![[Img #23960]](https://infonortedigital.com/upload/images/12_2024/9543_carlos-martinez-buelbas.jpg)
I
Ella es una canción de Pedro Guerra o una de Miguel Ríos. Si se llamase Daniela sería como la canción de Pedro con puertas cerradas y otras abiertas y no como la de una chica que se enamora y cierra toda esperanza, sino como una Daniela que le pone el candado a sus noches para que nadie la interrumpa. En el caso de llamarse Lucía sería más bien una santa como la canción de Miguel, sí, pero de esas beatas que hablan poco y levantan su falda, para que alguien se apodere de sus poderosas caderas, porque eso sí, ella es jugosa como las frutas cítricas en las que se sacia toda la sed posible. Ella no podría llamarse Rosana, porque ninguna cantante tiene tanto ego para poner su nombre en una melodía propia. En caso de llamarse Mary, como la del Joe Arroyo, sus encantos tendrían poderes curativos. Sin embargo, ella es la fuente de mis tormentas emocionales. Ahora bien, sí se llamase Diana como la de Diomedes Díaz, pasaría su vida navegando en barcos piratas. Si su nombre fuese Carmela, como la canción de Sabina, sería merecedora de versos cada mañana por un poeta consagrado. Si ella llevará por nombre Penélope como la de Serrat, duraría veinte años tejiendo los sueños que anhela su alma. Si ella se llamara Angie, como la de los Stones, deambularía por el mundo con una mirada melancólica esperando que aprenda a tocar el piano. Sin embargo, se llama Laura y como sabemos todos: Laura no está, Laura se fue y se llevó con ella nuestra historia y el osito de peluche de Taiwán que le regalé.
II
Como su nombre es una canción, sólo sé decir el suyo, tanto así, que olvidé el que mis padres me adjudicaron durante el bautismo. Ella es Laura, pero no como la Lady Laura de Roberto Carlos, porque sus abrazos están ausentes desde hace tiempo, tampoco puede llamarse Judith como la que menciona Silvio, porque el idioma en que escriben sus manos es tan perfecto, que es capaz de dibujar mapas en el cielo. Es tanta mi devoción por ella que sería incapaz de llamarle Flaca o Petisa, porque estaría aludiendo a una loca bajita que, al momento de nacer, me otorgaría la satisfacción de ser padre. No puede llamarse Maribel como el personaje del Flaco Spinetta, porque está durmiendo la siesta, buscando la libertad de su alma. Menos su nombre puede ser la Violeta de la que habla Sabina, porque las violetas se secan sin los besos que no puedo darle a ella, más bien podría llamarse Marielys. Sin embargo, este nombre no está en ninguna canción, pero sí es cercano a un poema épico. Mis recuerdos con ella, se divisan en unos pasillos con luces rojas, como la Roxanne de The Police y son eternos como la Yolanda de Milanés, pero lastimosamente no es la más bella historia de amor que tuve como Lucía de Serrat. A pesar de todo, ella es más que una canción, aunque no esté conmigo, porque siento que camina con la filosofía entre sus manos como la Ana de Filio. Por eso, la busco por todos lados como a la Tania del Joe, porque estando en su compañía se me borra el mundo y descubro el cielo, como dijo Víctor Heredia y me frustra que, aunque sepa que vivo cerca del Boulevard de los sueños rotos, no viene a buscarme ni lo hará en el futuro.
Carlos Martínez Buelvas (1988), Barranquilla – Colombia. Docente de Literatura, finalista del Premio Nacional Casa de Poesía Silva 2023. Ha publicado cuentos y microcuentos en la versión digital de El Espectador (Colombia), así como para el Colectivo Internacional de Minificción. También, publicó ensayos en la revista digital Visor (España). De igual modo, ha participado en antologías poéticas locales y en revistas literarias de Latinoamérica.
































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