La magia del cine

Quico Espino

Hace poco, en el supermercado de Sardina, una mujer se me quedó mirando y, sin más, tan pronto vio que yo fijé mis ojos en ella, alegremente, empezó a hablar y se metió una retahíla que me dejó sorprendido:
 
-¡Qué bien nos lo pasábamos en clase de Cine! Hace mucho tiempo de eso y aún me acuerdo perfectamente de todo: del casting de obligado cumplimiento que nos hiciste hacer para poder cursar esa asignatura; de aquella cámara de video que pesaba un quintal; de las veces que nos hablaste de la magia del cine, como un imán que te atrae; de los movimientos de la cámara, el travelling vertical, el lateral; del tiempo cinematográfico, el flashback, el cambio de tiempo; del espacio global sintético, ese espacio que se crea en el cine; de los paseos por la Calle Larga, haciendo entrevistas a la gente: cuáles eran sus actores y actrices preferidas, qué director, qué género de películas les gustaba más…
 
Hizo una pausa que aproveché para meter baza:
 
-Perdona, pero no me acuerdo de ti. Veo que tú lo recuerdas todo, que tienes una memoria prodigiosa,  pero yo no caigo en quién eres.
 
-Es que hace treinta y tres años que no nos vemos. Al acabar aquel curso yo me fui a vivir a la península, porque mis padres son de León, y ahora vine a Sardina de vacaciones con mi marido y mis hijos. Te reconocí porque tú no has cambiado mucho, pero ya debes tener tus añitos, ¿no? Yo tendré cincuenta dentro de poco, o sea que tú…
 
-El mes que viene cumplo setenta y dos. Ya me considero longevo, y bastante agradecido que le estoy a la vida por ello –le dije, antes de darnos dos besos de despedida, pues ella estaba con su pareja y ya habían terminado la compra. Ni siquiera me dijo su nombre pero sí los de dos alumnas, Ligia y Luisa, que habían estado en el mismo curso que ella, 1990-91, y con las que se había reído muchísimo, pues ambas salían asiduamente a representar escenas cotidianas en el estrado del Salón de Actos, que era donde dábamos las clases, porque allí había televisor y un reproductor de video.
 
Me gustó mucho aquel encuentro. Me hizo retroceder en el tiempo y anduve todo el día dándole vueltas a la cabeza, pensando en lo que había dicho mi antigua alumna de Cine. Es verdad que teníamos una cámara de video VHS, un mamotreto que había que llevar sobre el hombro para grabar; que salíamos (cuando la verja del Saulo Torón aún estaba abierta)  a la Calle Larga y a la Plaza para hacer entrevistas, las cuales veíamos después en clase, cosa que  nos parecía muy divertido; que escribíamos diversos guiones que luego interpretábamos, como cortos cinematográficos, y que Ligia y Luisa siempre estaban dispuestas a actuar.
 
Recuerdo como si fuera hoy que Ligia se vistió un día de Marilyn Monroe, con su traje negro, peluca rubia y zapatos negros de tacón, para cantar “I wanna be loved by you”, y que dos alumnos, disfrazados de mujeres, imitando a Jack Lemmon y a Tony Curtis, huían despavoridos perseguidos por los mafiosos que querían eliminarlos. Yo hacía del ricachón enamorado del personaje de Jack Lemmon, que terminaba la acción diciendo: “Nadie es perfecto”. Y también me acuerdo de que un alumno llamado Fran decía que él quería ser tan buen director como Billy Wilder.
 
Me sorprendió que mi antigua alumna retuviera en la memoria todos los conocimientos que me demostró tener, especialmente el relativo al espacio global sintético, que se forma creando un espacio nuevo con lugares que no tienen nada que ver entre sí, por lo cual, en honor a ella, de manera tosca, uní dos fotos sacadas en Sardina, una del Paso del Sargo, de mi amigo Ignacio, y otra del Roquete, con pescadores y con el Teide en un cielo de colores, que saqué yo hace tiempo, para crear un espacio que no existe sino en esa burda composición que encabeza este relato.
 
También me agradó que hablara del magnetismo del cine, el encanto que fascina a la mirada, y del casting obligatorio que había que hacer ante la cámara para pasar a ser alumno o alumna de Cine, en el que se les hacía varias preguntas: nombre, por qué habían elegido aquella asignatura optativa, película preferida, género, actriz, actor…  
 
Me supo a gloria aquel encuentro. Una sonrisa de oreja a oreja iluminó mi cara y, además, cuando cogí el coche para volver a casa, sonó por los altavoces un tema titulado “Smile” (“Sonríe), cuya música fue compuesta por Charles Chaplin, un grande entre los grandes, nuestro querido Charlot, un personaje entrañable,
 
[Img #22255]
 
… y uno de los mayores magos del Séptimo Arte.
 
Texto: Quico Espino.
 
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.82

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.