Microrrelatos. "Eco"

Cientos de personas, miles de historias que nunca llegan a cruzarse, gente que viene y va, el ruido de los coches que tratan de llegar a su destino y, en el fondo de sus corazones, el eco.

Olga Valiente Miércoles, 13 de Noviembre de 2024 Tiempo de lectura:

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Tengo la impresión de que mi ciudad vive a mil por hora. Todo en ella es caos, ruido, luces y pasos apresurados. Por la noche descansa, dando tregua a la luz de las pocas estrellas que el aire intoxicado deja observar desde abajo, y por el día vuelve a la carrera. Cientos de personas abandonan su refugio, pocas veces llamado “hogar”, y comienzan a caminar a toda velocidad, como si fueran ríos desbordados, con la mente puesta en miles de cosas y en nada a la vez.

 

En el metro, los que van trajeados y con corbata, miran ansiosos sus relojes. Quizá lleguen tarde a la reunión de las 8. Los adolescentes, con música en los oídos y cara de sueño, muestran las pocas ganas que tienen de ir a clase. En su mente tararean la canción con más éxito en tik tok. Frente a ellos, un chico musculoso y una mujer con los ojos hinchados. Él, decidido a pasar dos horas levantando pesas frente al espejo. Ella, directa a despedirse de su madre en el hospital tras saber que está a punto de fallecer. Pero nadie lo sabe. A nadie le importa.

 

En la esquina de un cruce abarrotado de gente, junto a la salida del metro, una niña suelta la mano de su madre y se queda mirando a un hombre que toca el violín con desgana, con el estuche abierto y vacío a sus pies. Su madre se gira, la llama y tira de ella en un intento de no llegar tarde al colegio, mientras ella parece estar hechizada por aquella melodía triste.

 

Un repartidor en patineta a punto de arrollarla, maldice la lentitud de los demás por la mañana, y la maldice a ella. Por su culpa casi se le cae el desayuno que acaba de recoger en la cafetería de la esquina y que necesita llevar hacia la zona pija de la ciudad. El pedido lo realiza una influencer de moda que quiere grabar la comida tan healthy que desayunará esa mañana.

 

En un local atestado, un hombre escribe frenéticamente en su portátil mientras se le enfría el café. Las ideas se le agolpaban en la cabeza y si no las escribe no podrá publicar su libro. El libro que no se leerá nadie a menos que una niñata de 20 años lo nombre en su Instagram. A su alrededor no hay nadie. Ni el hombre que tira de la correa de su perro mientras lee el periódico, ni la mujer con rostro cansado que sirve los cafés, ni el joven que mira el móvil con mirada perdida.

 

De fondo, la sirena de una ambulancia que cruza la calle a toda prisa llevando dentro a un niño con crisis epilépticas que empezaron tras usar durante horas la videoconsola.

 

Nada en mi ciudad se siente diferente. Todo sigue su curso. Cientos de personas, miles de historias que nunca llegan a cruzarse, gente que viene y va, el ruido de los coches que tratan de llegar a su destino y, en el fondo de sus corazones, el eco.

 

Olga Valiente

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