¡ÑAM, ÑAM!
Foto: Paqui AcostaLas dos veces que he ido a Marruecos he comprobado que la gastronomía es realmente deliciosa. Bien es cierto que no he comido nada crudo, frutas o verduras, ni he bebido agua que no fuera embotellada, para evitar males de estómago, y, aparte de trasladarme no sólo en el espacio sino también en el tiempo, pues allí parece que uno vive en otra dimensión, me he quedado impresionado por las comidas, que son un verdadero deleite para el paladar, como bien se puede ver en la fotografía que encabeza este escrito: un plato de potaje, una pizza bereber, que tiene toda la pinta de ser una empanadilla vegetal, huevos sancochados, bolitas de dátil con miel y sésamo, bolitas de coco y otras viandas que no aparecen en la imagen pero que están en la mesa.
Echo en falta el gofio, tanto amasado con el caldo del potaje, o el del pescado, o como una pella de las que hacía mi madre en los días de lluvia para el caldo de caracoles, con un montón de hinojo, pimienta de la puta la madre y ajos, o para el sancocho, que amasaba el gofio con almendras molidas y cachitos de higos pasados, haciendo que la pella pareciera un turrón. Éramos nueve bocas comiendo y siempre había alguna que decía: “ñam, ñam”.
Siguiendo con Marruecos, hace poco una amiga mía, llamada Paqui, fue a Marraketch y se adentró en el desierto de Erg Chebbi,
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… exactamente en Merzouga, donde hay un barrio de gente humilde llamado Kassar Thiarien. Allí convivió con una familia bereber compuesta por doce personas, entre las que había dos niñas de ojos melosos, Kwatar y Fátima Zahra, con las que tuvo un trato casi maternal,
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… pero a mí me sedujeron más dos miembros de dicho clan, Mamouche y Rayan,
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… porque me recordaron a mi abuela paterna y a mí mismo, cuando era un crío, con la diferencia de que mi abuela hace ya tiempo que no está entre nosotros. El pan, que en bereber se dice “agrhon”, es el enlace entre ellas. Mi abuela lo hacía de la misma manera que ahora lo hace Mamouche, aplastado, redondo, aunque más pequeño, y contaba con un horno bastante rústico, de adobe, muy parecido al que tienen en Kassar Thiarien:
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Además, mi abuela solía llevar, al igual que ahora Mamouche, un batilongo estampado de flores y un pañuelo liso amarrado al quejo; el pan lo ponía en una bañadera, a la que envolvía con una especie de trapera, para que el género se mantuviera caliente, y la llevaba en la cabeza, sobre un ruedo de tela. Siempre me decía que fuera con ella para repartir el pan, que es lo que hace Rayan con su madre.
![[Img #21556]](https://infonortedigital.com/upload/images/09_2024/5624_06namnam.jpeg)
Me contó mi amiga Paqui que celebró el Ramadán con la familia, salvo los niños, y que una vez acabado el ayuno, sentados a la mesa, ante una pitanza parecida a la de la foto que encabeza el relato, el marido de Mamouche, en bereber, le dijo: “tish, tish”, es decir “come”, “come”, y me hizo evocar que mi padre, mientras almorzábamos, siendo yo un chiquillo, me decía lo mismo para que me callara, pues “quien come y habla en la mesa, no está bien de la cabeza”.
No deja de ser curioso que las fotos del viaje de mi amiga me hayan retrotraído a mi infancia, haciéndome recordar escenas que tenía arrinconadas en la memoria, así como las imágenes de mi abuela, mi madre y mi padre, a quienes, en mi imaginación, durante unos instantes, he vuelto a ver vivitos y coleando.
Texto: Quico Espino
Fotos: Paqui Acosta































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