Reportajes

La alameda de Teror y su centenario

Estaba ya a punto de terminarse a mediados de 1926, pero tanto los presupuestos como todo el papeleo con el arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre a quien se encargó, comenzaron hace ya un siglo.

José Luis Yánez Rodríguez Jueves, 06 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura:

Cuando en 1767 se inauguró el tercer templo dedicado a cobijar a Nuestra Señora del Pino, toda la distribución urbanística de la Villa varió: nuevas alineaciones de fachadas, ocupación de terrenos con destino a solares, distribución de los espacios públicos y plazas, trajeron consigo un Teror diferente al de los siglos anteriores y que en gran parte es el que ha llegado hasta nosotros.

 

Al cambiar la ubicación de esta tercera iglesia ocupó tierras que hasta entonces habían quedado frente a las dos primeras ermitas y el espacio ocupado por éstas generó una inmensa plaza delantera que adecuadamente rodeada por construcciones anteriores por los laterales ubicados al naciente y al poniente extendían dicha plaza hasta la parte posterior donde se estrechaba para dar espacio al solar donde por la misma época se construía la que iba a ser residencia veraniega y de descanso de los obispos de Canarias: el Palacio Episcopal.

 

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Éste hermoso edificio, inaugurado a la par que la nueva iglesia, se construyó en una zona más alta que el rasante del resto del conjunto histórico perteneciente a la llamada Huerta de la Virgen y por ello propiedad de la parroquia del Pino; y generó al dejársele un espacio libre frente a su fachada el lugar que con los años sería ocupado por otra plaza. Trasera, más elevada y que fronteriza con el Palacio sería para siempre el perfecto lugar de esparcimiento y festejos, más recoleto y adaptado a las necesidades de la población terorense: la Alameda de la Villa.

 

Casi ochenta años permaneció este llano que bajaba desde el mismo borde del Palacio sin urbanizar, pero siendo utilizado como lugar de diversión o entretenimiento de los vecinos y de los que por allí llegaban sobre todo en festivos y en tiempos del Pino; y después de que en 1793 se instalara el Pilar de abasto con agua de la cercana Fuente de Santa María se creó lo que siempre aparecía en dichos lugares, el mentidero del pueblo.

 

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No sería hasta mediados del siglo XIX cuando el alcalde José Montesdeoca Henríquez decidiera sobre 1844 completar su imagen de arboleda y paseo con la plantación de especies que dieran sombra, el cercado con un muro de mampostería cubierto de losas y el acceso por una escalinata desde la trasera de la iglesia parroquial. Así permaneció el resto del siglo; un tanto abandonada y sin más cambios que el traslado del pilar al poniente del templo; con poca inversión municipal, algún trabajo por parte del vecindario y otros arreglos pagados por el Obispado que por la cercanía de su palacio consideraban la Alameda como su antesala y como la plaza del propio espacio episcopal. Baste el ejemplo de un obispo como Joaquín Lluch y Garriga (1858–1868) que en el rendimiento de cuentas de fines de su obispado declaraba en 1868 que “los gastos del Palacio de Teror, junto con los de las obras de la fuente pública del paseo de la alameda de dicha Villa, que costeó S. E. I.” ascendían a más de 25.000 reales de vellón. Pese a ello y a la fuerte inversión que trajo entre otros avances para la propia alameda, la portada de cantería con que Lluch y Garriga unió las dos edificaciones que formaban el palacio; el espacio específico en medio del arbolado quedaba.

 

Llegó a tal punto esa desidia, que en octubre de 1863 la situación de la Villa era la de un completo abandono con “las calles y plazas llenas de escombros y piedras; la alameda sirviendo de tendedero de ropa; las fuentes públicas convertidas en abrevaderos y en lavaderos; el cementerio con sus murallas averiadas; los caminos sin haberse adelantado un centímetro en todo el año”

 

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Así, con pocos dineros y menos intenciones de adecentarla transcurrieron las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Todos los años en el verano y las cercanías de los festejos del Pino, se daba un revoque que aguantaba las piedras de los muros que iban descolocándose o cayendo y permanentes alabanzas a aquel espacio que por su ubicación y la solera de los edificios que lo circundaban estaba llamado a mejores usos y un más respetuoso aspecto.

 

Y sin nombre propio más que el de “Alameda” hasta que el 3 de febrero de 1918 se celebró en la Villa un homenaje cívico a la memoria de Francisco Bethencourt López, en cumplimiento del acuerdo plenario adoptado por su ayuntamiento el 6 de enero del mismo año por haber sido él quien “quien fundó con su comercio la prosperidad de Teror…, trocando lo que era un villorrio en una población alegre y concurrida”, tal como se recogió en acta. Panchito Bethencourt se había casado con Ángela Montesdeoca, hija del alcalde que estructuró la Alameda a mediados del siglo XIX y fueron los padres de Amalia, esposa de Víctor Grau-Bassas, médico, primer conservador del Museo Canario.

 

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PRIMERA REFORMA DE LA ALAMEDA

 

Poco tiempo después, el adecentamiento y embellecimiento de la Alameda se tomó como una obligación de la Villa, cuyos vecinos veían con vergüenza aquel abandono que extrañaba a todos los que la visitaban y que los de aquí reclamaban como un acto de justicia después de más de ochenta años de su primera planificación y haberse mejorado tan solo en una típica verja de varas metálicas y travesaños de madera pintado todo de verde y las dos escaleras de acceso con el pilar central.

 

Esa responsabilización municipal con respecto a la Alameda, aún con piso de tierra, se planteó definitivamente con el edicto firmado en Teror el 21 de agosto de 1925 por el entonces alcalde Carlos Arencibia Yánez y que anunciaba para el tres de septiembre “la subasta de las obras de reforma de la alameda de esta población” con un presupuesto de 16.678 pesetas. Sin embargo, sería el siguiente alcalde Isaac Domínguez Macías quien movería con un entusiasmo alabado por todos, la obra.

 

Estaba ya a punto de terminarse a mediados de 1926, pero tanto los presupuestos como todo el papeleo con el arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre a quien se encargó, comenzaron hace ya un siglo.

 

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En el archivo del arquitecto y en el correspondiente plano, descripción y presupuestos se habla de los elementos que configurarían la plaza, aunque alguno de ellos como el quiosco no aparecía al inicio. El “paseo alto”, o calle que quedaría después de bajar los niveles con el resto de la explanada; los peldaños; el muro exterior de contención y antepecho de balaustrada; la repisa de cantería para los bancos; los dos pilastrones completos decorados en cantería a colocar en la escalinata principal; las cuatro pilastras completas de cantería para los extremos de cerramiento, así como las cuatro farolas para las mismas; los estadales de cantería para los bordillos; etc.

 

Esa correspondencia y anotaciones realizadas en 1925 nos hablan del proceso de adecuación de la propuesta del arquitecto a las peticiones y posibilidades de la municipalidad terorense; y algunos párrafos son de verdadero interés para comprender el espacio a crear y las variaciones que se fueron realizando a lo largo de ejecución de la obra.

 

“Después del paseo y nivelación de tierras estar perfectamente apisonadas en mojado sobre la que se tenderá una capa de hormigón con grava, cal y cemento” o la petición de “Querido Miguel. Como se trata de una cosa pública nada o poco hemos adelantado con el Plano si no nos das el presupuesto” así como la descripción de la portada metálica con la que se proponía cerrar el espacio, así como las farolas con las que se iluminaría la entrada al mismo. “entre las pilastras se colocará una antepuerta construida en hierro laminado según dibujo. Toda la escalera se construirá con peldaños de cantería de 40 cms. de huella por la altura correspondiente.- Los pilastrones centrales de cantería también con sillería de piedra natural y con todos los elementos que detalla el proyecto. O sea, pilastras con recuadros rebajados, escudos tallados en su interior, y jarrones de piedra según dibujo. En los laterales de estos dos pilastrones, se colocarán 4 farolas de brazo”

 

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Lo cierto es que la obra concluida e inaugurada con una verbena el domingo 15 de agosto de 1926 gustó a los del pueblo y a los de fuera, los veraneantes que por entonces pasaban meses en Teror.

Domingo Doreste “Fray Lesco relata la situación de la Villa hace un siglo y alaba de una forma muy estimada la figura del alcalde Isaac Domínguez.

 

“Esta villa eclesiástica, labriega y mercantil, siente ahora ansia da reformas. Hasta aquí ha padecido demasiada actividad política y demasiada modorra administrativa, casos que suelen darse juntos. Esto pueblo, de saneadísimo presupuesto municipal, parece que no ha tenido ayuntamiento ni alcaldes. Tanto mejor si en lugar da mejorarlo se hubieran gastado el dinero estropeándole. En tal estado de abandono lo ha encontrado su actual alcalde, don Isaac Domínguez, hombre seriamente reformista. Tal es el alcalde que se ha propuesto ser ante todo hijo de su pueblo. Ya ha realizado la reforma de la Alameda, no a capricho como desgraciadamente se hace entre nosotros, sino con el consejo de un artista, Miguel Martín; no escatimando dinero, ni malgastándolo, sino invirtiendo el necesario. Y ha resultado un armonioso salón-jardín, embaldosado, elegante, cómodo, sombreado por árboles seculares que, cansados de crecer, han entretejido sus copas formando en la altura una bóveda catedralicia”

 

Los terorenses paseaban desde el inicio de su calle principal porque se afirmaba que era desde allí desde donde mejor se apreciaba el efecto de su belleza final, además de la comodidad resultante de la reforma y ensanche de la plaza trasera de la Basílica, que eso fue siempre La Alameda y más después de estas obras. En 1935, se instalaría el riego para sus árboles y parterres.

 

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En 1936, como resultado del éxito del Frente Popular, pasó a denominarse “Plaza de la República” y “Plaza de España” al año siguiente.

 

A partir de los años cuarenta, fue el lugar preferido por los terorenses para la celebración de los eventos de sus festejos más estimados, singularmente los de las Fiestas del Agua. Cientos de desfiles, conciertos de la Banda; coronaciones de la Reina de la Atlántida; Verbenas Canarias; ferias de artesanía; talleres de Salsa; juegos infantiles; pregones; Verbenas del Oeste con tribus indias, pistoleros y el clásico salón del Oeste donde se bebía whisky y tequila; Cross del Pino; marathones y clases de baile latino; actos en apoyo a la plantilla del equipo de fútbol del Teror como la Verbena del Fosforista; la anual instalación del Merendero La Barra que ofrecía a los romeros “mariscos frescos de las mareas del Pino; calditos de pescado fresco y sancocho canario”; actividades sociales de la Asociación de Amigos del Sáhara, llenaron por completo las décadas transcurridas entre 1940 y la actualidad.

 

Olvidando la anterior denominación; la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos y Heredades de Agua de esta Villa celebró las Fiestas del Agua de 1956. Dentro de la programación de las mismas, el 25 de julio, el gobernador civil Honorato Martín Cobos inauguraba su alumbrado eléctrico y tres días más tarde se modificaba nuevamente el nombre de La Alameda. Aunque no mucha gente la llama por ese nombre, desde las 12 horas de ese día y con la colocación de la lápida que aún puede verse en la fachada del Palacio Episcopal La Alameda se llama Plaza Pío XII, para recordar con ello, su visita a Teror en 1934 cuando aún era Legado Pontificio de su antecesor.

 

Todo aquello cambió trágicamente el domingo 7 de abril de 1968. En la tarde de aquel día una monja dominica paseaba acompañada por su madre por La Alameda, pese al mal tiempo reinante. A mitad del paseo una de las ramas de los seculares y altísimos plátanos del Líbano se quebró por un fuerte golpe de viento, con tan mala suerte que cayó sobre la cabeza de la religiosa, que pese a ser auxiliada rápidamente y trasladada a la Casa de Socorro de la Plaza de Tomás Morales en Las Palma, falleció en el trayecto. María Luisa Martín Paz de Jesús Misericordioso, de 39 años y natural de Melilla estaba en el Convento de Teror y pasaba aquella tarde con su madre que había venido a visitarla unos días

 

Y comenzó entonces una guerra inclemente e inexplicable contra el arbolado de La Alameda de Teror.

 

En 1979, el Real Decreto 690/1979, de 13 de febrero, declaraba conjunto histórico-artístico el casco antiguo de la villa de Teror, delimitando la zona a proteger.

 

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SEGUNDA REFORMA DE LA ALAMEDA

 

En 1982, Teror vivía tiempos enardecidos en lo político y lo social. Y ganas, muchas ganas, de que se hicieran cosas en aquel lugar de tanto nombre y renombre, que a la vez se estaba quedando atrás en el imparable avance del resto de la isla, sobre todo el de las sureñas tierras. Estaba en obras la Basílica en su última fase de restauración y a la par que iba cambiando a mejor el edificio y el entorno de la Plaza del Pino; La Alameda perdió en los años siguientes su quiosco, su embaldosado y su centenario arbolado que fue en un primer momento talado casi a la base para luego ser arrancado y sustituido por palmeras.

 

En 1984, el crítico y ensayista de arte José Luis Gallardo afirmaba que para Teror -para toda Canarias- teníamos ya un Pericles, pero nos faltaba un Fidias. Se refería a Jerónimo Saavedra, que aquel año inauguraba la III Bienal Regional de Pintura. afirmando “lo que ocurre en Teror es importante para la capital y viceversa. Yo creo que, afortunadamente, el desequilibrio anterior está siendo superado”

 

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Gallardo, recordando lo que afirmara Fray Lesco sesenta años antes, se preguntaba sobre qué hubiera escrito de haber presenciado el desolador resultado de lo hecho en la Alameda; por lo que el espíritu abierto y culto de Saavedra debía encontrar en determinados lugares muchos Fidias que lo plasmasen en sus obras públicas.

 

Después de cinco años, en 1987, se arrancarían las palmeras y volvieron por decisión de la corporación los plátanos del Líbano. El pirganudo drago caería en 1989.

 

Una nueva Alameda sin quiosco ni bancos ni lajas de piedra es la que hemos conocido durante las últimas décadas. Quizá ya es hora de recuperar algunos de esos distintivos con una tercera, meditada, respetuosa y definitiva actuación en este singular y relevante lugar de la Villa de Teror.

 

José Luis Yánez Rodríguez

Cronista Oficial de Teror

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