
Las cuatro torres de la iglesia se erigen hacia el cielo y, en el fondo, las viviendas montañeras parecen casi escalonadas y lucen de otra manera y sirven para acercar el paisaje.
Paisaje que con la luz del día cambia continuamente y matiza según las horas. Es otra manera de ver y sentir: la iglesia de Arucas es tan versátil como lo fue su construcción en la que la callada y lenta labor de los labrantes dejaron una huella que nunca se borrará en el acontecer local. Por eso estas cuatro torres nos resultan tan familiares: encierran el trabajo pausado y lento de unos labrantes aruquenses que para nuestra ciudad significa mucho más de lo que se dice.
Y, sobre todo, para que no caigan nunca en el olvido. Que no es poco.
Juan FERRERA GIL
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