Desde que era pequeñito y tengo memoria, siempre me he sentido fascinado por todo lo que fuera indio nativo. Veía con cierto romanticismo esa vida en libertad y en estrecha unión con la naturaleza y los animales salvajes, lo cual me despertaba sentimientos de nostalgia.
Detestaba las películas del Oeste porque el hombre blanco siempre ganaba y los indios eran los malos que arrancaban cabelleras sin piedad. Mi sueño era galopar con el cabello al viento en uno de esos caballos cimarrones parcheado de colores y susurrarles, como hacían los indios.
Si tuviera uno de esos bellos animales le pondría nombres como Lluvia, Brisa, Relámpago, Nube o Trueno. De noche me imaginaba danzando alrededor del fuego al ritmo de los tambores y rezando al Gran Espíritu con el humo del sagrado tabaco.
Evidentemente, cuando jugaba con mis figuritas de indios y vaqueros, creaba mis propias historias en las que los indómitos indios eran los protagonistas y salían siempre airosos en su lucha por defender su tribu y sus territorios. Las flechas de los guerreros vencían a las pistolas.
Aún siento esa nostalgia...
Ignacio A. Roque Lugo
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