La sustancia, alegoría del envejecimiento del cuerpo femenino

Josefa Molina

[Img #10531]No sé si han tenido la oportunidad de visionar la última película de la actriz norteamericana Demi Moore, La sustancia, un filme que está ahora mismo en las principales plataformas digitales.

 

La película está dirigida por la directora francesa Coralie Fargeat, habitual de los festivales de cine fantástico como el de Sitges y el de Bucheon, en los que ha ganado diversos reconocimientos por su obra cinematográfica, entre otras películas con su primer largometraje Revenge, en el año 2017. Con su segunda película, The Substance​, se hizo con el premio a mejor guion en el Festival de Cannes de 2024.

 

Al ver la película, no me extrañó descubrir que su directora, escritora y productora fuera una mujer, dado la temática de la que trata la cinta y sobre todo, el punto de vista utilizado para narrar la misma. La sustancia está pensada y diseñada como solo una mujer es capaz de hacerlo.

 

Y es La sustancia aborda, desde el género del terror fantástico, uno de los temas más debatidos y denunciados en los últimos tiempos dentro de la industria del cine: el envejecimiento de las actrices y cómo ese proceso tan natural, acaba excluyándolas de la producción cinematográfica que solo buscan mujeres jóvenes y atractivas que ‘den bien en cámara’. El mundo no quiere ver a señoras de pelo cano, con tetas caídas y arrugas en la papada al otro lado de la pantalla. No hay películas para viejas.

 

A nadie le gusta envejecer, con todo lo que eso conlleva, pero hay que asumir este proceso con toda la naturalidad que la vida nos ofrece. Sin embargo, mientras envejecer puede resultar incluso atractivo para los varones, para las mujeres supone con frecuencia un calvario. No por ellas, sino por cómo se estigmatiza el proceso en ellas. Ambos sexos envejecen pero cómo se percibe socialmente y culturalmente a la mujer y al hombre que envejece, eso, amigas y amigos, es muy diferente.

 

Los anuncios de los productos de tratamiento corporal y facial, las famosas cremas antiarrugas, están dirigidas específicamente a las mujeres. Las clínicas de belleza también, si exceptuamos, claro está, la implatación de cabello para los hombres que sufren alopecia y no quieren verse con el cráneo descubierto de bello. No es extraño encontrar a varones que viajan hasta Estambul sin apenas pelos o totalmente calvos y regresan con una exhuberante melena.

 

A todas y todos nos gusta gustar pero la sociedad castiga más a las mujeres que deciden no seguir los cánones que la industria y la sociedad marcan para las féminas. Es la tiranía del canon de belleza actual que repudia a las gordas, a las feas, a las viejas y a las no tengan rasgos occidentales. Un canon que rechaza todo cuerpo que no se ajuste a los estándares estéticos que responden a ideas sexistas, gordofóbicas, gerontofóbicas y racistas.

 

Porque existe una violencia social y cultural que se ejerce directamente sobre las mujeres desde que son apenas niñas. En muchos países de Hispanoamérica, se ha convertido en clásico que las niñas pidan una operación de aumento de pechos como regalo de su fiesta de quince años. El paso de la infancia a la adultez marcado por la posesión de unos implantes mamarios.

 

La protagonista de La sustancia, Elisabeth Sparkle, interpretada por una sublime Demi Moore, es una mujer bella que ha logrado un éxito considerable cosechando elevados grados de audiencia en un canal de televisión al liderar un programa dedicado al culto del cuerpo y al fitness, consiguiendo incluso una estrella en el paseo de la fama de Hollyvwood. Pero el mismo día que cumple 50 años, su productor decide que el programa necesita carne joven para no perder audiencia. A ella, que lo escucha tras la puerta del baño de hombres, se le cae el alma al suelo.

 

A la diva de la gimnasia le han salido arrugas. A los ojos de la industria, se ha convertido en una mujer de carnes flácidas, de culo fofo y pechos caídos. Es una mujer de cuerpo ‘desechable’ y como tal, merecedora del despido inmediato de la cadena de televisión sin ningún tipo de consideración por parte del productor del canal, un personaje misógino, repulsivo y sin empatía, interpretado magistralmente por Dennis Quaid. Por cierto, el personaje de Quaid recibe el nombre de Harvey, una clara alusión a Harvey Weinstein, el exproductor de cine estadounidense acusado en 2017 y poseriormente condenado por abusos sexuales por varias mujeres, entre ellas la actriz Ashley Judd. De estas denuncias surgió el movimiento "Me Too", que desencadenó una ola planetaria de apoyo a las mujeres que han sido y son víctimas de abuso y acoso sexual.

 

La trama de la película se centra en la relación simbiótica que se establece entre los dos cuerpos, el de Elisabeth y su otro yo, Sue, una mujer bella, joven y extramadamente sexy que surge de la espina dorsal de la protagonista tras ingerir la sustancia que tiene el poder de generar una réplica de la mujer, eso sí, ‘más joven, más hermosa, más perfecta’. Así nace Sue quien rápidamente se hace con el papel de Elisabeth en la cadena de televisión al frente de un programa donde el ejercicio físico se convierte en casi pornográfico para gran satisfacción del productor y de la audiencia.

 

El hecho de que la versión joven de la protagonista surja de la columna vertebral de la protagonista nos habla de la relación de necesidad entre ambas mujeres: ambas son la misma, por eso se necesitan hasta tal punto que terminan odiándose. De un cuerpo ‘en decadencia’ a ojos del mundo del espectáculo nace un cuerpo hermoso, joven y vigoroso, que encandila a los hombres.

 

Sin embargo, este nacimiento no es gratis y, frente a una mujer adulta que busca continuar siendo admirada y deseada surge una mujer joven que es admirada y deseada solo por su cuerpo joven y bello. Donde solo había una, hay dos mujeres que se enfrentan en dos cuerpos diferentes pero con una misma esencia, el líquido de su columna vertebral. El conflicto surge cuando se transgreden los límites y la versión joven comienza a extraer líquido de su yo adulto lo que hace que este se transforme cada vez más en un monstruo jorobado y repugnante lleno de rencor y rabia. Como la figura mitológica Hidra de Lerna, la temible serpiente de varias cabezas a la que venció Hércules, hijo del dios Zeus, Elisabeth, nuestra protagonista, se convierte en una amasijo informe, un monstruo que causa terror y del que todos huyen despavoridos. Encontramos en La sustancia un profunda reflexión en torno al cuerpo de la mujer, más allá del punto más evidente que es el envejecimiento del cuerpo femenino y su abuso descomunal por parte de la industria del espectáculo.

 

El cuerpo de las mujeres siempre ha sido objeto de uso que se ve terriblemente amplificado en cualquier conflicto bélico, en los que las mujeres son violadas, abusadas y asesinadas de forma sistemática. Hace apenas unos pocos días conocíamos con horror que 165 prisioneras fueron primero violadas y luego quemadas vivas durante una fuga masiva de una cárcel en Goma, en la República Democrática del Congo. En este mismo país, en septiembre de 2024, otras 200 mujeres reclusas de la prisión de Makala, también fueron violadas por prisioneros varones en otro intento de fuga de la prisión.

 

En cualquier conflicto bélico el cuerpo de las mujeres es utilizado como arma de guerra. Ha pasado en la edad media, en cualquier proceso de colonización, en la guerra civil española, en el conflicto de los Balcanes, en las guerras mundiales, en Ucrania, como está pasando en estos momentos en el conflicto en Gaza entre Israel y Hamás.

 

Y como pasa también en cualquier sociedad sin tensión bélica porque aquí y ahora, en nuestra misma sociedad, en nuestro pueblo, en nuestras calles, en nuestro mismo edificio, el cuerpo femenino está siendo objeto de abuso sexual, de tráfico de personas, de prostitución, de pornografía o siendo utilizado por aquellos que defienden el embarazo subrogado o vientres de alquiler, donde además son las mujeres racializadas y en situación de vulnerabilidad social y económica, sus principales víctimas.

 

Como producto artístico cinematográfico, La sustancia bebe de los libros y cintas del género de terror. Son claras las alusiones a la película El resplandor, dirigida por Stanley Kubrick, y Carrie, en la que existe toda una alusión a la sangre menstrual como un elemento de vergüenza y tabú que debe de ocultar la mujer. Ambas películas están basadas en las novelas homónimas del autor de terror estadounidense Stephen King. Pero también alude al mítico escritor de la literatura fantática y de terror cósmico, H.P. Lovecraft con la creación de un personaje final amorfo y terrorífico.

 

Por otro lado, el baño incólume de azulejos perfectamente blancos en el que las protagonistas construyen su refugio para alternarse durante los siete días en los que cada cuerpo debe ocultarse del mundo para seguir existiendo, nos recuerda al escenario blanco e higiénico de 2001: Una Odisea en el espacio, también dirigida por Stanley Kubrick.

 

En definitiva, La sustancia es una cinta que va mucho más allá del género del terror corporal. Es una película de denuncia y crítica social que nos invita a reflexionar en torno al uso y abuso del cuerpo de las mujeres dentro la industria del espectáculo y por parte de la cultura patriarcal y misógina que solo valora a las féminas por su físico y bajo unos criterios de canon de belleza tiránicos que pueden resultar de lo más peligrosos y dañinos para las niñas y las mujeres.

 

Les convido a que visionen la película y comprueben por sí mismos de los que les hablo. Eso sí, deben de tener estómago para aguantar determinadas escenas. Advertidos quedan.

 

Josefa Molina

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