
Este artículo es el que más me ha costado escribir.
Hace unos días, mi madre perdió a la suya. Yo perdí a mi abuela, y mi hijo, a punto de cumplir los 4 años, perdió a su bisabuela.
95 años los separaban. Dos vidas totalmente distintas.
Pareciera como una película de ciencia ficción en la que dos mundos, dos épocas de la historia que nada tienen que ver, coincidieran en espacio tiempo (aunque fuera por apenas 4 años). O como un cambio de turno en el trabajo, en el que ambos turnos coinciden por unos minutos para contarse las experiencias del día, los aprendizajes y darse consejos.
Un turno entrante y otro saliente.
Así es la vida. Y la muerte es parte de ella.
Parece que la muerte siempre nos toma por sorpresa (aunque sea esperada) y es que nunca nos enseñaron cómo enfrentarnos a ella.
Siempre se procuró dejar a la infancia al margen; como un pacto tácito de toda la sociedad adulta. Esconderles esta realidad y evitarles un sufrimiento que pareciera nunca más iban a tener que enfrentar (pero sabemos que no es así).
Darle naturalidad a estas conversaciones, quitarles ese halo de misterio y terror, no evitar contestar a las preguntas que surgen y permitir que se expresen las preocupaciones, es fundamental para romper con el ciclo y darle un enfoque respetuoso, honesto y adaptado a la infancia.
Quiero que mi hijo entienda que su bisabuela ya no está, que no va a a volver, que la vamos a echar de menos y que lo que permanece es su recuerdo. Que podemos nombrarla con naturalidad, con amor y con humor para mantenerle un espacio en nuestras vidas.
Y para eso, hay que evitar los eufemismos que le puedan confundir. No se ha ido “a descansar”, o “a dormir”. Hay que usar un lenguaje claro, sencillo y adaptado a su edad, sin mentiras piadosas.
También hay otras pautas que podemos tener en cuenta para abordar la situación:
Comunicar la noticia es deber de los padres ( o del adulto con mayor vinculación afectiva con el niño).
Validar sus emociones: Es normal que sientan tristeza, enfado o confusión. Dale espacio para expresar lo que sienten sin minimizar sus emociones.
Fomentar la curiosidad: Permitirles hacer preguntas y responder con honestidad, incluso cuando no tenemos todas las respuestas, ayuda a que entiendan el proceso de la vida y la muerte.
Mostrar resiliencia: Mostrarles cómo enfrentamos nosotros mismos la tristeza les ayuda a desarrollar sus propias estrategias para lidiar con pérdidas.
Crear rituales o crear momentos de recuerdo puede ayudarles a comprender que la muerte es parte de la vida, pero que los recuerdos permanecen.
Involucrar al niño en la despedida, invitándolo a hacer algo que le ayude a cerrar el ciclo como escribir una carta o dibujar algo en memoria del ser querido, puede ayudarle a procesar la pérdida.
Evitar promesas irreales: Decirles cosas como "nunca me voy a morir" o "todo va a estar bien siempre" puede generar ansiedad cuando ven la realidad en situaciones cotidianas. Tampoco es necesario asustarlos; puedes adaptar la respuesta a su edad (“mamá está muy sana y espera estar contigo muuucho tiempo, no tenemos que preocuparnos por eso ahora”).
Estos consejos son generales, útiles y necesarios, sea cual sea la edad del niño. Pero hay que tener en cuenta que la percepción de la realidad depende mucho de la edad y del nivel de desarrollo de cada etapa.
La edad preescolar (hasta los 5 años):
Los niños tienden a ver la muerte como algo reversible e impersonal. La sienten como algo temporal. Confunden realidad y fantasía y su percepción está influenciada por lo que ven en los dibujos y en sus personajes favoritos (que vuelven a la vida segundos después de caer por un precipicio o estrellarse contra un muro). Tienen un pensamiento demasiado literal para interpretar, por lo que, en esta etapa hay que evitar usar frases vagas como las que comentábamos (si le dices que su abuela se ha ido a descansar y no va a volver, imagina el miedo que le puede dar quedarse dormido). Mejor sé clara: “abuela murió, y eso significa que no la vamos a volver a ver y que la echaremos mucho de menos”.
Niños en edad escolar (entre los 5 y los 9 años)
Aunque la mayoría de los niños en edad escolar entienden los conceptos de la muerte, siguen teniendo dificultades para asimilarlo. Saber algo no es lo mismo que aceptarlo.
En esta etapa lo importante es ayudarlo a expresar sus emociones, ponerles nombre, validarlas y acompañar ese sentimiento.
Aquí es más importante escuchar y acompañar que encontrar las palabras perfectas para explicar la realidad. Permite que pregunte lo que necesite y responde con sinceridad.
De los 9 años en adelante:
Los niños ven la muerte de una forma más adulta. Ya la entienden como algo irreversible y empiezan a tener claro que algún día también les afectará a ellos.
Dale la información que necesite, sé de ayuda cuando lo precise, fomenta la comunicación y el respeto por lo que tenga que decir, muestra honestidad y apertura con sus sentimientos, permítele exteriorizar sus emociones (y no ocultes las tuyas) y sobretodo no olvides su necesidad de seguridad, atención y amor en estos momentos.
Lo sé, el instinto de los adultos es proteger a los niños de todo dolor. Pero enseñarles desde pequeños a enfrentar todas las realidades les ayuda a desarrollar herramientas emocionales valiosas para el futuro.
Hablarles con claridad y honestidad no les quita la tristeza, pero les permite procesarla de una manera más saludable y consciente.
Porque al final de lo que se trata es de acompañarles en cada paso, con amor, paciencia y comprensión.
Convertir la ausencia de un ser querido en un tabú le resta el espacio merecido.
Quiero que mi hijo sea consciente de la suerte que tuvo al coincidir con su bisabuela; y que podamos mencionarla y recordarla desde el amor y el respeto, sin ocultar su existencia ni su ausencia, permitíendonos echarla de menos y honrando su paso por la vida.
Sin ellas, no habría nosotros.
Haridian Suárez
Trabajadora Social y Educadora de Disciplina Positiva (@criarconemocion)































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