Mágica noche sin luna, agazapado el viento, el grillo callado, no suenan las horas del reloj de la torre. Todo se ha parado. Por las calles se oyen tristes endechas de tiempos ya idos que en la plaza se enredan en la arboleda con tenues suspiros.
Los Guayres, esgrimiendo sus armas, de sus pedestales bajan. Con agudos silbidos y ajijidos, a sus guerreros llaman: ¡A las armas valientes, que el invasor nos cerca! ¡Ya se escuchan relinchos de caballos y entrechocar de fierros!
Las calles desiertas atraviesan, mirando con extrañeza al llegar a la Audiencia, donde la reina niña peina sus trenzas. Le preguntan, ansiosos, por aquel que a la victoria los lleve, Arminda de su primo nada sabe, y de guerra poco entiende.
Siguen los Guayres su búsqueda y, ya por el Trapiche bajando, sentado en la acera lo ven, triste, la cabeza entre sus manos. ¡Presto al mando Guanarteme! ¡Ya vienen, ya se oyen sus caballos! ¡Despójate de esa vestimenta y enarbola tu magado!
Se levanta Thenesor con pena y habla así a sus generales: vuelvan mis Guayres a colocarse sobre aquellos pedestales,
ya no hay dolor, guerra ni muerte. Nuestro tiempo se ha acabado. Amanece, y la magia, con el viento que se aviva, se ha marchado.
Texto e imagen: Juana Moreno Molina
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