
“Cuando las aceras recuperaron su verdadero valor, la sociedad se había instalado en el desencanto. Las muertes que había provocado la III Guerra Mundial fueron tan injustas como las dos anteriores y, mientras el poder se extendía desde China-Rusia hasta los EE.UU., la vieja Europa intentaba renacer de sus cenizas. No se sabe bien por qué el encono y el odio se adueñaron de las banderas; nadie se lo explica. Cuando las calles volvieron a recuperar su peculiar sonido de charlas y conversaciones, la gente comprendió la inutilidad de la guerra y cómo las pasiones llevadas al último extremo sonaban a mentiras y falsedades de élites económicas. Al recuperar las aceras y al sustanciarse la conversación real y directa, fuera de las pantallitas y de las redes sociales, se empezó a comprender que la existencia valía la pena. Y cuando la vida pasó a ser el eje central, los violentos energúmenos intolerantes y reprimidos desaparecieron en el ostracismo.”
































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