Educación infantil

Navidad ¿magia, mentira o fantasía?

Los niños no necesitan que creamos mundos irreales para ellos. Ellos ya son capaces de maravillarse con el mundo que tienen a su alrededor. Lo que necesitan es tiempo, presencia y experiencias auténticas.

Haridian Suárez Vega Miércoles, 11 de Diciembre de 2024 Tiempo de lectura:

La Navidad es, sin duda, una de las épocas más mágicas del año, especialmente para los niños. Los adornos brillantes, los regalos, las luces, la música en la calle... El ambiente que se crea en esta época parece conspirar para regalarnos momentos inolvidables.

 

Pero, ¿necesitamos adornar aún más esa magia?

 

Si alguna vez has visto a tu hijo maravillarse con una caja de cartón convertida en cohete, con el reflejo de las luces del árbol o con la emoción de envolver un regalo para alguien querido, sabes que el mundo real ya es suficientemente sorprendente para ellos.

 

No es necesario forzar la magia. Ya existe. La realidad ya es lo suficientemente maravillosa para ellos. No necesitamos crear algo extraordinario para sorprenderlos.

 

¿Y la fantasía? ¿es un estímulo para ayudar aún más a la imaginación?

 

Pues No.

 

La imaginación nace de manera espontánea en los niños, desde lo real. Por ejemplo, cuando una piedra se convierte en un avión o una caja en un barco pirata. La imaginación es una creación interna que se nutre de su entorno tangible.

 

La fantasía, en cambio, viene de fuera. Es una proyección de los adultos: cuentos de hadas, superhéroes, el Ratoncito Pérez, Papá Noel o los Reyes Magos.

 

Como explica la teoría del desarrollo cognitivo de Piaget, hasta los 6 años predomina el pensamiento concreto y mágico. Si ya poseen esta capacidad natural para imaginar y experimentar la vida como un mundo lleno de magia, agregar elementos externos de fantasía puede confundirlos más que enriquecerles.

 

En la pedagogía Montessori, también se rechaza la exposición a la fantasía en los primeros años (durante el primer plano del desarrollo), ya que hasta los 5 o 6 años el niño tiene necesidad de aprender del mundo real, y puede ser complicado diferenciar entre la realidad y la ficción (aún no ha desarrollado el pensamiento abstracto).

 

Por poner un ejemplo, si alguna vez ves a tu hijo de 3 años asomado a una ventana, no te gustaría que en ese momento creyera que puede volar, ¿verdad? Intentas ser consciente y no contarle cuentos en los que los niños de 3 años pueden volar (porque en el fondo la lógica te dice que tu hijo todavía no sabe diferenciar entre lo real y lo fantástico).

 

En la misma línea, si le cuentas que Papá Noel entra volando con renos mágicos, lo creerá literalmente, y es probable que, más que ilusionarse, le genere preocupación o miedo de que desconocidos entren en su casa mientras duerme.

 

A veces creemos que la fantasía fomenta la creatividad y la imaginación, pero es justo lo contrario. La fantasía no aporta nada en edades tan tempranas, porque para los niños la fantasía es real, ellos lo creen de verdad.

 

Esto no es sinónimo de que la fantasía sea mala o que nunca podrá tenerla, es que hay que entender cuál es el momento ideal para absorber este concepto. El cerebro del niño, hasta los 5-6 años no imagina, cree en las cosas realmente.

 

Será a partir de los 6 años que el niño tendrá la capacidad de pensamiento abstracto y podrá diferenciar la realidad de lo imaginario. La fantasía no es mala, solo hay que preparar al niño para que pueda absorberla adecuadamente. Cuando él sea capaz de recibir información y llevarla al plano de lo abstracto, allí podrá fantasear.

 

Esa fantasía, cuestionable y confusa para una mente en construcción de la realidad (nieve en lugares cálidos, Papá Noel bajando por chimeneas que no existen, muñecos de nieve a 25º, renos que vuelan o personajes invisibles que dejan regalos) puede parecer inocentes, pero saturan su mente con algo que no puede procesar .

En cambio, si el niño observa el proceso real de preparar la Navidad (adornar el árbol, envolver regalos, cocinar juntos), su imaginación transformará esa experiencia real en algo mágico y especial por sí mismo.

 

La Navidad es una excelente oportunidad para fomentar la imaginación natural de los niños sin necesidad de forzar la fantasía. El mundo que les rodea —los rituales, las luces, los aromas— ya ofrece una base inagotable de asombro y descubrimiento que ellos reinterpretarán de forma espontánea. Las experiencias significativas son las tangibles y reales.

 

Los niños no necesitan que creamos mundos irreales para ellos. Ellos ya son capaces de maravillarse con el mundo que tienen a su alrededor. Lo que necesitan es tiempo, presencia y experiencias auténticas.

 

La imaginación no se impone; surge cuando les dejamos explorar el mundo real.

 

Pero no se trata de demonizar tradiciones o de dar recetas universales. Cada familia debe encontrar su camino, reflexionar y elegir con conciencia.

 

Como decía María Montessori , la clave está en ser honestos y respetuosos con los niños: “Hagan lo que quieran con Papá Noel... pero no desestimen los sentimientos de los niños ni subestimen su capacidad para comprender la verdad”.

 

Por supuesto que es posible conciliar el respeto por la infancia, cuidar las historias que les ofrecemos y, además, participar de esta magia. Lo que sí es importante es hacerlo con el mayor respeto y honestidad posible.

 

La Navidad es una invitación a crear recuerdos reales. A compartir momentos simples pero llenos de significado. Porque cuando las luces se apagan y los regalos se olvidan, lo que quedará será la magia de lo vivido juntos.

 

Haridian Suárez

Trabajadora Social y Educadora de

Disciplina Positiva (@criarconemocion)

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