Seducción
Quico Espino
Seducción. Ilustración de Eugenio Aguiar

Me sedujo la lectura desde pequeño. Tal vez por ver a mis padres leyendo todas las tardes, en vez de echarse la siesta. A mi padre le gustaban las novelas de Marcial Lafuente Estefanía y de Silver Kane y, mientras leía, al verme, alegaba que había matado no sé ni cuántos indios, pues él se identificaba con el personaje principal, generalmente un miembro del ejército norteamericano, el cual se encargaba de hacer justicia a su manera, ya que los malos eran los buenos y viceversa. Sucedía también en las películas del oeste que veíamos entonces y, por eso, cuando los niños jugábamos a pistoleros e indios, todos queríamos ser los primeros.
A mi madre le gustaban las novelas ejemplares: San Martín de Porres, Santa Genoveva de Brabante, Santa Rosa de Lima, San Antonio de Padua, entre otras, pero cuando no tenía nada nuevo que leer, se apuntaba a las novelas de mi padre, aunque a ella le daba cierta pena que los indios fueran siempre los sacrificados.
Recuerdo que yo iba a cambiar esas pequeñas novelas, lo cual costaba media peseta, por otras nuevas a un bar-tienda de El Ejido, el cruce en el que confluyen las carreteras que van a Carrizal, Telde, Agüimes y a la calle principal de Ingenio, que sube hasta la Plaza, y que el dependiente las hojeaba a ver si estaban en perfectas condiciones, antes del cambio.
Aparte del material de la escuela y del Capitán Trueno y El Jabato, esas fueron mis primeras lecturas, aunque yo tenía ganas de leer novelas de aventuras y fantasía, como las que citaban en Radio Las Palmas y en Radio Atlántico, las dos emisoras más escuchadas, no sé si las únicas, de Gran Canaria en los años cincuenta y entrados los sesenta del pasado siglo. A través de ellas oí hablar de Julio Verne, Alejandro Dumas, Daniel Defoe, Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Jack London y un largo etcétera.
¡Cómo disfruté leyendo “El libro de la selva”, “La isla del tesoro”, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “Huckleberry Finn” y otros muchos que hicieron que mi preadolescencia fuera una aventura continua! A pesar de las responsabilidades que me habían adjudicado mis mayores y de mis estudios de Bachillerato, dichas novelas me tenían siempre con la cabeza en otro mundo, viviendo las vidas de sus protagonistas.
Ya había cumplido quince años, y estaba empezando 4º de Bachillerato Elemental en el Instituto de Agüimes, cuando gané un premio de redacción que hacía la Cocacola. Me regalaron un montón de obras de teatro: todas las de Shakespeare, de Calderón de la Barca, Molière, Ionesco, Samuel Becket, García Lorca, entre otros, y el Quijote, que fue lo primero que leí. Recuerdo que cuando estaba leyendo “Las alegres comadres de Windsor” prefería pasar los recreos en la biblioteca que de paseo por los patios del instituto. Deseaba que sonara el timbre para irme a leer.
Después se produjo una avalancha, un alud literario que partió de Canarias hacia la península, pasando por Portugal, Francia, Alemania, Inglaterra, Rusia y Sudamérica, entre otros lugares, llevando consigo aluviones de historias realistas, románticas, costumbristas, poéticas…, todas impregnadas de una magia seductora, como “Cien años de soledad” “Mi planta de naranja lima”, “Pedro Páramo”, “El callejón de los milagros”, “Romancero gitano”, “San Manuel Bueno, mártir”, “Esperando a Godot”, “Hamlet”, “La cantante calva”, y un larguísimo etcétera, aunque en realidad se trata de una verdadera minucia comparado con todo lo que hay escrito.
Como anécdota diré que fue precisamente “La cantante calva”, de Eugène Ionesco, la primera obra de teatro que se representó en el recién estrenado Instituto de Agüimes, dirigida por Eugenio Padorno, que fue el primer director que tuvo el Centro, en la que yo hacía de Mr. Martin y salía al escenario vestido de escocés. ¡No vean la explosión de risa que estalló entre las alumnas y alumnos del instituto! El sentido del ridículo lo perdí casi por completo al aparecer en el escenario con falda escocesa.
Después de eso leí muchísimas obras de teatro y, por supuesto, novelas de todo género de manera compulsiva. ¡Fuerte vicio que tienes, mi niño!, me dijeron varias veces mis padres y mis hermanos, y yo, un tanto engreído, puntualizaba que estaba seducido por la literatura, hecho que, aunque menos apremiante, aún continúa.
¡Bendita seducción!
Texto: Quico Espino
Ilustración: Eugenio Aguiar
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