Mi querido amigo Kiko, mi tocayo de Guguy, voló el viernes veintitrés de agosto al espacio infinito, según palabras de Gabriella, su compañera. Él ya volaba con la imaginación por aquellos barrancos en los que vivía, por las montañas que rodeaban su morada, cual si fuera un águila planeando por el cielo, que es como una bóveda estrecha que se abre al inmenso universo en el que estamos girando todos.
Con Equinoccio, el caballo blanco en el que va montado, bajo un cerro de basalto, se le ve en la foto que encabeza el relato; aunque cabalgaba despacio cuando se subía en su grupa, le parecía que también volaba. Detrás va Alazana, la yegua de Gabriella, que se bajó para sacar la foto. El perfil de las montañas cobra formas piramidales. Las veredas instan a los animales a pasear más que a trotar, pues el terreno es escarpado y salpicado de palmeras.
Kiko aborrecía las figuras de las palmeras en el barranco. Le gustaba verlas en otros sitios pero en Guguy no. Decía que se estaban chupando el agua del subsuelo, que era poca, y que rasguñaban el aire, sobre todo si las meneaba el viento. No obstante, cuando hablaba de ellas contaba que, de pequeño, tiraba piedras al racimo de támaras que se formaba en lo alto, bajo la juntura de las ramas, y que luego las guardaba para comérselas con una pella de gofio. De paso, como sabía mucho de flora canaria, hablaba de dragos, tabaibas, tuneras, veroles y un sin fin de plantas que yo desconocía.
Estaba preparado tanto para un roto como para un descosido; era un saco sin fondo porque sabía de botánica, de geología, agricultura, historia de Canarias o astronomía. Todo le gustaba. Recuerdo que una de las primeras veces que estuve en Guguy Chico, donde él vivía con Gabriella y dos de sus retoños, por la noche nos pusimos a hablar de las estrellas y me dio una charla sobre el cielo nocturno, que entonces iba de negro estelar. Yo me quedé lelo. Por azar vimos los dos una estrella fugaz y, al instante, él me dijo que iba a pedir en voz alta un deseo: que hubiese paz y pan en el mundo, y que lo decía a viva voz porque sabía que nunca se cumpliría.
-¡Ay, tocayo! –le dije, esbozando una apenada sonrisa; entonces él me echó un brazo sobre el hombro, y siguió con Orión, la Osa mayor, Casiopea, el Triángulo Boreal, Andrómeda, las Perseidas y un largo etcétera. ¡Qué cabecita!, pensé yo.
Al igual que su compañera, era amante de la literatura y de la música, y a ella, además, le encantaba la fotografía. Lo mostraban sobre todo cuando tenían la casa llena. Una noche, cuando ya sus cuatro hijos habían nacido y los otros dos del antiguo matrimonio de Kiko estaban presentes, celebramos una cena por todo lo alto en la que, aparte de comer y beber, recitamos poemas de Machado, Lorca, Celaya …, cantamos infinidad de canciones, acompañados por una guitarra, y luego, contento como unas pascuas, él le pidió a su pareja que sacara fotografías de todo el mundo. Éramos un rancho y ella estuvo casi una hora mirando al objetivo y apretando el disparador, mientras Kiko nos aconsejaba a todos, con picardía, que dijéramos la palabra “sex”.
Nos reímos mucho aquella noche. Inolvidable, como otras muchas que pasamos juntos. Si pudiera, no me importaría darle para atrás a la moviola para volver a tener las vivencias que disfruté en su compañía. En la de ambos, pues eran inseparables. No se imaginaba uno a Kiko sin Gabriella.
A mi tocayo le cautivaban las fotografías que hacía su compañera, le parecían magníficas, especialmente una que ella había sacado desde el antiguo almacén, en la playa de Guguy Grande, enmarcando al Teide en un hermoso atardecer:
… y un día quiso darle una sorpresa. Aprovechando que ella cogía rumbo hacia el litoral, con la idea de retratarla mientras descendía por una loma que da a un charco casi triangular, el cual se forma cuando la marea sube mucho, la siguió, despacito, a la zorrúa, para que ella no se diera cuenta, y captó justamente la imagen que él quería. No se imaginaba que iba a ser una de las mejores fotos de su vida, una instantánea espectacular:
![[Img #20803]](https://infonortedigital.com/upload/images/09_2024/4118_guguy04.jpeg)
… una fotografía preciosa que Gabriella guarda como oro en paño.
Y como oro en paño guarda también ahora el recuerdo de su amado, el cual voló al espacio infinito el pasado viernes veintitrés de agosto, de madrugada, una hora que a él le encantaba, porque entonces se conjuran los elementos del barranco: piedras, riscos, montañas, palmeras, julagas, tabaibas, lagartos, pájaros …, todo envuelto en el viento, para llenarlo de vida, una vida en la que mi tocayo de Guguy, mi querido Kiko, estará siempre presente, porque aquel es su sitio, porque allí dejó su esencia y allí permanecerá eternamente entreverado con todo y, a lo mejor, junto al viento, soplando las hojas de las palmeras para que se marchen del barranco.
Texto: Quico Espino
Fotografías: Gabriella Rossi, Ignacio A. Roque Lugo y Kiko Urdiales
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