Una reflexión sobre el poder y la violencia sexual hacia la mujer
Cuando me sentaba frente al ordenador a escribir esta columna de opinión, la actualidad informativa de las últimas semanas me condujo directamente a una reflexión que me gustaría compartirles: la urgente y constante certeza de que debemos continuar trabajando para hacer frente a la cultura patriarcal y a la violencia machista con todas las herramientas que tengamos a nuestro alcance, comenzando por la educación desde edades más tempranas.
Recuerdo una ocasión que, en una de mis primeras labores en el ejercicio de mi profesión dentro del periodismo, entrevisté a la que entonces era responsable de la asociación de víctimas de violación de Madrid. Recuerdo mi impacto al ser consciente de la realidad que se expuso sin tajujos ante mis ojos y mi conciencia: cuando un hombre viola no lo hace para obtener placer sexual, lo hace para ejercer un poder sobre la persona que queda a su merced, una persona que para él no es más que un medio para lograr su objetivo, el ejercicio de su poder.
Entonces entendí que en el acto de violar o/y abusar de otra persona, se cosifica a la víctima, sea esta una mujer, una niña, un niño o una persona anciana, solo y exclusivamente con el fin de ejercer poder. Es una cuestión de ejercer dominio absoluto por parte de una persona que, por su situación de superioridad sobre otra, se permite el deleznable 'lujo' de abusar de otra ya sea porque cuenta con el dinero suficiente para ello o porque ostenta una posición de superioridad en el ámbito laboral o porque cuenta con una relación de parentesco que le permite desde su superioridad abusar de la vulnerabilidad de la otra persona. Me temo que las situaciones son de lo más variadas, como ustedes bien sabrán.
Fue precisamente esa situación de poder la que llevó a Iñigo Errejón a abusar de mujeres para satisfacer su ansia de ejercer su poder sobre ellas. Que esta conducta tan repudiable que hemos conocido a través de los medios de comunicación se produzca por parte de una de las caras más visibles de un partido político que ha abanderado el feminismo y la igualdad entre los sexos desde sus propias premisas fundacionales, no solo me ofende y me enfurece, sino que pone de manifiesto dos cosas: primero, que el poder de la cultura patriarcal y de la violencia sexual es tan sumamente enorme y lo tenemos tan metido en nuestras venas, tanto a nivel cultural como a nivel personal, que las convicciones ideológicas que uno dice ostentar y representar en el ejercicio de la actividad política, o en cualquier ámbito, parecen no ser suficientes para frenarlo.
Y segundo, que todavía nos queda mucho, pero muchísimo para lograr ese algo tan anhelado como es una sociedad de iguales y, por tanto, construir una sociedad en democracia justa e igualitaria donde podamos vivir sin sentir amenaza ni miedo de, por ejemplo, adentrarnos en una calle en plena noche.
Este fue precisamente uno de los temas sobre los que se estuvo reflexionando en el seno del Encuentro insular de Mujeres de Gran Canaria celebrado hace unas semanas de mano de la Asociación Incluye, con apoyo del área de Igualdad del Cabildo Insular de Gran Canaria, y que congregó en Teror a más de medio centenar de mujeres vinculadas al tejido asociativo, feminista y de economía social de la isla.
En este encuentro se abordaron diferentes temas, entre ellos, en cómo el sistema económico del capitalismo está diseñado e intrínsecamente cimentado en la existencia de una enorme masa de mano de obra silenciosa que no ostenta valor mercantil, ya que es un trabajo que se realiza fuera de los parámetros del mercado, pero que beneficia directamente al mismo, como es el trabajo de las amas de casa, un trabajo de cuidados que no recibe retribución con un sueldo mensual pero sin el cual, el propio sistema económico liberal capitalista en el que vivimos no tendría sustento. ¿Quién paga las horas que una mujer, tanto a la que trabaja fuera de casa como a la que trabaja dentro de ella, invierte en ir al supermercado, limpiar la casa, preparar la comida, cuidar a la prole, llevarla al colegio...? ¿Quién me paga a mí todo ese trabajo? Yo se los digo: nadie pero aún así lo ‘tengo’ que hacer. El sistema da por sentado mi obligación de hacerlo.
Sobre ello nos habló la doctora en Economía Carmen Castro García, quien hizo una brillante exposición que personalmente me ha llevado a observar la realidad del sistema a través de las gafas violetas en el ámbito de la economía. Les recomiendo la lectura de su ensayo 'Claves feministas para transiciones económicas', donde aborda esta temática con mucha más precisión, estudio y conocimiento.
Pero también se abordó un tema que está muy presente dentro del actual debate social y del movimiento feminista, que es uso y abuso del cuerpo de las mujeres como mercancía. En este aspecto es en el que enlazo con la temática con la que empecé esta columna: el poder patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres y la configuración del mismo como un objeto de consumo masculino. ¿Y por qué es esto posible? Pues porque el cuerpo de la mujer se concibe como una mercancía. En un contexto neoliberal político y económico, el deseo de la mujer no importa. Su cuerpo, sí: es comprable y vendible.
Este es el origen de las mafias de la prostitución, de la pornografía y del vientre de alquiler. Son negocios muy lucrativos que mueven miles de millones de euros al año, como lo son los de la venta de armas o de drogas. Ese es el motivo por el que no se van a erradicar; por eso, se venden armas a Israel y a otros países en guerra y los narcos de la droga viven a cuerpo de rey, porque están en el centro del propio mercado, como la prostitución y la pornografía. Ellos SON el mercado. Un mercado que siempre ha concebido el cuerpo de la mujer, sobre todo si esa mujer es inmigrante y pobre, como una mera mercancía.
La socióloga Rosa Cobo lo explica de manera muy suscinta en su ensayo 'Pornografía. El placer del poder', del que también nos habló en el encuentro insular al que me referí anteriormente. En esta clarificadora obra, la profesora de Sociología subraya que la pornografía no solo elimina el deseo de las mujeres sino que legitima la inferioridad de las mujeres que son mostradas como mercancía sexual y como objeto de consumo a disposición del varón. “Las mujeres son medios a través de los cuales los varones alcanzan el fin, que no es otro que el deseo de poder masculino”, afirma Cobo en este interesante ensayo cuya lectura recomiendo encarecidamente.
Adentrarme a explicar con profundidad estas tesis resultaría muy complicado para mí, dado que solo soy una iniciada en estos temas, por ello, les recomiendo mejor que se acerquen a estos trabajos. Vayan a la fuente, lean y conozcan por sus propios medios. Siempre es lo más adecuado.
Todas estas reflexiones me trajeron a la mente la novela 'El cadáver exquisito' de la escritora argentina Agustina Bazterrica, una obra que nos adentra en una sociedad distópica en la que la carne animal no se puede consumir y, como tal vez han podido imaginar, es sustituida por carne humana, creando granjas de seres humanos cuya carne es comprada y vendida por personas con los recursos económicos suficientes para ello, personas sin escrúpulos en una sociedad del 'sálvase quien pueda'.
Deshumanización, crítica al consumo de carne animal por parte de nuestra sociedad contemporánea y el uso de los cuerpos de los demás y, en concreto, del cuerpo de la mujer como carne a consumir y como recipiente para crear un nuevo ser humano, son algunos de los temas que Bazterrica aborda en esta estupenda novela de ficción.
¿Realidad o ficción? A veces me da por pensar si la realidad de nuestro siglo no estará superando a la ficción. Me gustaría creer que la realidad no es tan cruel ni tan inhumana pero entonces enciendo la tele, leo los periódicos... Y contemplo con estupor que la realidad es mucho peor.
Josefa Molina































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