
“Cuando hace años conocí su pintura, tuve de inmediato una primera impresión que se ha ido afianzando posteriormente: Yolanda da color al aire. Surge su obra tan pletórica de fuerza interior, que plasmarla no es más que trasladar a un soporte material el maravilloso mundo íntimo que la nutre y la mantiene, y parece poder respirarse cuando se contempla.
Yolanda ha sabido poco a poco, serena pero firmemente, llegar a un punto de plenitud creativa de tal magnitud que la manifestación de ese mundo interior se produce en una gama amplísima de luz y color, y sólo con esos dos componentes ha conseguido expresar todo un universo de formas sugerentes, profundas, abiertas, acogedoras o terribles, cálidas, llenas de luces fantásticas u oscuras, tenebrosas, limpias; en suma, ha recreado el mundo, deber de todo buen artista, conforme a la imagen que ese mundo tenía en el fondo de su espíritu.
La línea, gran ausente en esta obra, no es necesaria; Yolanda sugiere, insinúa, susurra suavemente su sabia mezcla; los ojos del espectador hacen el resto. Surgen así los verdes y azules de su mar interior, ese mar que le llena el alma con su frescura y sus profundos rumores; surgen los blancos de espuma y los rosados ensoñadores; nacen los grises tenebrosos de las galaxias que pululan en su universo espiritual, y los negros del caos y la oscuridad que a veces no controla y llegan a dominarla.
Sus pinturas se llenan con los colores de sus recuerdos, de las mañanas y atardeceres de sus inicios terorenses; de todos y cada uno de los momentos que ha vivido y que colman su intimidad de experiencias nutrientes.
Yolanda Graziani, la gran innovadora, la pintora de los paisajes del espíritu, nos ofrece con su arte toda su vida, donde hasta la oscuridad tiene colores. Sepamos ser agradecidos mirándolos también con los ojos del alma y llegaremos a comprender, aunque sea mínimamente, la maravilla de ese paisaje espiritual”
Con estas palabras presenté la exposición de sus obras que como concejal de Cultura de la Villa organicé en agosto de 1993. Intentaba recuperar su recuerdo y su impactante presencia en el lugar que ella más había amado y creo que entonces lo conseguí.
Yolanda, una artista con raíces en Italia y su corazón latiendo en nuestra tierra, ha sido siempre terorense. Por devoción, por afecto, por vivencia y creo que hasta por un profundo gesto de amor hacia este lugar al que su vida se ligó con la de toda su familia en la segunda década del pasado siglo.
DON AGUSTÍN GRAZIANI
Agostino Graziani nació en 1888 en Rávena, capital de la región italiana de la Emilia-Romaña, al norte del país. Llegó a nuestra isla en 1913, como auxiliar de un dentista; pero le gustó tanto nuestra tierra que volvió a Italia y casado con su compatriota Blanca Rosa Patarga inició ya al año siguiente el resto de su larga vida, ya afincado en Gran Canaria.
Dedicado a la odontología se trasladaba con frecuencia desde la capital por los pueblos de la isla, pero sería la Villa de Teror la que desde un primer momento le enamoró y le decidió a tener casa en alquiler en ella, para las vacaciones familiares o periodos de reposo y descanso, que poco a poco le relacionaron con toda la vida social y cultural terorense.
Muy relacionado con su país natal, llegó a ostentar varios títulos italianos, como los de Caballero de la Corona de Italia, Comendador de la República Italiana, Estrella al Mérito del Trabajo de Italia, etc.
Formó una familia, ya plenamente canaria con su esposa y sus hijos Pedro, Iván, Pablo, Agustín, Bruno, Albino, Yolanda, Blanca y Mafalda; con los que estableció una pronta relación con Teror y los terorenses; de tal manera que ya en junio de 1925, la prensa de la época reseñaba que la familia se encontraba en la Villa acompañando a la convalecencia de una enfermedad de uno de sus hijos mayores.
El punto álgido de esta relación de Graziani con Teror se produjo hace noventa años, en octubre de 1934, cuando gracias a su intervención, el cardenal Eugenio Paccelli, que se encontraba en el Puerto de Las Palmas a bordo del trasatlántico “Conte Grande” que lo trasladaba desde Argentina de regreso a Italia y bastante remiso a bajar del mismo por los graves sucesos ocurridos aquel mes en todo el país, subió con él y otras autoridades y llegó hasta la Basílica del Pino, siendo con ello el único Papa -en 1939 el cardenal ocuparía el solio pontificio con el nombre de Pío XII- que ha visitado el Santuario del Pino.
Sus costumbres, su pasión por la música, su amor a nuestra tierra, así como algunas de sus aficiones. Su excelente dominio de la ocarina era famoso en toda la isla le acercaban aún más a nuestros paisanos del pasado siglo.
Agustín Graziani falleció el 28 de diciembre de 1982, dejando una estela de buenos recuerdos y una sensible presencia aún rememorada por muchos de nuestros paisanos. Y aunque toda su familia siempre ha tenido una peculiar relación con la Villa, sería su hija, la extraordinaria artista Yolanda Graziani quien ha continuado hasta la actualidad la presencia de esta familia, de profundas raíces italianas, trasladas al fértil suelo del valle terorense.
Salvador Dalí afirmó que su técnica era “prodigiosa y su fantasía te hace ver estos mundos alejados para las personas corrientes pero que existen, en la luna, en el cosmos y que es sólo dado a ver a los elegidos”
Ella siempre ha dicho de su pintura que “no es realista ni abstracta, es un sueño”
En 1980, el ayuntamiento terorense convocaba la I Bienal Regional de Pintura, a la que podrían concurrir cuantos pintores canarios o residentes lo desearan. La apertura tendría lugar el uno de septiembre, prolongándose durante la primera quincena del mismo mes, como una más de las manifestaciones artísticas programadas dentro de las Fiestas del Pino de aquel año. Yolanda formó parte del Jurado y entregó parte de los premios a los galardonados.
Una tarde de la semana del ciclo de conferencias de las Fiestas del Pino de 1991 pude tratarla por primera vez y expresarle mi admiración. El 9 de septiembre se abría su exposición y al día siguiente volvía para asistir como público a la Velada Poética, que bajo el título de “Mi vida y la poesía” contó con la intervención de Pino Betancor, José María Millares Sall y Domingo Velázquez y su amiga Pino Ojeda. El mismo día conocí y traté a personas a las que admiraba profundamente y también a Domingo Doreste, nieto de Pino Ojeda con quien mantengo una cordial y afectuosa amistad.
En los años siguientes se afianzó el retorno y la relación de Yolanda con Teror y la propuesta de crear una Fundación destinada a que fuera nuestro municipio el heredero y custodio de la gran cantidad de obras que de todas sus etapas creativas había ido atesorando la artista.
Todo ello se plasmó con la creación al fin, del “Museo Yolanda Graziani” en 1999, una exposición permanente en los antiguos salones del Palacio Episcopal destinado por entonces a fines culturales.
El 25 de junio de 1999 se inauguraba juntando ochenta obras tasadas por Martín Chirino en unos 240.000 euros según el valor de aquel momento; y que según la propia Yolanda recogían sus diferentes etapas creativas “desde la negra, la gris, la blanca, la de color, e incluye la más actual donde los tonos pastel juegan un papel fundamental, siempre conjugados con el blanco; se corresponden con las series sucesivas de mis temas: el cosmos, paisajes marinos, los volcánicos, el paisaje lunar”
“No sé si sabes -afirmaba- que antes que los primeros astronautas pisaron la luna, yo, de manera casi premonitoria, realicé unos temas lunares en tonalidades que se correspondían con la realidad que vieron los astronautas; aquello fue celebrado, incluso por un científico astrofísico que vino a esta isla…reconozco que usar y aceptar la policromía que ahora hay en mi obra coincide con una etapa personal de armonía en lo artístico y en lo humano. Esto último, lo humano, siempre lo he cultivado con el máximo amor, pero ya sabes: la vida no es siempre grata, nos depara vicisitudes imprevistas que nos hacen sufrir doblemente, sobre todo si, como yo, tienes la sensibilidad a flor de piel y te afecta hasta el aire que te roza”
La historia y posterior periplo de este museo ahí queda, para desgracia de Teror.
Estos últimos años, cuando Yolanda lleva ya más de noventa años afirmando con su talante, su obra, su andar vital, su orgullo de canaria ha sido cuando han llegado por un lado el libro biográfico de Juan Francisco Santana “Yolanda Graziani. Una pintora visionaria”, y cuando el Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria la ha distinguido con el CAN de Gran Canaria en las Artes.
El 4 de agosto del 2000 presenté al Ayuntamiento de Teror las propuestas conjuntas de nombrar Hija Predilecta a Pino Ojeda Quevedo y a ella como Hija Adoptiva.
“Nombrar como Hija Adoptiva de la Villa de Teror a doña Yolanda Graziani Rosa, pintora afincada en nuestra Villa, en reconocimiento a los valores artísticos y plásticos de su pintura y a la relación que desde siempre ha mantenido con la Villa Mariana y que la ha convertido en permanente y voluntaria valedora de nuestro municipio y sus habitantes”
Dos meses más tarde, el 5 de octubre del 2000 se tomaba el acuerdo plenario para ambas mujeres artistas y terorenses hasta lo más profundo de sus almas, y se cumplía con una parte de la deuda que los hombres y mujeres de este municipio tenemos con ella.
Deuda que no estará pagada del todo hasta que su obra o parte de ella vuelva a Teror, su Teror, la tierra a la que tanto amó.
EN TEROR,…NATALIA Y YOLANDA,..POESÍA Y PINTURA EN EL RUMOR DE LA VILLA MARIANA.
(“Tertulia canaria” por Juan Sosa Suárez, “Belarmino”, en El Eco de Canarias el 8 de febrero de 1968)
Primer domingo de febrero en este Teror de los paseos silenciosos de González Díaz y los castaños grises y rumorosos. El pino en alto y como dando la bienvenida al forastero o visitante. Hay campanas que esparcen pausados sones sobre la lobreguez y la pureza del viejo templo. Estamos en Teror y todavía nos queda el eco de las peregrinantes canciones:
"Ay, Teror. Teror, Teror,
ay, Teror, qué lindo eres..."
Nos ha traído a la histórica villa de las fuentes perennes y los valles en flor, el deseo de compartir unas horas, amablemente invitados, con los señores de Graziani y su hija, la pintora Yolanda. Damos por feliz nuestra arribada a esta paz, a este rincón entre flores y nubes, parabienes y abrazos. Y esta luz tenue, y este aire dulcísimo, abanico que se nos abre en el hogar, oliente a paz y a claridad, de nuestros amigos.
¿A través de estas improvisadas ventanas, desde estas soledades, cómo llegará el lejano palpitar del mundo? Imagino que, más de una vez, los ojos se cerrarán y volverán a abrirse, oyéndose el viento o la lluvia, para volverse a cerrar sobre la leve almohada de las cavilaciones. Todo parecerá lejano, insistente, diferente, hasta que la luz de la amanecida inunde el corazón de nuevas esperanzas.
Yolanda debe de tener aquí un álbum poblado de recuerdos. La flor de su juventud, su primer colegio y su primera pintura, y el color y la música de otras estancias, con la nostalgia y la historia de los lares lejanos.
Por eso nos ha abierto el cuarto de sus óleos y ensueños. Su sala de sufrimiento pictórico, donde las noches le amanecen con la luz primera, apenas sin haber dormido. Cuadros de pasión, fragmentos de deliquios y esperanzas, arrancados al silencio y a la soledad. Poemas de su corazón con patéticos colores.
Está aquí Natalia (1). Subió hace unos días a gozar el atardecer, desde este promontorio, sobre los barrancos, cruces y herbazales de este idílico Teror. A gozar esta nueva experiencia por si su corazón, otra vez, escribe para los demás aquellas cartas dirigidas al mar, sólo que esta vez, al monte que azulea y al agua resbalante cañaveral abajo.
Don Agustín nos toca en su ocarina dulces aires napolitanos. Don Agustín, y con él todos los de su sangre, se siente orgulloso de tener a Yolanda. Su corazón nos lo dice soplando, agitado, el sentimental instrumento.
Luego de la mesa hemos pasado a la tertulia. Las paredes escuchan. El mundo está lejos. Gorjean los pájaros en la tarde que ha empezado a entibiarse. Ha ido pasando la tarde. Todo parece alejarse. Este encanto familiar, como aquel de Antonio Machado, a la sombra del familiar retrato, no desea romperse.
Sin embargo, nos despedimos para volver otro domingo, otro mediodía cualquiera. Volver. ¿No es como una esperanza?
Descansa en la paz de los paraísos que creaste, Yolanda.
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror
1.-Natalia Sosa Ayala, la extraordinaria escritora, hija de “Belarmino”
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