
Todos queremos que nuestros hijos sean buenas personas: que respeten a los demás, que sean independientes, generosos y responsables.
Les damos discursos cargados de buenas intenciones y les decimos cómo deben hacerse las cosas y cómo deben comportarse para ser niños de bien.
Pero muchas veces no reparamos en algo fundamental: los niños aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan .
Y en eso...igual vamos un poco flojos.
Porque en muchas ocasiones, nuestro mensaje es incongruente con nuestras acciones. Eso es así. Somos humanos, y muchas veces sabemos la teoría de cómo deberían ser las cosas, pero nosotros mismos no la llevamos a cabo. Y, lo peor, que aún siendo conscientes de eso, creemos que las palabras pueden tapar los actos.
Y quizás, si queremos hijos coherentes, debamos empezar por revisar nuestras propias acciones.
No lo digo yo, lo dice la neurociencia y la psicología del desarrollo.
Albert Bandura, pionero en la teoría del aprendizaje social , demostró que los niños aprenden conductas por observación e imitación. Este fenómeno, conocido como modelado , significa que lo que ven en casa se convierte en su patrón de comportamiento.
En palabras de James Baldwin (escritor y activista por la justicia y los derechos humanos): “Los niños nunca han sido buenos escuchando a sus mayores, pero nunca han fallado en imitarlos” . Así que podemos repetir “no grites” hasta quedarnos sin voz, pero si lo que ven es que levantamos la voz a la primera de cambio... ya saben cuál será su referencia.
La conclusión de los estudios es unánime: el comportamiento ético y emocional de los padres influye directamente en cómo los hijos interpretan y adoptan los valores familiares .
Es así de simple: los valores no se enseñan, se viven.
Y si ponemos un poco de conciencia en nuestro día a día, nos sorprenderá la cantidad de incongruencias que se cuelan en nuestra crianza y nuestras relaciones.
Acciones y palabras que, aunque bien intencionadas, envían mensajes totalmente contradictorios. Y, olvidando que educamos más con lo que hacemos que con lo que decimos, nos vemos envueltos en situaciones de este tipo…
Mensaje (bienintencionado): “¡Respeta las normas!”
Incongruencia: Esto lo aconseja el abuelo que cruza la calle con el semáforo en rojo “porque no viene nadie”.
Reflexión: Las normas se respetan no solo cuando alguien mira, sino porque tienen un propósito. La coherencia en nuestro ejemplo les enseña el valor de la responsabilidad y la honestidad.
Mensaje: “¡Mírame cuando te hablo!”
Incongruencia: Reclama la mamá que no suelta el móvil mientras su hijo le cuenta lo que hizo hoy en el cole.
Reflexión: Pedimos respeto y atención, pero no siempre estamos dispuestos a ofrecerlo. Si queremos que nuestros hijos nos escuchen, la clave está en ofrecerles la misma escucha activa que esperamos recibir.
Mensaje: “¡Tienes que ser más independiente!”
Incongruencia: Tu hijo ha visto que no sabes ni cómo poner la lavadora si mamá (o papá) no está en casa.
Reflexión: Si queremos que nuestros hijos resuelvan sus problemas y crezcan confiados en sus capacidades, debemos demostrarles que la independencia se practica. Haz que te vean enfrentándote a nuevas tareas, pidiendo ayuda con humildad si es necesario, pero sin excusas ni dependencias innecesarias.
Mensaje: “¡Hay que compartir!”
Incongruencia: Tu eres incapaz de prestar tu coche ni a tu pareja (y tu hijo lo ve, y lo sabe)
Reflexión: El acto de compartir es un gesto de generosidad y empatía. Si les exigimos a los niños que “presten sus juguetes” en el parque, pero ven que los adultos protegen sus cosas con celo excesivo, ¿qué mensaje les estamos dando?
Mensaje: “¡No seas vago, ponte a recoger!”
Incongruencia: Lo dice el tío que se inventó una migraña para no ir al trabajo.
Reflexión: Los niños observan con atención nuestra ética de esfuerzo. Si ven adultos que eluden responsabilidades, ¿cómo les pedimos que perseveren ante las dificultades?
Mensaje: “A los adultos se les respeta”.
Incongruencia: dice la tía que critica a su marido (o a su amiga, o al vecino) delante de toda la familia.
Y así un sinfín de situaciones… que desde la humildad y las ganas de mejorar debíamos reconocer como situaciones cotidianas que generan confusión y que hacen flaco favor a un desarrollo coherente.
Y es que los niños no necesitan discursos perfectos; Necesitan adultos imperfectos que se esfuerzan, que piden perdón cuando fallan y que actúan con coherencia.
Cuando corregimos conductas en ellos, deberíamos preguntarnos: ¿yo estoy actuando de esta manera? ¿Soy el ejemplo que me gustaría que siguieran?. Porque, a fin de cuentas, no estamos criando a “niños obedientes”, estamos formando a los adultos que mañana gestionarán este mundo .
Así que recordemos que nuestras acciones gritan más fuerte que nuestras palabras .
Si queremos que respeten las normas, respetemos las normas.
Si queremos que compartan, seamos generosos.
Si queremos que sean responsables, asumamos nuestras tareas con compromiso.
Al final, el legado más valioso que podemos dejarles no está en lo que decimos, sino en cómo vivimos y en quiénes somos .
"Educar no es decir lo que está bien, es mostrar cómo se hace."
Haridian Suárez
Trabajadora Social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)
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