Acequia Alta. Juan FERRERA GILEl aire de la Acequia Alta, desde la misma vuelta, decía mi madre que era una especie de bendición, una maravilla que se extiende hasta el barrio de Las Chorreras, por otro lado, tan cercano y alejado a la vez.
Ese aire de la Acequia Alta es el mismo que hemos sentido hoy, al dar la vuelta entera caminando: Visvique-Arucas-Hoya de San Juan-Castillejos-Chorreras-Arucas-Visvique. Y lo hemos vuelto a percibir antes de que el domingo, 4 de agosto, calentara el ambiente, de acuerdo con su estación y mes. Así que ese aire sigue existiendo, años después de que mi madre nos dejara: las cosas, los lugares, las sensaciones lucen eternas, mientras que las personas vamos y venimos, estamos y no estamos. Y en ese devenir transcurre la existencia en una especie de ciclo que no para, que no se detiene. Sin embargo, los aires y las emociones regresan cargados de recuerdos, miradas y visiones tan particulares que han venido para quedarse y dejar bien claro su papel: cada una de ellos en su correspondiente parcela.
Es el aire de la Acequia Alta el hilo del tiempo, el filamento que ilumina permanentemente la vida.
Y esa sensación de la brisa que sube del mar isleño, la otra parte de la isla, viene a significar algo así como la eterna presencia de quienes nos precedieron. Es verdad que el paisaje y el paisanaje mutan continuamente. Pero no es menos cierto que percibimos, también, momentos evocadores de instantes inolvidables. A veces una sencilla brisa es más que suficiente para recordar lo que debidamente debemos no olvidar.
Y lo señalamos en esta ocasión para que se sepa y, sobre todo, para intentar darnos cuenta de nuestra pequeñez y de nuestra vanidad, que por momentos nos aturde, nos desorienta y nos despista. Cuando paseamos por la ciudad, vemos a gente que disfruta en las distintas terrazas y, ante un cortado o un café, disfrutan el ver pasar la vida. Pues esa misma sensación en forma de aire no solo es una declaración de intenciones, que también, sino la evidencia clara de nuestra presencia en el mundo real, aunque ahora la hayamos llenado de palabras que intentan superar su estrechez y, hasta cierto punto, su valor.
No sabemos explicarlo de otra forma. Limitados que somos.
Juan FERRERA GIL
































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