Biblioteca Municipal de Arucas. Juan FERRERA GILLa Biblioteca Municipal de Arucas es tan necesaria como “el aire que respiramos trece veces por minuto”, en palabras del poeta que ansiaba y soñaba, queremos imaginar, con la eternidad literaria.
Es actualmente un espacio renovado y tiene y mantiene la valentía que los usuarios guardan al estar ubicada en un lugar fantástico: lo que fue el desaparecido Cine Díaz, donde la vida en color, tan llena de personajes y aventuras, servía para dar rienda suelta a la imaginación y, de paso, superar la mediocridad de aquel tiempo franquista tan lleno de prohibiciones morales. Tienen en común, el viejo Cine y la actual Biblioteca, el carácter rectangular de la vida. No solo es un espacio libre de humos y de inesperadas sorpresas, sino donde la libertad creadora, gracias a un excelente grupo de trabajadores, encuentra su acomodo: leer siempre es una opción y más en estos tiempos tan revueltos y raros que nos han tocado en suerte.
Desde la vieja Casa de la Cultura, donde empezó a caminar, ha sabido adaptarse a las circunstancias de cada momento. Y ahí sigue, como si aguantara en este siglo XXI el embate de la tecnología, tan desmedida que quisiera empequeñecer a los seres humanos y convertirlos en títeres. Pero sus beneficiarios no están por la labor. Consideran, con acierto claro, que su libertad es lo primero y no se dejarán engañar por modas y nuevas costumbres que, si bien hay de todo, proliferan las reducciones de pensamiento crítico y jibarizado. Y eso no puede ser.
Por eso se mantiene la Biblioteca de Arucas impertérrita, con clara fe berroqueña, como anunciando su noble, caballeresca y callada presencia. Al pasar por delante, siempre la mirada se proyecta hacia el interior, donde un mostrador y una pequeña sala de exposiciones, pequeña sí, pero grande en su variada oferta, dan la bienvenida al paseante. Luego, los colores se adueñan de la luz interior, que vienen a ser como el anuncio de los libros que guarda y protege. Libros que gracias a sus distintos Clubes de Lectura adquieren la forma de crítica constante en la que el pensamiento libre se convierte en una especie de realidad juiciosa que no cesa, que no tiene límites y que ni siquiera trata de imponerse. Es la Biblioteca de Arucas no solo un remanso de paz y un agradable lugar de encuentro, sino que sus moradores viven otras vidas, transitan por adversos caminos y donde el mar Tirreno se ofusca en embravecidas olas. La Biblioteca de Arucas conecta no solo con la Historia, sino que encuentra el camino casi perfecto por el que ir avanzando en el que cada sendero es una orilla abierta y diáfana que sirve para avanzar.
Todas las Bibliotecas se parecen. Eso sí: cada una en su estilo y posibilidades. Por eso la de Arucas se escribe con A de Alejandría (sí, ya sé que es una hipérbole; sin embargo, su figura y disposición se comportan como la de aquellos tiempos remotos) donde lo mítico adquiere su renovada estimación ante la atenta mirada de lectores empedernidos, silenciosos y atentos que, cabizbajos y concentrados, se reúnen cada día en el lugar.
El viaje continúa.
Y nos agrada que en su hall sigan presentes los distintos asientos que cobijan a los lectores de la prensa escrita, reclamo constante para un determinado tipo de leyente, antes de que ésta desaparezca: siempre habrá gente que prefiera el papel a cualquier pantalla sofisticada y coloreada: la tertulia silenciosa. Así que cuando se utiliza la mitad de ese espacio, nos resulta chocante y no precisamente por lo que allí se expone: consideramos que en su estrechez todo se difumina mucho más y lo expuesto queda disminuido. Y nada parece adquirir el verdadero y real significado: es necesario dignificar las distintas propuestas. Y, en ocasiones, el espacio dedicado sirve para resaltar más o menos una idea. En cualquier caso, las iniciativas son honrosas, faltaría más, y promueven la diversificación: otra invitación que la Biblioteca de Arucas parece tener muy clara. Y eso está bien: no hay que dejar pasar las oportunidades creativas. Nunca. En ella nos va la vida. Y, aunque esté llena de libros, acaso sea la mejor manera de soportar la existencia.
Ahora se avecinan tiempos raros y convulsos. Y no es de extrañar que los libros, las bibliotecas y bibliotecarios soporten presiones políticas sobre determinadas actuaciones. Que la Historia se repite es una constante que gira siempre sobre sí misma para volver. No sé si ahora pasará lo que sucedió en otras épocas, pero sí nos atrevemos a mantener que vienen malos tiempos para la lírica, el criterio y el pensamiento libre.
Irene Vallejo, siempre tan capaz y omnipresente, sostiene que hay “una serie de ángeles invisibles que se asoman por encima de los lectores para ver lo que leen”. Es lo mismo que sentimos cuando vemos a alguien leyendo: ansiamos saber a qué dedica su tiempo lector. Y eso, por sí mismo, es algo que no nos perturba, sino que nos alegra y nos precipita ante un ejército de lectores que, aunque desconocidos, son tan necesarios e imprescindibles como “el aire que respiramos trece veces por minuto”.
Creo que ya lo había dicho antes.
Juan FERRERA GIL































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