Los finaos
Foto: Google![[Img #22487]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2024/7495_02finados.jpeg)
A mí, aunque estoy abierto a novedades, no me gusta mucho esa intromisión americana, sobre todo por el hecho de que se echan a perder millones de calabazas, vaciándolas para luego tallarles ojos, nariz y boca llena de dientes, e iluminarlas por dentro con el fin de que parezcan terroríficas. Parece ser que dicha americanada ya está arraigada en nuestro país, por lo que no me extrañaría que, cuando menos lo esperemos, nos encontremos comiendo pavo al horno para celebrar el día de Acción de gracias. Crucemos los dedos para que no suceda.
Sin duda alguna, yo me quedo con Los Finaos. Pero antes de hablar de esa fiesta tan divertida como macabra, pues realmente se festeja a la muerte, quiero hacer un inciso para seguir hablando de las calabazas, no de las espeluznantes calabazas de Halloween sino de la monumental escultura que ahora está en Londres, más concretamente en Hyde Park, donde permanecerá hasta el mes que viene, que mide seis metros de alto y cinco y medio de radio,
![[Img #22489]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2024/991_03finados.jpeg)
… cuya autora es una japonesa nacida en 1929, todavía vivita y coleando a sus noventa y cinco años,
![[Img #22490]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2024/1660_04finados.jpeg)
… llamada Yayoi Kusama. La pieza, de color amarillo con lunares negros, está hecha de acero inoxidable, mosaico y bronce y, por lo que he leído, la autora utiliza su habilidad como medio para mitigar los síntomas de sus problemas psicológicos. Parece ser que es precursora del arte pop y el minimalismo, así como del arte feminista, y que ha influido en algunos de sus contemporáneos como Andy Warhol y Claes Oldenburg.
Volviendo a los Finaos, recuerdo que mi madre nos preparaba, a mi hermano Agustín y a mí, una talega en la que nos ponía dos bocadillos de tortilla, otros dos de chorizo de Teror, o de queso, almendras con cáscara, higos y tunos pasados, además de las castañas, y que, con la fresca de la mañana, partíamos para el Barranco de Guayadeque un rancho de chiquillos. Éramos todos vecinos y siempre iba el padre de alguno de nosotros a cuidarnos.
La caminata llegaba hasta Cueva Bermeja, y allí, bajo los morales, balos y acebuches, montábamos el campamento y, tras desayunar, empezábamos a jugar al pañuelo, a jilo, a calambre, a piola, al fincho, a imitar el vuelo de las aguilillas, las moñas de los pájaros capirotes, y a lo que fuera; sólo hacíamos una pausa para almorzar y venga otra vez a jugar, excepto si llovía, hasta las cinco de la tarde, que cogíamos rumbo para estar en casa antes del anochecer.
Recuerdo que, poco antes de cumplir diez años, en Los Finaos de 1962, mi madre aprovechó nuestra excursión a Cueva Bermeja para que le lleváramos una gallina a una prima suya que vivía en el aquel barrio. Mi hermano, que era dos años mayor que yo, me la hizo llevar todo el trayecto, salvo cuando ya estábamos llegando, para presumir ante la prima de mi madre. Y según la agarró por las patas, vi, de repente, que la gallina estaba poniendo un huevo. Por reflejo extendí la mano y lo cogí por el aire, ante las alegres risas de los chiquillos que presenciaron la escena.
Tengo grabados aquellos carcajeos en el sentido. Son como campanillas que resuenan y tintinean, y creo escucharlos cada vez que se acerca el día de Los Finaos y voy al Barranco de Guayadeque, como si sonaran en el aire, como si el eco de las montañas los hubiera guardado entre sus riscos con la intención de repetirlos para mí.
Quico Espino

































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.49