La historiadora Elena Santiago Páez en un momento de su intervención ayer sobre el pintor holandés del periodo Barroco/A.M.¡Vivan los artistas! Con esta exclamación espontánea rubricó ayer Elena Santiago Páez (Madrid, 1942) su disertación sobre la figura de Rembrandt, en la sede del Centro e Interpretación del Paisaje de Moya. Ese ¡Vivan los artistas! significó la guinda que merecía el completo análisis sobre el pintor holandés del periodo Barroco, cuya obra de conjunto sería diseccionada con entusiasmo no disimulado por la invitada, poniendo el foco en la técnica del grabado.
El conocimiento erudito de la conferenciante, doctora en Historia del Arte, tradujo lo programado como una charla en una lección magistral, premiada en la culminación con prolongados y cerrados aplausos de la nutrida asistencia, en la que predominaban profesionales del gremio educativo.
“Los grabados hay que tenerlos en la mano, muy cerca, para valorarlos justamente. Asombra el arte conseguido por Rembrandt en una plancha metálica con tinta”, había declarado antes en un pasaje de su exposición. Inequívoca admiradora del artista holandés, Elena Santiago lo calificó de grandísimo retratista, pintor y grabador, que “saca siempre de cada personaje el interior, su carácter, su psicología, su estatus en el mundo”. Citó al respecto ejemplos con El mercader y El predicador, entre otros.
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Pareció impresionada con los retratos de la madre anciana, figura por otra parte de notable influencia en cierta religiosidad de su hijo Rembrandt, que éste proyectaría a su aire en el arte. “Retrató a su progenitora con un realismo interior, cariño y respeto a la vez”, opinó Elena Santiago.
Matizó algunos trucos artísticos recurrentes de los pintores de la época, en algunos casos extendiendo una mano fuera del marco para llamar la atención del espectador, como se observa en El predicador. “Los artistas son los mejores para captar los mejores detalles de los otros”, explicaría la disertante. En este contexto de enlaces creativos, encuadró la admiración de Rembrandt por Durero, Rubens por Rembrandt, y Picasso por Goya.
Elena Santiago evocaría como desde que tenía apenas veinte años hasta poco antes de su muerte, la actividad artística de Rembrandt van Rijn (Leiden 1606-Amsterdam 1669) fue incesante, de modo que sus dibujos se cuentan por millares. Pintó más de 400 cuadros y, entre 1628 y 1661, grabó 290 planchas.
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“Si como pintor ocupa un lugar muy importante en la historia del Arte, como grabador al aguafuerte nadie se le puede comparar. Ideó y consiguió lo que nadie había alcanzado hasta ese momento. Aprovechando la cualidad fundamental del grabado, que es la posibilidad de obtener múltiples estampas a partir de una sola matriz, logró representar secuencias temporales de una imagen, casi cinematográficas, a partir de una misma plancha a base de trabajarla en fases sucesivas y de entintarla con diferente intensidad”, destacó la historiadora.
A su juicio, constituyó un ejemplo La huida a Egipto de noche (1651) en la que, a base de seguir trabajando la plancha para que retuviera cada vez más tinta, representaría en las pruebas sucesivas que iba estampando tras cada modificación, el avance de la noche, progresivamente más oscura a medida que la luna desaparece hasta que, en las definitivas de los últimos estados, apenas se pueden distinguir, a la luz de un farol, las figuras de los fugitivos.
Elena Santiago hizo hincapié en la utilización por el artista holandés de diversos tipos de papel e incluso de pergamino, para proceder a entintar y limpiar la plancha de diferente manera y obtener pruebas que son únicas, pues los efectos de la luz y la sombra, o la calidez o brillantez de la imagen que consigue en cada una, son distintas, como en el impresionante Entierro de Cristo de 1654.
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Indicó como el mejor ejemplo de la transformación radical de una plancha a manos de su creador, una de las obras más famosas de la historia del grabado, Las tres cruces de Rembrandt, conservándose pruebas de cinco estados diferentes, que dieron lugar a dos versiones de la composición en las que probó con todas las técnicas y con todo tipo de soportes: pergamino, vitela, papel china, papel japón, papel europeo y con diversos efectos de entintado.
Rembrandt triunfó muy pronto como pintor y como grabador –subrayó-, siendo admirado por otros artistas de los Países Bajos y extranjeros. “Tuvo un importante taller con discípulos excelentes. Su obra fue solicitada por la floreciente burguesía de Amsterdam para la que pintó cuadros famosísimos como La lección de anatomía del doctor Tulp o La ronda de noche,” añadiría.
Anotaría a continuación que el pintor, gracias a su matrimonio con Saskia van Uylenburgh en 1634, ascendió rápidamente en la escala social. Amasaría una gran fortuna como autor de retratos y de historias. “Sin embargo, la dilapidó con la compra de obras de arte de todo tipo y de una gran casa donde hoy se encuentra su museo, el Rembrandthuis. A partir de la muerte de su mujer en 1642, los problemas que le ocasionó su relación con las dos niñeras de su hijo huérfano, y sus enormes deudas, le obligaron a vender todas sus posesiones, muriendo pobre y solo a la edad de 63 años”, puntualizaría la doctora en Historia del Arte, casi en la recta final de su exposición, y ante la audiencia presente en el salón de la Fundación Centro de Arte e Interpretación del Paisaje de Moya.
Elena Santiago, con ascendencia guiense por su padre (Miguel Santiago Rodríguez, “padre honorífico” de todas las bibliotecas y archivos de Canarias), había sido presentada al inicio por el concejal de Cultura y Participación Ciudadana del ayuntamiento de Moya, Antonio P. Suárez García.
Amado Moreno
































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