
Somos padres, no superhéroes.
Cometíamos muchos errores antes de ser padres, y después, aunque nos cueste reconocerlo, también.
Sí, lo siento, es así. Hemos interiorizado que, como padres, todas nuestras decisiones y actuaciones tienen que ser las acertadas, y si no lo son, tenemos que fingir que sí; no sea que vayamos a perder autoridad delante de nuestros hijos reconociendo que somos humanos.
¿Cuántas veces has tenido una reacción desproporcionada de la que después te arrepientes?
¿Te acuerdas cuando tu hijo te pidió jugar insistentemente y le terminaste gritando? En el fondo fuiste consciente que tu grito era producto de tu cansancio y de tu falta de estrategias para abordar la situación, pero nunca te disculpaste.
O cuando tu hijo derramó el vaso de leche y lo primero que te salió fue decirle… “que torpe eres hijo mío”, aunque después te arrepentiste (en silencio) de decirle eso; en esa ocasión tampoco hubo disculpas.
Porque equivocarse está mal visto, es un fracaso, especialmente cuando se trata de nuestros hijos.
La crianza autoritaria de la que descendemos nos ha enseñado a esconder nuestros errores, o, si no hay manera de esconderlos, pues por lo menos, a justificarlos (es que me sacó de mis casillas, es que se lo dije mil veces, es que hasta que no grito no me hace caso, es que...)
Hemos interiorizado un mantra que podría sonar así…. “Pase lo que pase, ni se te ocurra admitir tus errores ni disculparte...¿qué clase de padre serías? Perderías toda tu autoridad”.
Pero...¡sorpresa!, pedir perdón no te convierte en un mal padre o madre, ni en una figura débil, ni pierdes autoridad. Al contrario, te convierte en un padre o madre valiente.
Cuando te disculpas frente a tu hijo lo único que pierdes es la distancia emocional que a menudo se interpone entre tú y ellos.
Vuelve al ejemplo anterior: te has pasado el día trabajando, llegas a casa y tu hijo te pide jugar insistentemente, le has dicho mil veces que no, pero sigue insistiendo. Tú, terminas gritando. Segundos más tarde, en un lapsus de calma, te acercas a tu hijo y le dices: “ Perdona cariño, mamá no tenía que haber gritado. Gritar no está bien y a nadie le gusta que le griten ¿verdad que no?. Mamá tiene que aprender a decirte las cosas de otra forma. Prometo que la próxima vez lo haré mejor”
…Y el mundo no se acaba, ni tu hijo se burla de ti, ni te pierde respeto.
Es más, no solo el mundo no se acaba, sino que se abren puertas a un mundo nuevo de conexión emocional con tu hijo.
En ese instante, le estás enseñando a tu hijo que no pasa nada por equivocarse, que el error es parte del aprendizaje, que siempre se puede volver a intentar, que todos somos vulnerables y podemos errar, que lo importante es ser consciente del error, intentar repararlo y aprender a hacerlo un poquito mejor la próxima vez.
Tantos aprendizajes en un simple “perdón”.
Ese simple acto se convierte en una lección valiosa que tus hijos llevarán consigo el resto de su vida.
No se trata de ser perfectos, no es eso lo que nuestros hijos necesitan. Se trata de ser lo suficientemente sabios para reconocer que no somos perfectos, y lo suficientemente conscientes para romper con los patrones de la crianza autoritaria de la que venimos.
Así que, relájate, respira y recuerda: si te equivocas (que evidentemente lo harás) solo pide disculpas y dale un abrazo.
Vive tu error como una oportunidad de aprendizaje. Para ti, como madre/padre, para hacerlo un poquito mejor la próxima vez, y para tu hijo/a, para enseñarle estrategias de cómo lidiar con los errores.
No perderás autoridad, ganarás el respeto que realmente importa.
En fin, que ser padres no es fácil, pero lo estamos haciendo lo mejor posible.
Quizás solo es necesario reajustar algunas técnicas y estrategias para navegar este caótico y maravilloso viaje de la crianza.
Haridian Suárez
Trabajadora social. Educadora de Disciplina Positiva
(@criarconemocion)
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