Microrrelatos. Te odiaré toda la vida

Al escucharlo, Martínez no pudo evitar sobresaltarse y en un acto reflejo se le cayeron el bolígrafo y la carpeta al suelo provocando que el comisario lo mirara con incomodidad.

Rosa Delia Bolaños Lunes, 28 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:

El Comisario Torres había convocado una reunión a primera hora de la mañana en la Comisaría para comunicar los reajustes de personal de cara al verano, época de mucho movimiento en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. El agente Martínez llegó de los primeros y se sentó junto a algunos de sus colegas de promoción. Mientras terminaban de llegar los demás compañeros dispuso su carpeta y bolígrafo sobre la mesa y se acomodó el puño de la camisa impecablemente planchada y que marcaba su buena forma física. A pocos minutos para el comienzo de la reunión llegó el agente Santana que se sentó en la última fila con gesto de desgana a la vez que se limpiaba una mancha de café del pantalón. El comisario comenzó a asignar a los agentes a los distintos zonas de la capital indicando que Martínez y Santana estuvieran juntos en el distrito 8. Al escucharlo, Martínez no pudo evitar sobresaltarse y en un acto reflejo se le cayeron el bolígrafo y la carpeta al suelo provocando que el comisario lo mirara con incomodidad.

 

- ¿Algún problema, Martínez?

 

- No, no, Comisario. Disculpe la interrupción – Consiguió decir con apuro mientras recogía rápidamente sus cosas del suelo.

 

- ¡Otra vez el niñato este!- resopló y murmuró por lo bajo con fastidio, Santana.

 

Al día siguiente Arturo, junto al coche patrulla, no paraba de mirar el reloj impacientemente hasta que vio aparecer a Ramón. “Por fin llega Santana”

 

- Llegas tarde- Le soltó como único saludo.

 

- Vete acostumbrando, Arturito – Le contestó mientras se subía en el coche intentando acomodar su prominente barriga con el cinturón de seguridad y dejando en el aire un insoportable olor a sudor que hizo que Arturo abriera de inmediato la ventanilla del vehículo.

 

- No me llames Arturito. Tengamos la fiesta en paz, Ramón- A lo que éste respondió con una sonrisa burlona.

 

Estacionaron por la zona del Parque Santa Catalina para hacer una ronda a pie. Nada más llegar vieron un magrebí vendiendo bolsos de piel que al verlos comenzó a recoger la mercancía a toda prisa.

 

- !Eh, tú! – le increpó Ramón - No corras tanto - y le dio un empujón que lo hizo tambalear y se le cayeran los bolsos de la mano. Arturo, en un intento de que la cosa no fuera a más, se interpuso entre ambos y ayudó al hombre a recoger los bolsos y le dijo que se fuera de allí. De camino al coche, molesto por el incidente, Ramón le dijo:

 

- No vuelvas a cuestionar mi autoridad si no quieres vértelas conmigo. Eres un flojo. A estos moros hay que tratarlos así para que te respeten. Eso no te lo enseñaron en la Academia, ¿verdad, Arturito?

 

En un impulso descontrolado de rabia, Arturo agarró con fuerza el brazo de Ramón y lo obligó a mirarlo a la cara.

 

-Escúchame, bola de cebo. Ya no soy aquel novato recién salido de la Academia al que le amargaste el primer año. No te atrevas a amenazarme, porque te juro que no voy a dudar en elevar una queja al comisario.

 

- Ja! No te atreverás a denunciar a un compañero - replicó Ramón con tono socarrón zafándose bruscamente de las manos de Arturo.

 

- No te equivoques, Ramón. Tú y yo no somos compañeros y nunca lo seremos, así que no me provoques - y colocándose el puño de la camisa se subió al coche de nuevo.

 

Ninguno de los dos hombres se atrevió a romper el incómodo silencio que marcó el trayecto de regreso a la Comisaría pero ambos sabían que aquel iba a ser un largo verano.

 

Rosa Delia Bolaños

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