Hoy hace cincuenta años que se produjo un robo

Un robo que despojó a la Patrona de la Diócesis de Canarias de muchas de las joyas que, durante siglos, el pueblo isleño depositó en torno a "Ella"

José Luis Yánez Rodríguez Viernes, 17 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:
Imagen de Nuestra Señora del Pino antes del roboImagen de Nuestra Señora del Pino antes del robo

Un robo que despojó a la Patrona de la Diócesis de Canarias de muchas de las joyas que, durante siglos, el pueblo isleño depositó en torno a Ella.

 

Hoy hace cincuenta años que un sentimiento profundo se rompió en Teror.

 

LAS FIESTAS DEL PINO DE 1974

 

El 8 de septiembre de 1974 se publicó por parte de la Diócesis de Canarias una “Instrucción pastoral en las Fiestas de nuestra Patrona”, que cambió totalmente las relaciones del pueblo de la isla con el obispo que la regía desde 1967. “Las Alhajas de la Virgen del Pino” marcó un punto de inflexión en la historia diocesana de las islas.

 

La ocasión para que el pueblo se atreviera a decirle lo que opinaba de lo expuesto en la mima vino de la mano de la decisión del Ministerio de Educación y Ciencia de conceder al municipio de Teror un Instituto Nacional de Enseñanza Media comunicada al ayuntamiento la mañana del 13 de septiembre de 1974.

 

Aquel mismo día, un grupo de unas trescientas personas acudieron a las Casas Consistoriales, donde el alcalde Manuel Ortega Suárez quería leerles el comunicado de la creación del instituto y hacer pública conmemoración de ello. “Es la mayor satisfacción en mis dieciséis años como alcalde de la villa”, expresó el mismo.

 

Según declaraciones de testigos, al término de dicha manifestación convocada por tan alegre motivo, uno de los presentes se dirigió al alcalde para pedir autorización, con el fin de tratar un tema de carácter religioso y espiritual que afectaba a toda la villa. Hubo murmullos de aprobación y algunos aplausos cuando el alcalde concedió su autorización. Se debatió entonces el tema de la pastoral y la opinión mayoritaria era contraria a los propósitos del obispado. Se tomó la decisión de nombrar a un grupo de personas comisionadas para dirigirse a Infantes Florido que se encontraba en la Basílica con motivo de la novena del Pino.

 

Lo siguiente que ocurrió es historia de Teror. Los enfrentamientos verbales en la trasera de entrada a la sacristía de la Basílica; las palabras de unos y otros, la inicial negativa a cualquier tipo de reunión por parte del clero presente en el templo con motivo de la celebración de la novena, la reunión con el obispo y hasta el tema de las maletas para que éste se volviera a Sevilla. Cuando uno de los presentes gritó a uno de los sacerdotes lo de “aquí el único que se va a poner en la puerta de la calle es usted que vino el otro día, porque esto es de la gente de Teror” se inició un antes y un después en las relaciones de los terorenses con el clero del Pino y con el propio obispo. Teniendo en cuenta asimismo que la opinión de los terorenses no era completamente unánime y en la iglesia que ya se anunciaba para los años siguientes muchos apoyaban las decisiones episcopales. La calma se inició después que el obispo diera su palabra de que la imagen de la Virgen, una vez concluido el proceso de su restauración “volvería a ser, revestida de sus ropajes y joyas, si así lo querían los fieles”

 

Se criticaron otras cosas en la reunión, como la decisión que se había tomado de sacar en procesión a la Virgen el Día de las Marías, que a juicio de los presentes no estaba de acuerdo con la tradición. El prelado respondió a todo con serenidad y reafirmó su promesa de “consultar con frecuencia la opinión de los feligreses de la villa”. Aquello terminó sobre las diez y media de la noche y con más de mil terorenses llegados de los alrededores del casco y hasta de algunos barrios dando tumbos exaltados por la plaza de Nuestra Señora del Pino, por La Alameda y por las calles.

 

Sin entrar en las mil teorías que se sacaron de la intención episcopal, de suposiciones como la de que “lo que el obispo quiere es llevarse las joyas para hacer limosnas y para edificar viviendas y escuelas” o que las quería para “llevar al Museo Diocesano”; las palabras del obispo el Día del Pino cuando dijo que exhortaba a “todos los diocesanos a que sepan encauzar sus oraciones, para la Madre común, de forma que cada objeto precioso que la devoción le inspire entregar a la Virgen, lleve implícita su voluntad de que en un momento dado pueda destinarse a socorrer las necesidades, del prójimo y así, al honrar a la Virgen, la honrarían doblemente, a sí misma y a sus hijos más débiles” se interpretaron de todas las maneras posibles; la mayor parte de las veces con muy mala intención.

 

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EL ROBO

 

Tras terminar aquellas fiestas del Pino de hace medio siglo; se culminó la tasación de las joyas, volvieron los restauradores, en octubre se expuso al público para que el pueblo de Canarias pudiera ver la talla y poco después la imagen volvió a tener el aspecto que tenía antes.

 

Y así permaneció en los siguientes meses, recuperándose una aparente pero muy tensa quietud; con el temor a que aquellas joyas que ornaban Virgen y camarín pudieran venderse con destino a fines sociales, solidarios, o para subsanar situaciones de discriminación y exclusión social.

 

Hasta que, en la mañana del viernes 17 de enero de 1975, Ángel Ortega que trabajaba en la Basílica y todas las mañanas era el encargado de abrirla; a las ocho menos veinticinco minutos de aquel día comenzó su tarea. Candados de las puertas, toque del alba y encendido del interior del templo. Y entonces vio una cuerda que colgaba del balcón y llamó a la casa parroquial. Isidoro Demetrio era el párroco, Nicolás Monche el coadjutor; ambos presentes asimismo en todo lo sucedido meses antes, tras la pastoral de Infantes.

 

Se avisó a la guardia civil del puesto de Teror, al lado de la casa parroquial; ambos en la vetusta calle de la Herrería; y comenzó una de los incidentes más absurdos y a la vez más dolorosos para los sentimientos de la ciudadanía canaria, y del que con toda seguridad mucho se hablará y escribirá el próximo año: el sacrílego robo de las joyas de Nuestra Señora del Pino en Teror.

 

La culpabilidad fue dirigida -y ha sido durante todos estos años- de una forma casi unánime en contra de una persona: el obispo Infantes Florido.

 

Poco importó entonces su destacado papel en la difícil aplicación del Concilio Vaticano II en los años finales del franquismo e inicio de la transición, su defensa del ecumenismo, su relevante papel intelectual en publicaciones como “Un Seminario de su Siglo: entre la Inquisición y las Luces” y “Figuras de la Iglesia Canaria: Tavira” o sus posturas en cuestiones como los aparceros, los trabajadores de las guaguas, las mujeres de los presos políticos o el encierro de obreros al amparo de la Catedral de Santa Ana. La pastoral del 8 de septiembre de 1974 y el robo modificaron totalmente su imagen ante el pueblo de las islas.

 

Infantes afirmaría años más tarde ante Antonio Cruz que el clero canario de entonces “tenía dos aspectos; uno común, era un clero muy conservante de las normas de la Iglesia y muy colaborador con el obispo, que pensaba que la aplicación del Concilio tenía que ser más lenta; y otros que no, que aquello era insuficiente y que había que completarlo para poderlo aplicar” Y a la vez que afirmaba que el robo había sido para él un golpe inesperado y muy doloroso, reconocía que quizá la causa inmediata fue haber encargado la valoración del tesoro de la Virgen y que al haberle dado publicidad pudo provocar en la mafia internacional una apetencia por el Tesoro del Pino.

 

Mientras vivió Monseñor Socorro Lantigua, todo lo que se quisiera hacer en Teror chocaba con él y su forma de entender lo que rodeaba al Pino. El obispo reconocía que Teror, a lo largo de la historia, tenía una autoridad increíble sobre toda la Gran Canaria; algo que mantenido por Socorro, al que definía como un hombre virtuoso que tenía a la Virgen del Pino como algo sagrado de Teror, transformaba en intocable todo lo que a la misma se refiriera.

 

El obispo Infantes marchó para Córdoba en 1978 y siempre mantuvo que él tenía con respecto al robo la conciencia muy tranquila. “Yo no tengo fama de vender nada del patrimonio, ni yo toqué las joyas de la Virgen... ¿Quién las robó? Yo no lo sé”

 

Durante medio siglo, hablar, protestar y escribir han sido la única vía para desahogar la rabia y el terrible dolor que el pueblo de Canarias sufrió como en carne propia con el ataque al símbolo más profundo de sus querencias

 

Porque si hay algo que el obispo Infantes y todos los que desde el clero o el mismo pueblo apoyaron sus pastorales sociales de solidaridad y equitativo reparto de la riqueza no entendieron jamás es que los hombres y mujeres de Canarias preferían quitarse el pan de la boca antes que un solo anillo saliese de las manos de Nuestra Señora del Pino.

 

José Luis Yánez Rodríguez

Cronista Oficial de Teror

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