Fue mi amigo Ignacio el que puso título a este relato. Nos encontrábamos en la playa de Sardina y yo, que no tenía claro de qué quería escribir para mi artículo de los lunes en este periódico que me asiste, le estaba diciendo que no estaría mal hablar de paz en el mundo para finalizar el año, cosa que me parece cada vez más utópica. Añadí que había comprado un ramo de lirios amarillos y que, a lo mejor, en lugar de una blanca paloma, usaría dichas flores para plantear el tema.
-Los lirios de la paz –aventuré.
-Delirios de paz –propuso él, muy acertadamente, teniendo en cuenta cómo va el mundo, con guerras y más guerras en un montón de sitios.
Pues sí. Me gustó su propuesta y de pronto pensé en la pancracia que tengo en casa, preciosa por cierto, que en realidad es un lirio, y entonces, sabiendo que él tiene un ojo muy fotográfico, lo invité a pasar por mi domicilio para que sacara la foto que encabeza el artículo.
En dicha instantánea vemos también un batik del artista esrilanqués, Eric Suriyasenas, en el que seis mujeres bailan una pieza tradicional de la isla del sur de Asia, una melodía que toca una de ellas con una especie de trompeta o saxofón, mostrando la armonía y la paz que transmiten la música y la danza.
Siguiendo con la música, hay un tema de Bob Marley, titulado “War” (Guerra), que es un extracto del discurso que pronunció el último emperador de Etiopía, Haile Selassie, ante la ONU en 1963, en el que se dice, entre otras cosas, que habrá guerra en el mundo mientras no se erradique la filosofía que mantiene una raza superior y otra inferior. Igualmente indica que seguirá habiendo guerra hasta que el color de la piel de una persona sea tan significativa como el de sus ojos y así mismo hasta que los derechos humanos básicos no sean garantizados para todos por igual. Hasta ese momento el sueño de paz duradera, la hermandad entre los seres humanos y las reglas de moralidad internacional serán simplemente una ilusión pasajera que se persigue pero que nunca se obtendrá.
Mi padre luchó en la Guerra Civil española. Se lo llevaron las huestes franquistas, sin dar explicaciones, cuando aún no contaba veinte años y estaba a punto de casarse con mi madre. Regresó tres años después convertido en otra persona.
-Me fui siendo un niño y volví hecho un viejo.
A mí me causaba pavor oírlo hablar de las vivencias que tuvo durante ese tiempo, sobre todo cuando, en 1938, desde julio hasta noviembre, formó parte de las tropas sublevadas en la famosa Batalla del Ebro. Recuerdo especialmente la letra de una canción que él entonaba a veces, cuando tenía alguna copa de más, mientras se le saltaban las lágrimas:
“Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero:
en el frente de batalla,
primera línea de fuego”.
En las cartas que le mandaba a la que sería mi madre, entre ellas muchas postales de corazones bordados a mano, no le contaba sus tristezas y amarguras, salvo la pena de estar separados, echando de menos la vida que habría tenido si no se lo hubieran llevado aquella mañana de 1936, pero sí le relataba anécdotas simpáticas que le habían sucedido. Una de ellas tenía que ver con el Cuerpo de Tropas Voluntarias italiano: un día, poco antes de comenzar la Batalla del Ebro, un capitán italiano se quedó al mando de la compañía en la que él se encontraba y dio la siguiente orden: “tutti cuanti a la baionetta”. Y todos se subieron a una camioneta que utilizaban para el transporte.
Yo soy bastante optimista por lo general, pero con respecto a las guerras que aún azotan nuestro planeta, y teniendo en cuenta el rumbo de este mundo que vivimos, me temo que alcanzar la paz en esos lugares donde reina el caos más absoluto es un espejismo, una ilusión, una utopía. Es más, sospecho que esto va a peor.
Ojalá me equivoque.
Texto. Quico Espino
Imagen: Ignacio A. Roque Lugo
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