
“Molino, puente y camino
mandan fiesta hacia Teror
¡Dame gofio, molinera,
y te declaro mi amor!
Hasta que las favorables circunstancias políticas de la segunda mitad del XIX trajeron consigo la construcción de las primeras carreteras; las servidumbres, veredillas, caminos reales y de herradura (muchos de ellos invariados desde el siglo XVI) cubrían las necesidades de comunicación, pagos de promesas y trajineos comerciales de los habitantes de la isla; pero también es verdad que la peculiar orografía de la misma añadía grandes dificultades cuando, sobre todo en los tiempos de lluvias, el paso a través de los barrancos se hacía prácticamente imposible.
Por ello, cuando solo había pasado una década, el ayuntamiento de la Villa de Teror, finiquitado el Trienio Liberal, acordaba en 1823 la construcción de un puente en el tramo alto del Barranco de Lezcano para, entre otras razones aducidas, permitir las romerías al templo de la Virgen del Pino.
Y fue la misma iglesia quien también en este caso afrontó los gastos de la obra que quedó a cargo del presbítero Carlos Mª de Quintana, singular personaje del Teror decimonónico.
Como nos dice el catedrático Suárez Grimón, el apoyo y la colaboración popular en la construcción fueron unánimes; y con excepción del hierro utilizado, el resto de los materiales salieron del mismo barranco, de pinares y canteras de la propia isla.
En 1825, ante la imposibilidad de realizar la estructura de su cimbra en el barranco; ésta fue construida en la Plaza de Teror y trasladada con bueyes y corzas camino abajo.
Cuatro años pasaron hasta verlo culminado en 1827 y su estampa ya cercana a los dos siglos, quedó unida a Teror y a ese “caminito” que glosara Néstor en la célebre canción que hoy cumple setenta años y que en cita anual de canariedad y devoción lleva hasta la Villa a miles de romeros a cumplir con amigos, parrandas, chiringuitos y, por supuesto, con Nuestra Señora del Pino.
El puente le salió a la iglesia terorense por 60.000 reales de vellón. Su construcción venía para facilitar la secular costumbre votiva de las Bajadas de la Santa Imagen a la capital.
Paradójicamente, no se utilizó para ello por primera vez hasta octubre de 1936, en el que clero y políticos se pusieron de acuerdo en recuperar la antigua tradición con el pretexto de rogar por el fin de la Guerra Civil que acababa de comenzar.
Ya en 1835, cuando Isabel II con cinco años era al menos de nombre Reina de las Españas, un nuevo puente -el primero de dos ojos- en Tenoya, vino a completar en la isla la primera tríada de estos singulares elementos -tras el de Las Palmas y el de Teror- que unen la ingeniería y la arquitectura y que significaron en aquellos momentos un progreso hoy en día casi inconcebible en el adelanto del bienestar de los naturales; y que vendría a completarse medio siglo más tarde con la construcción del Puerto de la Luz.
Para mayor honra de su familia y de la ciudad de Telde que los vio nacer y crecer, los mayores avances en ambos sentidos surgieron del buen tino de dos vástagos de una ilustre familia asentada en el sur isleño, los hermanos Fernando y Juan León y Castillo. Este último, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, se incorporó como ayudante de la Jefatura Provincial de Obras Públicas de Canarias para las islas orientales en 1858, y a partir de entonces todos los proyectos que pretendían poner a nuestras islas al nivel de avance del resto del país pasaron por sus manos y por el entusiasmo que ponía en todo lo que él veía como un progreso para su tierra: el puerto de la Luz, el muelle de Santa Cruz de La Palma, las carreteras de Telde, Agaete, de Arucas a Moya, el Faro de Maspalomas, y un larguísimo recuento que colocó a don Juan en un lugar relevante en el proceso de modernización de las vías e infraestructuras públicas de la Gran Canaria.
Las carreteras trajeron los puentes y con ellos llegó el peculiar estilo del ingeniero, que quedó plasmado para siempre en sencillas y fuertes obras de mampostería y sillares como el renovado de Tenoya, el de Arucas o el que, pese a todos los inconvenientes surgidos, nació como uno de sus proyectos más queridos: el celebérrimo puente de siete ojos que en 1866, entre Tara y el Roque, culminó la carretera que durante más de un siglo sería la única unión entre la pujante ciudad sureña y su comarca con Las Palmas y el norte de la isla.
Que todos ellos, los que quedan y los que desgraciadamente desaparecieron, han quedado ligados para siempre a la historia de la isla es incuestionable y decenas de grabados, postales y antiguas fotografías así lo atestiguan. A fines del XIX, llegó el contrapunto a la severa estampa del de Verdugo con un nuevo puente que en una mayor sencillez de trazo y materiales unía el Mercado con la calle mayor del barrio de Triana. Con los años, alrededor del Puente de Palo surgió toda una bohemia artística y cultural que desde el Bar Polo y los comercios situados sobre el puente hasta el Teatro y los mismos callaos de la desembocadura del Guiniguada configuraron un entorno donde poetas, artistas y gentes de buen y mal vivir crearon una peculiar forma de entender el mundo y sus cosas.
Todo lo arrasó el presunto progreso.
Los puentes de la isla, con la excepción de los lógicos embates de la naturaleza, llegaron sanos y salvos hasta la segunda mitad del siglo XX; aunque a mediados de 1936, en las primeras escaramuzas de la Guerra Civil, unos cuantos como el de Tenoya, sufrieron algún que otro percance. Desde ese año el Puente de Teror, bautizado como el del Molino y ya convertido en el más antiguo de nuestra isla, ha visto pasar por su lomo a la Virgen del Pino en seis ocasiones; la última en el 2014 en conmemoración del Centenario del Patronazgo.
El caminito
Aunque escrita, ensayada y cantada desde el año anterior, fue el estreno que Néstor Álamo dedicó al Pino en el año 1954.
La prensa, el 31 de agosto de ese mismo año, ya lo anunciaba con entusiastas alabanzas.
“El Pino tendrá este año su nueva canción. Más lirica. Infinitamente más, de mayores calidades melódicas y a más de todo esto, muy popular, que viene a continuar la línea de canciones exaltadoras de la devoción del pueblo a la Excelsa Patrona de Canarias; su título, "Caminito de Teror", es ya presagio de lo que tanto letra como música encierran y expresan”
El molino
Según el estudio realizado por Juan Díaz Rodríguez sobre el tema de los artefactos de molienda, existieron molinos en este paraje del Barranco de Lezcano desde los momentos inmediatos a la conquista, ya que la abundancia de agua y la cercanía del camino facilitaban mucho el tránsito de sus usuarios.
El actual edificio fue construido en 1909 por Nicolás y Fernando de Lezcano y Acosta, aunque posteriormente pasaría a manos de la sobrina de éstos, Ana de Lezcano-Mujica.
En 1921 se solicitó licencia de obra nueva para la instalación de energía térmica complementaria, al mismo tiempo que se modificaron la estructura de las edificaciones, con casa terrera y otra de dos plantas, en cuyos bajos se ubicaron las cuadras.
Este nuevo molino se conocería con el nombre de “Fábrica Harinera de San José”, convirtiéndose en el molino más importante de Teror.
Posteriormente fue arrendado por la cantidad de 6000 pesetas anuales a Juan Bravo de Laguna y Ponce-Lezcano; aunque los propietarios del molino más conocidos en la Villa Mariana fueron el médico Antonio Yánez Matos y su esposa, la mencionada Ana de Lezcano-Mujica.
Este médico dueño del molino era hijo de Antonio Yánez Melián, terorense que llegó a San Bartolomé como secretario de su ayuntamiento gracias a las influencias de su hermano José, párroco de aquel lugar y posteriormente canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Allí casó Antonio con Mª Isabel Clara de Matos, y se convirtió durante décadas en la persona más relevante de la acción política en toda la comarca.
SOBRE EL PUENTE DEL MOLINO
"Sobre el Puente del Molino,
caminando hacia Teror,
ofrezco allí mi fervor,
mi tradición y respeto
a todo lo que en la Villa
estos días se acumula;
en espera de una Virgen
que bajo su Manto aúna
lo que nuestro pueblo quiere
y caminando defiende
vida, trabajo y cultura"
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror
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