Malos tiempos para la conversadera
Conversar dícese de Hablar con otra u otras persona: charlar, platicar, departir, dialogar, parlamentar, tertuliar, palabrear, prosear.
¿Quién no recuerda los antiguos mentideros existentes en cada pueblo en los que se reunían varias personas para hablar de una cosa o de otra? ‘A echar la tarde’ explicaban cuando se les inquiría sobre qué hacían sentados en un banco durante toda la tarde.
Ya apenas quedan esos espacios, exceptos los dos o tres que conforman grupos de hombres de edad que están ‘echando la tarde’.
Hemos cambiado las frases por palabras cortas, re-hechas, re-escritas, re-enviadas, utilizando las redes sociales como whastApp, para comunicarnos. A veces, ni utilizamos palabras sino que las sustituímos por los populares emoticonos y gifs que de forma masiva se han apoderado de la expresión de nuestros sentimientos convirtiéndolos en una imagen que brinca de alegría, aplaude emocionada, llora desconsolada o manda besitos amorosos.
¡Pero si ya hasta nos molesta que nos llamen por teléfono! Y si no, pruebe a llamar a un amigo o mejor aún a tu vástago adolescente y verás a dónde te manda. Eso, precisamente ahí.
La fugacidad de la vida moderna, nuestro ir y venir sin tino o con tino pero siempre con mucha prisa hace que resolvamos todo con un rápido mensaje de voz, un dedo hacia arriba o una carita sorprendida. Claro que todo esta rapidez vital, este no pararnos, tiene consecuencias, algunas muy preocupantes como la creciente incapacidad que cada vez sufren más personas, sobre todo las más jóvenes, de narrar y describrir qué es eso que están siento o pensando.
Es lo que tan certeramente explican la escritora y psicóloga Lola López Mondéjar en su ensayo ‘Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad’ (Anagrama 2024) o el periodista y escritor Rubén Amón, conductor del programa de radio La Cultureta, en su ensayo ‘Tenemos que hablar’ (Espasa, 2024).
Nuestra capacidad conversadora se está atrofiando. Eso de invertir un rato de nuestras ajetreadas vidas a charlar sin más, no está de moda. Es más, se considera una pérdida de tiempo, un sinsentido en tiempos de la hiperconexión. ¿Para qué invertir mi tiempo conversando contigo que estás aquí a mi lado, si puedo hacerlo con varias personas a la vez a miles de kilómetros de distancia?
El no hablar hace que muchas personas, mayores y no tan mayores, vivan su existencia con una sensación de profunda soledad. Por eso, no es extraño que las personas adultas vayan al médico sin que les duela nada físicamente hablando. A veces, se trata más bien de la urgente necesidad humana de sentir el contacto y atención de otra persona, de que alguien que nos escuche, aunque sea durante los cinco minutos de una consulta médica.
Como tampoco es extraño que cada vez más población joven, que han hecho de los móviles una prolongación de sus brazos, no sepan explicar qué les pasa, sean incapaces de describir con palabras qué les angustia, qué les preocupan y se sientan cada vez más solos y aislados en un momento histórico de la humanidad en el que estamos más conectados e hiperinformados que nunca. Tanto que no nos escuchamos, tanto que no nos atendemos ni mucho menos conversamos.
El arte de la conversación está en declive. Podrían pensar que estoy exagerando pero ¿quién no ha sido testigo de la escena de un grupo de chicos y chicas sentados en un banco de un parque cualquiera cada uno con un iphone en la mano chateando con otras personas? ¿O de toda una familia sentada en la mesa en un restaurante cuyos miembros están ‘charlando’ con otras personas vía móvil o repasando sus redes sociales, en vez de charlando entre ellas?
¿Es que acaso ya no tenemos nada de decirnos? ¿Ya no tenemos nada de qué hablar? No lo creo. Lo que nos pasa es que conversar exige atención y escucha, compromiso e interacción. En una sociedad líquida como la nuestra, donde la consistencia y el compromiso han dejado de ser virtudes a practicar, dedicar tiempo a otras personas, nos da pereza.
Claro que no tampoco se trata de hablar sin más. De divagar sobre que poco llueve o qué calor hace cuando subimos a un ascensor o sobre lo loco que está el mundo cuando visitamos a unos familiares. Se trata de generar una conversación de calidad. Una de esas que te reconfortan y te llenan. De esas que te hacen sentir parte de una tribu. Pero, claro, eso exige, insisto, escucha, interacción y tiempo.
Conversar con un punto de calidad requiere de ciertos requisitos. ¿Cuáles? Primero e imprescindible: móviles fuera. Dedica toda la atención a tu interlocutor porque es eso: tu interlocutor, la persona con la que hablas, conversas, platicas y de la que recibes/esperas una respuesta.
Segundo, escucha con atención. Sé escuchante, no oyente. Escucha para comprobar cuál es el mensaje, asiente con la cabeza, apoya el diálogo, mira a los ojos. El lenguaje no verbal es fundamental para crear una conexión con la persona con la que conversas.
Tercero, responde aportando ideas; si puedes ayudar con un consejo, con una reflexión, con una idea nueva, hazlo.
Cuarto, si no puedes aportar una idea, solo apoya, reconforta. A veces, lo que necesita la otra persona es simplemente ser escuchada. A veces es simplemente ofrecer un abrazo, acariciar levemente la mano, acompañar, sin que la llegada de una notificación a tu móvil te distraiga y ese ‘estar sin más’ pase, de nuevo, a segundo plano.
Y quinto, acepta las reflexiones y el intercambio de pareceres con la persona con la que conversas. Argumenta y aporta opiniones fundamentadas. No se trata de zanjar el diálogo con un ‘mi opinión es esta y es la que vale’.
Conversar es compartir ideas y estar, sobre todo, dispuesto a cambiar de opinión. Y ese es el esfuerzo: cambiar de opinión, porque en un mundo tan intransigente como el nuestro donde cada uno se alinea con los que piensan igual; donde existe, potenciado por los famosos algoritmos y los grupúsculos radicales, un pensamiento único, es decir, el mío y el de los que piensan como yo, reflexionar y pensar cómo podrían pensar otras personas que probablemente cuenten con la razón argumental, no entra entre los criterios de ese pensamiento único e invariable.
Conversar con calidad implica estar dispuestos a cambiar de opinión, a admitir que tal vez no estabas en lo correcto. Y eso, señoras y señores, ‘atenta’ contra nuestro orgullo porque hoy cualquiera se cree en posesión de la verdad sin ni siquiera saber en qué consiste realmente esa verdad; cualquiera cuestiona a científicos, a médicos, a periodistas, a juristas, a economistas, … a cualquier persona que está formada y conocer de lo que está hablando, mucho más que el mequetrefe de turno que se oculta tras el anonimato de las redes para eregirse en el ‘dios de la verdad absoluta’.
Así nos pasa que cada vez tenemos a más iletrados psicópatas ocupando cargos de responsabilidad y gobernando países porque han sido votados por otros tan iletrados como ellos.
Así que, por favor, leamos un poco más, utilicemos las bibliotecas, trabajemos nuestra capacidad para argumentar con fundamento. Dejemos los móviles y las redes por un rato y conversemos.Tal vez así descubramos que todo lo que necesitamos lo tenemos al lado. La amistad y el amor, incluidos.
Josefa Molina





























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