
“Estudia mucho para que de mayor tengas un buen trabajo y ganes mucho dinero” Es la frase que más oí durante mi infancia. Mis padres, hijos de la postguerra, sabían lo que era el trabajo duro y matarse para llevar un plato de comida a casa. De ahí, su discurso sobre los estudios. Por aquella época, se pensaba que, a más estudios, mejor trabajo, más comodidad en el mismo y una mayor remuneración económica. ¿Estaban en lo cierto? Les voy a contar una historia.
Esta es la vida de una niña que hizo caso a sus padres y estudió y estudió…empollona en el colegio y el instituto, llegó a la universidad (todo un hito en su familia) y allí…bueno dejó de ser empollona pero no le fue mal, llegando a terminar una licenciatura y el 99% de otra. ¡Dos carreras! Todo el mundo flipaba al verlo en el currículum, sí, un currículum tan brillante que a muchos deslumbra tanto que rechazan en un momento.
Cuando esta niña acabó su carrera soñada, últimamente parece que la gente tiene un montón de sueños laborales, leo a menudo: “siempre quise ser …,” con diferentes profesiones en la misma persona con poquísimo tiempo entre una y otra. Pues no sé, llamamos conformista a nuestra protagonista, pero ella solo quería ser una cosa en la vida: periodista.
Y lo fue. Salió de la universidad de La Laguna con su soñado título bajo el brazo, y tuvo la inmensa suerte que, cuando la sociedad y el país estaban en plena crisis económica del 2008, consiguió trabajo solo tres meses después de su último aprobado, ¡y de lo suyo!
Ochos meses duró la alegría. El frágil mundo de la tele, que hoy estás y mañana ya nadie se acuerda de ti. Empezó así toda una nueva etapa en la que nuestra niña, ahora adulta joven, absorbía todo el conocimiento que podía bajo su premisa de siempre: “estudia mucho……”
Y pasaron cinco años hasta que desde la oficina del paro prácticamente le pusieron una pistola en la cabeza para hacer un curso sobre algo, que jamás se le había pasado por la cabeza. “Gestión documental y asistencia en despachos y oficinas” … ¿eso qué era? Bueno, pues para ser administrativo. Como cuento, la obligaron desde el paro, fueron nueve largos meses, como un embarazo, en el que sufrió y se dio de bruces contra muchas cosas, pero al final parió una nueva profesión que comenzó a ejercer a los pocos meses de terminar su curso.
Como si de un recién nacido se tratara aterrizó en una oficina, nada menos que con un médico, para ser administrativo. Y aprendió, aprendió y siguió aprendiendo mientras conocía a muchísima gente estupenda, compañeros a los que siempre llevará en su corazón. Cada día que cruzaba aquellas puertas sentía que vendía sus sueños por dinero, pero, luego le encantaba su trabajo, algo contradictorio, pero le encantaba ser administrativo.
No obstante, la vocación empezó a rugir en su interior, una vez más las ansias por ser periodista, unidas a otras cosas que no vienen al caso, la consumieron hasta el punto que dejó su cómoda oficina y a su familia laboral y emprendió una nueva aventura televisiva de la que mejor, no hablamos.
Terminó. Y esta mujer adulta se vio de nuevo en paro con el mundo sumido en una pandemia, con ERTES, confinamientos etc…¿Y qué creéis que hizo? ¡Seguir estudiando! Para no hacer más larga la historia, post pandemia le vinieron tres maravillosas oportunidades laborales más en televisión, pero ese, es un mundo efímero.
Nuestra niña tiene ahora mismo cuarenta y un años y planes de formar una familia con el amor de su vida. ¿Y saben que ha vuelto a hacer? Estudiar…
Sí, sí, aunque les resulta imposible de creer. Sigue pensando en eso de: “estudia para que tengas un buen trabajo” Ahora ha retomado la carrera que dejó hace casi veinte años, y se ve en clase con chavales a los que, en ocasiones, no entiende lo que hablan, teniendo que enfrentarse a un trabajo de fin de grado y a mil cosas más que “en sus tiempos” no eran necesarios.
Y así es como llego, después de mucho divagar, al quit de la cuestión: Lo cansado que es reinventarse, aunque el saber no ocupa lugar y nunca es tarde para sentarse de vuelta a la universidad, la verdad es que físicamente se nota.
He de confesar algo y es que esa niña de la que les he hablado durante todo el artículo soy yo. Y sí, es cansando volver a las aulas. Cuando ya tu cuello, tu espalda y tu cintura no aguantan horas y horas sentada ante un ordenador, cuando si te levantas muy deprisa, te mareas y cuando tu vejiga no soporta eso de esperar entre clase y clase para ir al baño.
Y a pesar de todo esto, del cansancio, de la sensación de “otra vez a reinventarme ya van como tres veces”, de la voz en mi interior que me grita “yo solo quiero ser periodista” y de muchas cosas más me siento feliz.
Feliz por intentar prosperar en la vida, por aprender cosas que no sabía y porque, poco a poco voy consiguiendo comprender la mente de los que llamo “mis niños de primero”. Spoiler: googlear no es solo buscar algo en Google.
Así que, aunque pareciera que este artículo iba a ser una crítica, puede que hasta yo misma lo empezara con esa intención, a esa idea de estudiar mucho para tener un buen trabajo, lo cierto es que la niña empollona aún habita en algún lugar de mi cuerpo de señora de cuarenta y uno que sigue pensando que sus padres tenían razón y que en algún momento, gracias a mis estudios, tendré un buen trabajo.
Zeneida Miranda Suárez
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