Soy universal. Pertenezco al mundo entero. A esa casa de Ingenio en la que me parió mi madre, con mi abuela de partera, cuando por el callejón pasaba una acequia, que llevaba el agua del pueblo, en la que las mujeres lavaban la ropa, y la gente, que tenía sus tierritas plantadas con papas, calabazas, zanahorias…, cada cual con su hora de riego, cambiaba las tornas para que el agua bañara sus cultivos.

 

Pertenezco al cielo en el que la Tierra gira, entre millones de cuerpos celestes, un punto más en el espacio,

 

 

… y al mar, a cuyas aguas me lanzó mi padre, en la playa de Agua Dulce, cuando contaba un año. No me acuerdo de no saber nadar. Sí recuerdo que enfrente se encontraba Melenara, donde había una refinería de petróleo y que, una vez, yo con ocho años, mi hermano pequeño apareció, en el umbral de la cueva en la que nos quedábamos, vestido de alquitrán.

 

El mar, al cual también pertenezco, es el patio de mi casa, en especial desde que vivo en Sardina del Norte, que es mi pueblo de adopción, donde disfruto de la calma que me producen las olas y de las maravillosas puestas de sol, con el Teide en el horizonte.

 

 

También soy del Farallón, de los acantilados y arrecifes, del Paso del Sargo,

 

 

… de los riscos en los que están agarradas las lapas, como yo a la vida, a la cual se aferran otras muchas personas que viven en este mundo nuestro. Un hermoso mundo que podría ser una maravilla para toda la gente que lo habita, si no fuera porque está en manos de los poderosos, que hacen lo que les viene en gana y ya han arruinado gran parte del planeta. No me extrañaría que lo destruyeran del todo, por alarde de poder, llevándose por delante a quienes lo poblamos. 

 

Pertenezco a los barrancos en los que jugué de pequeño, a los valles  y montañas y, por existir, me siento unido a las palmeras, a los árboles y arbustos en general, a las tabaibas y piteras, a los veroles y tuneras que salpican los cauces,

 

 

… pues son seres vivos, tan vivos como yo o cualquier otro animal que mora sobre la faz de la Tierra, porque somos parte integrante del universo, pequeños seres en la inmensidad del espacio.

  

Yo le canto a la Tierra, que es mi hogar,
a la que pertenezco en cuerpo y mente
y de paso le canto a la gente
que quiere por la vida abogar.

Quisiera mi existencia prolongar.
Me encanta emborracharme en esta fuente
que es la vida, que hoy tengo tan presente.
Una llama que no quiero apagar. 

Y por eso le pido a la fortuna
que me deje gozar de este momento.
Poblado está de estrellas, y la luna

le va contando al sol el nacimiento
del cielo, del inmenso firmamento
cuando éste se encontraba aún en su cuna.

 

Texto: Quico Espino

Fotos: Quico Espino, Anna Lemus Solares e Ignacio A. Roque Lugo