PROCESIÓN DEL DÍA DEL PINO (8-9-1987)El Excelentísimo Cabildo Insular de Gran Canaria, presidido por Federico Díaz Bertrana organizó en julio de aquel año una reunión con los alcaldes de los municipios grancanarios, en la que les explicó parte de las actuaciones que se iban a llevar a cabo en recuerdo de tal efeméride: la Escuela de Hostelería, para* que pudieran los alcaldes comprobar la realidad de su funcionamiento y sus grandes posibilidades; el “poblado canario” que diseñado por Santiago Santana ya se estaba levantando junto a la Escuela de Capacitación Agrícola, con ermita, escenario para conciertos y exhibiciones folclóricas, terrero de lucha canaria y 21 stands dedicados respectivamente a los municipios de la isla
El presidente explicó asimismo lo que sería una gigante maqueta denominada “Gran Canaria en el año 2000” que sería inaugurada el 18 de julio de aquel año. Con nueve metros de diámetro representaría toda la isla, alrededor de la que discurriría un caudal de agua y se expondrían planos y proyectos que servirían de fundamento para dirigir el desarrollo hacia el inicio del siglo XXI; un avance de lo que, bajo la dirección del Cabildo, sería el futuro de la isla con todos sus problemas hidráulicos, urbanísticos y de suministro eléctrico resueltos.
Y, al final de la reunión del presidente con los alcaldes, anunció que para visualizar el cincuentenario con un símbolo que emocionara al pueblo grancanario; el Cabildo regalaría “en ofrenda de devota fílialidad a Nuestra Señora del Pino, un manto blanco-azul” recordando el que había donado anteriormente el antecesor en la presidencia Matías Vega Guerra; por entonces Gobernador Civil de Barcelona. Quizá, visto desde la distancia aparezca tal decisión un poco simple, pero las cosas no deben sacarse de sus contextos, y el Cabildo de principios de los sesenta tenía en Teror, la Virgen y sus fiestas anuales un empeño muy significativo.
Por ello, el manto no fue más que un gesto para representar la unión de toda la isla con su Patrona.
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El manto fue encargado al Císter de Breña Alta; convento fundado el 27 de mayo de 1946 con 12 monjas que partieron del Císter terorense y con la denominación de la Santísima Trinidad, que era la advocación del oratorio privado de la casa de la finca donada para tal fin unos años antes por María de los Dolores Van de Walle y Fierro, Marquesa de Guisla Ghiselín, viuda de Pedro Miguel de Sotomayor y Pinto; para tal como en su momento expuso el que fuera Cronista Oficial de Santa Cruz de La Palma Jaime Pérez García manifestar “sus deseos de erigir un monasterio en la casa solariega de su finca denominada “La Gloria”, en Breña Alta, que había pertenecido a sus antepasados los Fierro, y al propio tiempo profesar en el mismo para llevar una vida retirada del mundo” .
El manto en el que se estuvo trabajando con licencia del obispo de la diócesis nivariense en duras jornadas partidas, durante dos años con luz durante la noche y embadurnando con velas el duro hilo de oro para facilitar el bordado, tal como me comentara en 1996 una de las monjas que lo realizó.
Todo el material se enviaba periódicamente a La Palma desde Gran Canaria, como el hilo de oro que llegaba desde Valencia, aquí se revisaba y se remitía a Breña Alta.
Rosas bordadas en oro, guirnaldas, los escudos de Gran Canaria y Teror e infinidad de extraordinarios detalles, compusieron sobre el terciopelo celeste un patrimonio de excepcional importancia no sólo para la parroquia del Pino sino para toda la Diócesis.
Estuvo terminado en 1964, precisamente cuando el Cabildo estaba empeñado en inaugurar la Casa Museo dedicada al universal escritor nacido en Las Palmas, Benito Pérez Galdós en el edificio natal de la calle Cano, y contra la que el obispo Pildain esgrimía contundentes razones por el presunto anticlericalismo y olvido de Gran Canaria que el prelado entendía como insalvables y no merecedores de homenaje alguno.
Pese a ello, el 19 de mayo de 1964 se inauguraba la Casa-Museo y se iniciaba la ofensiva particular del obispo contra todos los que entendía habían participado en el atentado cabildicio contra la natural religiosidad de los grancanarios. Como consecuencia, ese año figuras destacadas de la vida civil y política insular, como la de Federico Díaz Bertrana o la de Antonio Avendaño Porrúa, se vieron negativamente implicados en la contienda episcopal.
Y el manto, ya acabado, quedó en el arca del Císter terorense.
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Hubo quien defendió tal postura afirmando como negativo aceptarlo, “habiendo como había tanto desgraciado, tanto pobre en la provincia, cuyo socorro hubiera sido el mejor homenaje a la Virgen”
Y así estuvo, hasta que, años más tarde, cuando con la jubilación del obispo Pildain, pudieron los grancanarios disfrutar en las fiestas de 1967 -sin la presencia, pero sí con el consentimiento del nuevo obispo Infantes Florido- de esta destacada pieza de artesanía textil religiosa de la basílica terorense.
La celebración de los doscientos años de la finalización del templo sirvió de argumento para ello y lo lució por primera vez en la bajada del camarín el 6 de septiembre de 1967 y al día siguiente en la romería de aquel año.
Luis Doreste Silva lo describió así: “cuánta promesa de amparo, qué mundo henchido de esperanza y consolación bajo el amplio, hermosísimo manto bordado con oros celestes, ofrenda de la Isla, con que la Virgen y Madre del Pino se asoma este septiembre histórico. Y cómo Gran Canaria se hace júbilo y canción entera, enardecida fe infinita, en esta nueva tarde maravillosa de Ofrenda. Fascinación de ojos y alma la Virgen aclamada por el pueblo; la muchedumbre inmensa con sus blancos pañuelos al viento imantado de fervor grancanario, más y más ganancioso de espacio; Virgen del Pino, madre y Señora de los mantos amparadores, bordados con oros celestes, visión inseparable de nuestros ojos fascinados al volver”
Asimismo, en el Día de las Marías, el palmero y canónigo de La Laguna, Luis Van-de-Walle Carballo, en el panegírico del Dulce Nombre de María, dijo que todos los caminos canarios conducían a Teror pero que se habían hecho muy estrechos, para dar cabida a la multitud extraordinaria de romeros, verdaderamente impresionante, que se dirigían al santuario de Nuestra Señora del Pino.
“Como un peregrino más llego a los pies del trono de la patrona de Gran Canaria por el honor que se me ha hecho, para ocupar esta cátedra, y llego, añade, verdaderamente anonadado ante la explosiva e insospechada marianidad espiritual que he apreciado en las jubilosas jornadas de los días seis, siete y ocho, y aún en éste del Día de las Marías”
Luego hizo referencia al valioso donativo del manto color celeste, ofrendado a la Virgen del Pino por la Corporación Insular en el cincuentenario de las bodas de oro de la creación de los Cabildos Insulares; manto que fue bordado por las monjitas cistercienses del convento de Breña Alta, en su isla de La Palma. Tuvo palabras de elogio para el Cabildo Insular de Gran Canaria por esa su esplendidez y para las laboriosas religiosas palmeras que con su arte exquisito habían sabido realzar aquel manto “color de cielo”.
Pero los celestes oros, las flores, las filigranas y los escudos brillaron con aquella intensidad inicial por poco tiempo.
Un descuido en las obras de restauración llevadas a cabo en el templo a partir del año siguiente hizo que el Manto del Cabildo se viera afectado, tiempo después, por un vertido de cemento que, si bien no lo dañó irreparablemente y fue nuevamente utilizado varias veces, sí lo anuló para ser vestido con el esplendor merecido por la Imagen del Pino. La ocasión más solemne fue la de la Coronación de 1975, en la que Infantes Florido puso sobre las cabezas de la Virgen y el Niño las nuevas adquiridas por la Comisión del Desagravio.
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El manto ha permanecido, no abandonado; sí olvidado desde entonces; y aunque muchas voces solicitaban su restauración no sería hasta hace unos años, cuando dentro del proceso iniciado por el párroco Manuel Reyes y con el absoluto beneplácito del artesano encargado de ello Paco Herrera, comenzara a hablarse ya más en serio de la tarea; aunque con una solución que consideré siempre no apropiada, que era la de cortar los bordados y trasladarlos a un nuevo tejido. Dada la alta calidad del terciopelo y la posibilidad de proceder a una limpieza y restauración, eran mejores vías para devolverle su realce.
Las monjas palmeras cedieron los diseños originales usados para su confección y en el taller del artista permaneció durante mucho tiempo.
El fallecimiento de Francisco Herrera en el año 2009 lo devolvió nuevamente, en ausencia de quien pudiera en aquel momento afrontar tal labor, a la situación de espera en que se encontraba.
En estos últimos años, otros artesanos -alguno formado inicialmente por el mismo Herrera- han sido convocados con tal fin; al que ya se ha llegado recientemente con su traslado y restauración.
La simbología insular, los escudos, la riqueza y la historia del manto lo hacen merecedor de volver a lucirse en la mejor de las ocasiones.
El pueblo de Teror, de toda Gran Canaria viviría ese evento con una mezcla de orgullo, sentimiento y emoción; que son a fin de cuentas las razones que mueven al corazón; y ése es precisamente uno de los valores que más identifican los canarios en Nuestra Señora del Pino, todos los corazones laten por ella y junto a ella en muchos momentos de sus vidas.
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror































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