La melancolía del final del verano. Juan FERRERA GILEl final del verano, aunque solo sea ahora, en estos tiempos más bien asirocados, una referencia en el calendario, no solo se llena de adolescente melancolía, sino que, además, coincide con una época de calor medio y, hasta cierto punto, agradable.
Aquí, en Canarias, viene a significar algo así como la prolongación del estío hasta mediados de noviembre, donde la capital isleña se llena de bochorno complicado de soportar. Sin embargo, cuando los cursos comenzaban en octubre, septiembre era un mes de prueba o aclimatación a la rutina más fiel: como los nervios estaban a flor de piel, ese paréntesis servía para afianzar el camino. Era el mes de irse acomodando a la nueva situación donde los anuncios de las distintas colecciones por fascículos reinaban en la única televisión que había. Y los quioscos, repletos de revistas y periódicos. Esa vuelta a la normalidad se llenaba de buenos propósitos en la que los distintos cursos de Radio ECCA brillaban a gran altura. Como siempre.
Así que la melancolía del final del verano era un estadio que duraba como mínimo cuatro semanas. Ahora, aún no ha acabado el curso y ya se sabe cuándo es el inicio del siguiente. Todo va tan rápido que ya no hay tiempo, o eso parece, para disfrutar el momento, que siempre es único, y donde la soledad realiza esporádicas apariciones como anunciando, en algunos casos, la realidad que en el futuro se impondrá. De cualquier manera, el final del verano no solo es una canción del Dúo Dinámico, sino una realidad que, en los jóvenes de ahora, tan tecnológicos y tan enganchados a las modas del momento, surge como una primera vez. Ya sabemos que la Historia se repite: “¿qué pasa si te digo que tu hermana me gusta?”, le dijo un joven a su despistado y adolescente amigo de pandilla, que le contestó con una mirada fría y desordenada por unas gafas feas, grandes y en la que sus aumentados ojos relucían por encima de todo lo demás.
Desconozco cuál fue la respuesta; sin embargo, tengo para mí que aquella muestra espontánea de sinceridad representaba fielmente la renovada y recurrente estación: la melancolía del final del verano.
Juan FERRERA GIL
































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