Microrrelatos. La culpa es tuya

"...Por unos instantes se hizo un silencio incómodo entre ellos. Mario respiró profundamente y volvió a sentarse y Tony continuó..."

Rosa Delia Santiago Bolaños Lunes, 09 de Septiembre de 2024 Tiempo de lectura:

Mario giró la llave de la puerta para entrar a su apartamento. Desde allí, pese a que estaba en penumbras porque había dejado las persianas bajadas antes de salir, vislumbró la silueta de Tony sentado en el sofá junto a la maleta. Cruzó el pasillo, se quitó las gafas de sol, encendió la luz y le saludó.

 

- Ya estoy aquí.

 

- Menos mal. Llevo horas esperándote. ¿Cómo se te ocurre dejarme aquí?- Le recriminó Tony sin moverse del sofá.

 

- Necesitaba salir. Ya no soportaba más la situación en casa ­- Mario colocó las gafas sobre la mesita y se dejó caer cansado en el sofá junto a Tony.

 

- Tienes que hacer algo, Mario. No puedes seguir así - Las palabras de Tony lo enfurecieron y consiguieron hacerlo explotar.

 

- ¡Que haga algo! No soy yo el que tiene que hacer algo. Es ella la que puede cambiar las cosas ¡Ella! ¿Entiendes? Le he pedido mil veces que deje ese trabajo. ¿Y por qué tiene que arreglarse tanto para ir a trabajar? ¿A quién quiere impresionar? A mí no, desde luego. Se cree que no me doy cuenta de la cara que se le pone cuando coincide con el gilipollas ese del tercero. No tienes ni idea de lo que me está haciendo sufrir. ¿Y qué hace la señorita? ¡Nada! ¿Entiendes? ¡Nada! Así que no se te ocurra decir que soy yo - Apretó los puños sobre las rodillas con furia.

 

- Escúchate a ti mismo ¿Es que no te das cuenta? Estás obsesionado.

 

Mario se levantó bruscamente y con la cara encendida de rabia le recriminó a Tony

 

- ¡Cállate, maldita sea! No te pongas de su parte. Tú nunca sales de aquí por eso no te enteras de nada. Solo ves lo que sucede entre estas cuatro paredes, por eso la defiendes. Porque te ablandas cuando la oyes gimotear. Pero no te das cuenta que ella me convierte en esto. Ella y sólo ella es la responsable de todo.

 

Por unos instantes se hizo un silencio incómodo entre ellos. Mario respiró profundamente y volvió a sentarse y Tony continuó:

 

- Te va a dejar. La he visto preparar sus cosas. Se va.

 

Esta vez Mario no reaccionó. Como si no le importase lo que Tony le acababa de decir, se levantó, cogió las gafas y las llaves y se dispuso a salir mientras le decía:

 

- Te equivocas. No me va a dejar. No se lo voy a consentir. Si se cree que se puede librar de mí tan fácilmente está muy equivocada - Se detuvo unos instantes antes de continuar - ¿Sabes, Tony? Estoy harto de tus sermones. Y tú tampoco te vas a salir con la tuya.

 

Tony no lo vio venir. Mario lo agarró por el cuello y lo lanzó con fuerza sobre la maleta que estaba junto al sofá. Sin vacilar, se dirigió a la puerta para marcharse, no sin antes volverse para contemplar el muñeco desmadejado sobre la maleta junto al cuerpo de la mujer muerta. Se puso las gafas de sol, apagó la luz y se fue.

 

Rosa Delia Santiago Bolaños

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