Leer. Juan FERRERA GIL*Leer nos mantiene en dos mundos al mismo tiempo: en el real y en el de la ficción. Claro que para que la lectura sea completa cualquier lugar siempre es el mejor y el único. Me imagino que cada uno de ustedes, desconocidos lectores, tienen, y disfrutan, de su lugar preferido. Gracias a él, la imaginación se dispara, quiero decir “nuestra imaginación”, porque la que el libro nos regala viene de otra imaginación que, probablemente, también hacemos nuestra. Es lo que tiene la lectura. Que nos podemos convertir en quien nos dé la gana. O marcar distancias.
**Dice el poeta que “se hace camino al andar”. Claro que si ese camino estuviera cubierto de libros aún sería mejor. Y si al camino añadimos unos árboles que proyectaran sombras y aire fresco en las páginas abiertas a la cálida y recurrente lectura, podría ser algo así como el edén perdido: ese paisaje de la infancia que se nos cuela en las sugerentes palabras, que siempre son capaces de transportarnos a los mares del Sur. Se activa la imaginación en cuanto cogemos el libro. Y al abrirlo descubrimos que la vida es una y variada y que las combinaciones son tantas que superan a las potentes máquinas de los “grandes hermanos” que nos quieren atrapar. Pero no comparemos los libros con los intrépidos algoritmos. Los libros son otra cosa porque los lectores se han convertido en una especie casi casi en fase de pre-extinción; aunque yo creo que no. Pasará mucho tiempo antes de que el último lector sucumba en el olvido. Al tiempo.
***El rincón de leer se encuentra en cualquier lugar. Incluso en nuestra imaginación. En esta ocasión me refiero al Parque de San Juan en Arucas. Por las mañanas, mientras los chiquillos están en los colegios, es un remanso de paz solo interrumpido por un fugaz claxon cercano. Solo los turistas tempraneros se acercan a él, pero por poco tiempo. Luego los lugareños lo convierten en camino de paso en todos los sentidos. Y yo, sentado en ese banco hoy solitario, veo pasar la historia que se encierra en unas páginas y creo adivinar en los transeúntes que pasan a personajes nuevos que bullen en mi imaginación transportada. Hasta que vuelvo a la realidad del libro.
****Leer en el parque, donde el tibio sol de la mañana de domingo primaveral, es un lugar casi perfecto. La lectora no percibe el ruido exterior de la chiquillería y muy de tarde en tarde levanta la vista del papel. Está leyendo “Patria”, de Aramburu, y se le nota que la historia la tiene atrapada. Por eso apenas percibe lo que sucede a su alrededor. Como debe ser. Leer en el parque es una suerte. Luego, en la terraza cercana dará cuenta de su acostumbrado cortado mañanero; por la tarde le hace daño. Caminará un rato hasta su casa, despacio, aunque esté un poco lejos. “Ya voy corriendo el resto de la semana”. En el camino de regreso, la novela bulle en su cabeza y se pregunta qué pasará a continuación. Sin embargo, no precipita su lectura: como le gusta mucho, lee despacio. Así sobrevive al ruido exterior.
(Del inédito libro “Las Rendijas de la Vida (II)”)
Juan FERRERA GIL
































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