o desborde emocional es clave.

 

Afortunadamente, en los últimos años, las corrientes de crianza respetuosa van en esta línea (la de acompañar y enseñar).

 

Una de las herramientas que nos brinda la Disciplina Positiva es el “Tiempo Fuera Positivo”. Esta herramienta está diseñada para alentar a los niños y enseñarles autocontrol y autodisciplina.

 

Es respetuosa porque los niños participan en el proceso: ayudan a crear un espacio donde puedan encontrar calma y equilibrio. No es un castigo, sino una estrategia de autorregulación. Puede incluir un rincón con elementos que los ayuden a relajarse, como música, cuentos o juguetes sensoriales. Y lo más importante: el adulto sigue estando cerca.

 

El "Tiempo Fuera Positivo" enseña que el cerebro no funciona bien cuando está alterado. Los niños aprenden a tomarse un tiempo para calmarse hasta que puedan gestionar sus emociones de manera más efectiva.

 

Y es el adulto quien le acompaña en ese aprendizaje.

 

Contándoles esta historia sólo quería invitar a reflexionar sobre la necesidad de asumir nuestras responsabilidades como adultos y ser verdaderas guías para nuestros hijos, no solo en la gestión de sus emociones, sino también en el desarrollo de sus habilidades para enfrentar los desafíos de manera positiva.

 

La "silla de pensar", la “silla de la calma” y el "tiempo fuera positivo" son solo herramientas (unas mucho más acertadas y respetuosas que otras), pero el cambio real comienza cuando los adultos asumimos la responsabilidad de reflexionar primero, de modelar el autocontrol y de enseñar a nuestros hijos a autorregularse con empatía y comprensión.

 

No es el niño quien debe aprender a solucionar todo por sí mismo, sino que el adulto está ahí para acompañarlo, ofrecerle estrategias y ser un ejemplo de autorregulación.

 

Porque no solo somos sus padres y madres, somos sus entrenadores de vida.

 

Haridian Suárez

Trabajadora social. Educadora de Disciplina Positiva. (@criarconemocion)

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