
Me canso de estar cansado. Me canso del conflicto y de las treguas siempre frágiles, siempre breves. Me canso de las ausencias, de mi necesidad de huir, de mi necesidad de silencio, del polvo en las esquinas, de todo este desorden. Me canso de la palabra paciencia: de tenerla y de perderla, de sencillamente escucharla.
A veces me canso del amor que no me colma, del resquemor que me vacía; de las caricias, los besos, los abrazos insuficientes, desdeñados. Me canso de todo aquello que debería sentir y no siento, de todo aquello que siento demasiado: la responsabilidad, la culpa; el peso sobre los hombros que me encorva y me somete. A veces me canso de la espiral, del bucle, de la fractura; del vómito que me arrasa hasta convertirme en roca sin pulir, todo yo una arista violenta y cortante en busca de una víctima. A veces me canso de consolarme con un pasado que ya no está, de conjugarlo todo en un subjuntivo pretérito, perfecto, ilusorio; de pensar en un futuro que, en un futuro cuando.
A veces, solo a veces, me canso de decir bien cuando quiero decir mal. O regular o triste o enfadado o abrumado. Entonces me siento y escribo algo. Y a veces, solo a veces, parece que me calmo.
GQB
































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