Microrrelatos. "La niña de los ojos verdes"

Muchas eran las historias que se contaban sobre ella en el pueblo y, sin embargo, hasta que por fin pude conocerla, nunca me las creía.

Olga Valiente Miércoles, 27 de Noviembre de 2024 Tiempo de lectura:

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía Ana, una niña de 8 años con los ojos verdes más bonitos que he visto nunca. Muchas eran las historias que se contaban sobre ella en el pueblo y, sin embargo, hasta que por fin pude conocerla, nunca me las creía. Aún recuerdo aquel encuentro, su voz cálida, su carita de ángel y el aire tan fresco y con olor a flores que parecía seguirla a todas partes. Al parecer, según los rumores, cuando Ana se sentía feliz, el viento que soplaba en el pueblo parecía danzar y llevar con él música agradable y un ligero olor a jardín. Pero cuando estaba triste, una ráfaga helada se adueñaba de las calles y las casas.

 

Un día, según la historia que escuché de Rosa la panadera, mientras la niña paseaba junto a río, Ana divisó una cueva escondida y oscura que nunca antes había visto. Con valentía, y sin pensarlo mucho, se adentró en ella y encontró un cristal azul y brillante flotando en el aire, justo en el centro de la cueva. Se acercó y escuchó susurros que salían de él:

 

“Eres la última guardiana del viento Ana. Tienes en tu interior el poder de traer la calma o sembrar el caos, así que sé cuidadosa”

 

Ahí fue cuando Ana comprendió por qué notaba que el aire a su alrededor cambiaba según su estado de ánimo. Todo tenía un propósito. De vuelta al pueblo decidió que practicaría en secreto cómo domar el viento y cómo escuchar los mensajes que éste trataba de transmitirle. Poco a poco aprendió a crear tormentas cuando a su pueblo le hacía falta agua para sus pastos o a suavizar las brisas para evitar que los animales se asustaran. Pero todo lo que hacía tenía un precio a cambio: cada vez que usaba su don, el cristal de la cueva se consumía y con él, su propia energía vital.
 

Una noche de abril, en la tele avisaron de la llegada de una gran tormenta que destruiría todo a su paso, aconsejando a todo el mundo no salir de casa. Los vecinos, nerviosos, empezaron a correr en busca de refugio para sus animales y cosechas, pero Ana sabía que la única opción de evitar el desastre era si ella intervenía. Así que, pese a la negativa de sus padres, comenzó a gritar:

 

—¡Detente! ¡Deja a mi pueblo en paz!

 

Los vientos obedecieron a la primera y cesaron. Las nubes oscuras se disiparon tras las montañas y el agua del río desbordado volvió a su cauce. Pero Ana, se desmayó exhausta.

 

Al despertar, el cristal que llevaba colgado al cuello desde el día que lo encontró, se había vuelto transparente y ella, se notaba diferente. Sus poderes habían desaparecido y ella lo sabía. Pero lejos de sentirse triste o apesadumbrada, Ana no pudo más que salir corriendo a comprobar que todos sus vecinos se encontraban bien, pues para ella lo único importante era saberse querida y protegida por todos los que la habían visto crecer y tanto la cuidaban.

 

Su pueblo estaba intacto y Ana se sentía la niña más feliz y afortunada del mundo.

 

Olga Valiente

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