LA BRISA DE LA BAHÍA (199). Lina (I)

"Por aquello de la educación recibida, me presentaré: me llamo Catalina González de los Hoyos-Malteses, Lina. Aunque nací aquí, mis padres no..."

Juan Ferrera Gil Lunes, 07 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:
Lina (I). Juan FERRERA GILLina (I). Juan FERRERA GIL

“Estimado lector: se lo advierto, no siga leyendo. Aquí no encontrará nada. ¡Absolutamente nada! ¡Váyase a dar un paseo o a freír espárragos, si es lo que desea! Y se lo digo con respeto y conocimiento de causa, no se vaya a creer. Solo soy una voz más en esta isla abierta al progreso y a la mirada de una bahía que cada día luce distinta y distante, y que el poeta iluminara en su relámpago figaz con palabras encendidas y rieladas, que regocija el entendimiento y que abre, como si fuera un cráter volcánico, la imaginación más estrecha a la vez que olvida, con demasiada frecuencia, a sus voces femeninas.

 

Por aquello de la educación recibida, me presentaré: me llamo Catalina González de los Hoyos-Malteses, Lina. Aunque nací aquí, mis padres no: él, en Granada, muy cerca de La Alhambra, con un apellido extraño para el lugar, y mi madre, solterona y muy romántica hasta que cumplió los veintisiete años, ya mayor para la época en la que se precipitaba hacia una soltería recalcitrante, donde vestir santos parecía la única salida honrosa y real, cambió de estado en Funchal de manera casual y sorprendente. Y no me pregunten cómo llegaron a esta bendita tierra. Es una historia que ahora no me apetece contar; tal vez otro día, cuando logre llegar al tiempo y a la tranquilidad de esos años que nunca me he parado a relatar.

 

Y no es que ahora me encuentre alterada, ni mucho menos, solo pensaba que debía ir a caminar y salir más allá de Ciudad Jardín, el lugar de mi vida; bueno, en realidad, el único. Y me resulta tan atractivo que, aun antes de morirme, ya lo echo de menos. Pero también espero al Muchacho del Agua (joven, amabilidad personificada, correcto, serio y fiel a la cita semanal de cada viernes) que siempre nos desea un feliz día tras su amplia sonrisa. Realmente es muy educado y eso resulta, cuando menos, muy llamativo. Por eso le dejo siempre una jugosa propina, o a mí me lo parece, para decirle que esta semana no necesitamos reponer la despensa.

 

Antes de salir, me puse a escribir y no sabía sobre qué: últimamente me ha dado por experimentar con las palabras y, la verdad, a veces, delante del papel en blanco, me quedo alelada, como si estar traspuesta fuera una verdadera opción y una novedad en mi vida. He tomado el café chirri que me preparo cada mañana y ahora, mientras intento plasmar mis neuras en esta hoja que se resiste a trompicones, hago tiempo para que el Muchacho del Agua termine de reponer en la calle, pequeña, pero calle, su trabajo matutino, donde el ruido de las cajas, que salen y entran continuamente en el camión, se introduce, como deslizándose, al mismo tiempo en la casa, convertida, en esta hora matinal, en improvisado despacho de escritora empedernida y tremendamente ilusionada. Sin embargo, ese resbalamiento de las palabras que se originan, si es que así puede decirse, resulta un tanto agotador. Iré a caminar, es lo mejor. Sí, me sienta bien.

 

Hay ocasiones en que los saludos a conocidos se manifiestan en conversaciones pequeñas que tienen un extraño sabor a cosa chica y menuda, pero es la que es, ni más ni menos, sin más pretensiones ni algaradas que aquellas que dulcifican el contexto, alterándolo, y mantienen viva la garganta: “el tiempo ha cambiado”, “vamos echando días para atrás” o “esto es lo que hay”, “este tiempo sur es conflictivo” y otras tantas valoraciones que nunca llegarán a ningún lado. A veces creo que nosotros tampoco: vamos dando tumbos por ahí hasta que el reloj se para. En fin, no entremos en detalles, como dice mi amiga Esperanza del Pino, la mujer con más pachorra que he conocido en mi vida: “si no entramos en detalles, estamos bien. Y a seguir.” Pues eso: a seguir.

 

Me dispongo a disfrutar del luminoso día añil que se está levantando en este viernes de noviembre y que, a través de la ventana posterior de la casa, la que da al barranco, bueno, del poco que sobrevive en esta parte de la ciudad, tranquilo y aireado, y tan abarrotado de cañas, invita a abandonar la casa y darle alas a la Naturaleza con los brazos y la mirada plenamente abiertos: la orilla de la bahía siempre es un buen recurso ¡tantas veces olvidado! Además, como siempre se renueva la mirada del Puerto, tengo la sensación de que descubro ese espacio por primera vez; y me imagino paseando por un lugar de ensueño, misterioso y sorprendente: como si deseara otra vida más intensa. De ilusiones también se vive; ya lo sé, no hace falta que me lo recuerden.

 

Sin proponérmelo, yendo por aquí y por allá, he alcanzado un largo recorrido. La nueva carretera de la ciudad que se está formando va a cambiar el barrio, y mucho, en los próximos tiempos. Dentro de poco habrá que pensar en reservar las carreteras, debido al intenso tráfico, más que nada para no tropezarnos en nuestras idas y venidas.

 

Por eso debe ser que a mí me gusta sobremanera hablar de cosas pasadas al socaire de las viejas fotografías que en la señorial casa han permanecido casi intactas en la desvencijada caja de círculos rojos que, a modo de adornos, guarda y conserva el tesoro de una época: una manera de afrontar la realidad de entonces que, acompañada de la voz cantarina de mi madre, evocadora de una determinada manera de entender el mundo, me devuelve un tiempo que ya no existe. Y, sobre todo, sé que no volverá. Es verdad que me refugio mucho en ese tiempo pasado; pero es la manera que tengo de afrontar el de ahora, por otra parte, tan líquido y volátil. Aunque no comprenda muy bien lo de la liquidez, sí intuyo que no voy mal encaminada. Cuando realice el enésimo repaso a este texto, le dedicaré más atención. Creo.

 

De regreso, plasmo en el papel lo que usted acaba de leer. Y aquí le estoy dando vueltas y vueltas con la intención de no llegar a ningún sitio. Este camino hacia la nada me tiene despierta y viva, aunque sé que nadie leerá nunca estas líneas porque, sencillamente, no sirven para nada. Ni mi marido sabe de mis deseos de escritora ocasional; ni mis hijos tampoco. Por cierto, el otro día conocí en el Gabinete a Montserrat Díaz, mujer de un afamado pintor de la capital. En realidad, no la entendí del todo, pero creo que pretendía sobresalir al margen de la actividad de su esposo, a quien veía como un claro competidor y limitador férreo de sus posibilidades. Yo ni siquiera pretendo eso. No quiero, porque no me da la gana, cuestionar ni superar al hombre que me acompaña y con el que, felizmente, comparto mi vida. No es mi obstáculo ni mi adversario. Ni mi piedra en el camino. Solo sé que me gusta escribir, aunque no sepa muy bien para qué: eso de verme reflejada en la hoja de un periódico, ocasionalmente, convertida en una especie de columna vertebral de palabras, me agrada sobremanera. Tampoco me considero una mujer retraída y cobarde, pero sí me gusta apreciar el lugar que piso, y por donde paso, y deseo disfrutar de y con mi esposo. Lo siento, soy así. Por eso no me encontrarán ustedes en luchas imposibles ni en desarraigos de última hora. Y no sé cómo me dirijo a ustedes como si de verdad contara con auténticos lectores: debe ser esta tontería de enlazar palabras, que cada vez llega más lejos e imagina un mundo por descubrir. De todas formas, a mí me ayuda pensar en desconocidos y anónimos posibles leyentes: así logro avanzar, como si realmente estuviera escribiendo una carta que nunca enviaré y que unos cuantos leerán. ¡Vaya paradoja!

 

El camión del agua ha desaparecido de la calle: dentro de una semana repetirá sus movimientos ruidosos y acompasados en la mañana de otro viernes, que sabrá Dios cómo llegará. De momento, mientras el potaje de berros se termina, seguiré mirando por la ventana por ver si las palabras asoman entre las nubes y poder cogerlas como si gaviotas perdidas fueran. Pero, ¡coño!, no se me ocurre nada. Casi mejor lo dejo.”

 

Juan FERRERA GIL

Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.42

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.