El poder de la lectura compartida: clubes de lectura
Siempre me ha fascinado la pasión de los clubes de lectura. Y digo pasión porque reunirse un grupo de personas, normalmente en un número entre quince y veinte, para compartir las reflexiones y pareceres sobre un libro, es algo así como un acto de pasión por leer que mueve a la persona a cruzar la frontera de la lectura individual para adentrarse en una visión colectiva.
Un club de lectura consiste en la reunión de forma periódica un grupo de personas lectoras para compartir impresiones sobre un determinado libro que han leído o está leyendo en ese momento. La creación de este tipo de clubs suele estar impulsado por las bibliotecas o instituciones culturales vinculadas al área del libro con el fin de promocionar la lectura entre la ciudadanía.
Una de las principales ventajas de leer de forma colectiva es la posibilidad de adentrarse en aspectos que, tal vez, no se captaron desde la lectura individual. Sin duda, la puesta en común con otras personas nos permite abrir la mente y detectar cuestiones que, quizás, en nuestra lectura individual nos habrían pasado inadvertidas.
Leer de forma conjunta adquiere un elemento de generosidad ya que nos ayuda a comprender la obra que se ha leído así como a profundizar en ella mediante la creación de un espacio que invita al debate y a la reflexión sobre los distintos aspectos de la obra, analizando la trama, los personajes, las ideas principales que se pueden extraer del texto, lo que ayuda a favorer la comprensión lectora del mismo a la par que a incrementar nuestra capacidad para relacionar los distintos elementos de la historia, desde los personajes a las figuras literarias utilizadas en la obra por la autora o autor, pasando por el análisis del paisaje, la dimensión política del texto, su contexto social e histórico, etc...
Así pues, leer de forma colectiva permite obtener un mayor provecho del hábito de leer, que no es poco, especialmente en una sociedad donde la lectura supone cada vez un ejercicio intelectual en creciente abandono frente al uso constante y abusivo de las pantallas y la pérdida de tiempo de las redes sociales. Además, a través de los clubes de lectura se promueve el sentido crítico del pensamiento, se contribuye a conocer nuevos géneros literarios y, sobre todo, permite ampliar el círculo de nuevas amistades.
Desde hace unos escasos meses formo parte del Club de Lectura ‘Maguadas Literarias’, puesto en marcha en el centro de personas mayores de Gáldar de mano del programa de Envejecimiento Activo. Y tengo que indicar a las ventajas que se obtienen al formar parte de estas tertulias literarias, hay que añadir otras en el caso de clubes conformados por personas mayores ya que, además de adentrarse en la magia que ofrece la lectura, les proporciona a este colectivo un espacio para el encuentro y el diálogo, fomentando su participación activa lo que contribuye a la mejora de su calidad de vida así como a propiciar su bienestar físico, psíquico, emocional y social. Un dato: aunque este club de mayores está abierto a hombres y mujeres, hoy por hoy, está conformado solo por mujeres, algunas de ellas con más de 90 años de edad.
Y es la presencia de mujeres en este tipo de organismos no es un dato baladí. De hecho, según el informe ‘Clubes de lectura en el siglo XXI’, editado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez (FGSR), los primeros grupos de lectura nacieron gracias al impulso y la acción de muchas mujeres a lo largo de la historia.
Como bien se sabe, las mujeres históricamente han sido las transmisoras de las historias de la comunidad de la que formaban parte, primero de forma oral y posteriormente, de forma escrita. Ejemplos históricos nos encontramos en la figura de Safo de Mitilene en Siracusa, 500 años antes de Cristo, o Santa Marcela, en Roma, también hace unos 400 años a.c, quienes se reunían con otras mujeres para charlar sobre lo que leían en latín, griego y hebreo; o Sukayana, bisnieta de Mahoma, que abrió un salón para que los poetas conversaran en su casa…
En el siglo XVI eran muy conocidos los salones literarios impulsados por féminas pertenecientes a las clases aristocráticas europeas que abrían sus viviendas para recibir a escritores y artistas, convirtiendo sus hogares en verdaderos centros para la promoción cultural y literaria del momento. En estos salones se leían versos y se discutía sobre los méritos y los defectos de las últimas obras publicadas, además de servir como espacio para las relaciones sociales.
La aparición de la imprenta hizo que se facilitara no solo la educación y formación lectora sino también la posibilidad de acceder a un mayor número de libros, incrementándose el número de personas lectoras. Nacen así nuevos espacios de lecturas que se ubican en cafés, salones de viviendas, academias y cualquier otro espacio que se prestara al placer de charlar sobre una determinada obra.
En España las célebres tertulias nacidas en el siglo XVI también podrían considerarse un precedente en este sentido, un tipo de reunión que se prolongó, en diversas versiones, hasta finales del XIX y entre las que destacaron, por ejemplo, la organizada por la escritora Frasquita Larrea, madre de la novelista Cecilia Böhl de Faber, una de las tertulias románticas más importante del Cádiz de las Cortes o como la que surgió en Madrid durante la segunda mitad del XVIII en la Fonda de San Sebastián, ubicada en la plazuela del Ángel, que reunía en este espacio a un grupo de autores que aspiraban a renovar la poesía. Esta Tertulia fue creada por Nicolás Fernández de Moratín y que tenía entre sus integrantes a personajes como Tomás de Iriarte, Félix María de Saramiego, Jovellanos, Juan Menéndez Valdés y Francisco de Goya.
El papel de las bibliotecas en este campo no llegará hasta los años 50 del siglo XX, cuando estos centros comenzaron a compaginar su función como archivos con nuevas propuestas de carácter socioeducativo. Pero será en los años ochenta del siglo pasado cuando comience realmente a crecer la popularidad de este tipo de clubes en nuestro país.
La introducción de las nuevas tecnologías, especialmente de internet y de redes sociales como whatsApp en el siglo XXI, ha permitido la reinvención de estos espacios colectivos de lectura buscando nuevas formas que prescindan del espacio físico para reunirse y facilite el acceso a las personas que no puedan trasladarse hasta el lugar de celebración de estos clubes, ya sean bibliotecas o librerías.
Sin embargo, aunque el objetivo sea el mismo, en mi opinión, los clubs digitales carecen del calor y la cercanía de un club de lectura en el que se pueda compartir durante un par de horas nuestros pareceres sobre una determinada obra con otras personas también lectoras.
Así que si les apetece leer de forma colectiva, les invito a acercarse a su biblioteca más cercana y preguntar por este tipo de actividades. Sin duda, adentrarse en la lectura compartida puede resultar muy enriquecedor a nivel personal, ayudando a conocer otros puntos de vista y a conocer otras formas de entender una obra literaria. No lo duden y compartan la experiencia de leer colectivamente. Les sentará bien a su masa gris.
Josefa Molina
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