Lazos en los cuernos

Juana Moreno Molina

Ilustración: Juana Moreno MolinaIlustración: Juana Moreno Molina

Estuve ayer, víspera del Pino, viendo por la tele la Romería, y me llamó la atención cómo engalanaron el rebaño de cabras con lazos de diferentes colores atados a sus cuernos. Esta ocurrencia me dio ocasión para el siguiente relato: 
 
Como otros años esperaba ilusionada la Romería del Pino. Llevo disfrutando de estas caminatas junto a mis compañeras, partiendo desde la Cumbre pasando por pueblos, montañas y barrancos, guiadas por “mastro” Manuel, ya viejito, con sus silbidos y su antipático perro bardino, que se cree el rey del mambo. 
 
Para la ocasión, nuestro pastor solo se cambió de chaqueta; si se cambiara de cachorro no lo reconoceríamos y podría cundir el pánico entre nosotras. Animábamos nuestro viaje con nuestras canciones; monótonas sí, vale, pero no sabíamos otras, acompañadas por el tintineo de nuestros cencerros de trashumancia que nos servían también para la Romería. A pesar del calor a tan temprana hora de la mañana, y no encontrar avituallamiento jugoso a lo largo del camino, sólo hierbajos secos, íbamos contentas por poder salir de la monotonía diaria: monte arriba, monte abajo triscando y pensando en la ración de millo al atardecer, después del ordeño.
 
Qué alegría aquellas Romerías, especialmente cuando nos encontrábamos con algunos de nuestros congéneres en los cruces de caminos. Esta vez nos vimos con unas parientas que venían con algunas ovejas y carneros desde un pago cercano. Las guiaban los pastores, con atuendos nuevos y limpios, que portaban timples y guitarras y alguna que otra bota de vino que empinaban entre isas y folias. Después de los saludos de nuestros respectivos guías, seguimos adelante con alguna ventaja para entrar en el pueblo las primeras, pues éramos parte de la representación de la carreta de Teror: un privilegio para nosotras. 
 
Aquí en la entrada de la calle mayor fue cuando me invadió el bochorno y la vergüenza al ver unos hombres con cintas de varios colores que se dedicaban a poner lazos ridículos a nuestros cuernos. Yo me negaba y daba topetazos a diestro y siniestro, me parecía humillante lucir lacitos como una cursi.  Me separaron del ganado por díscola y me amarraron de una pata a una valla. En venganza sembré de cagarrutas mi entorno y le di un bocao a una caja de zanahorias de una carreta que pasaba. 
 
Por un lado me quedó pena no llegar hasta Nuestra Señora junto a mis compañeras, pero por otro lado quedó a salvo mi dignidad de cabra campestre, que no de cabra loca, oigan.
 
Texto e ilustración: Juana Moreno Molina
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