
Si tenemos hijos nuestro día a día normalmente no es fácil. Llegamos tarde a todos sitios y nos pasamos la vida corrigiendo comportamientos como mejor podemos y sabemos. Al final, el corre corre del día a día y el afán por llegar a todo, hace que vivamos en automático, apagando fuegos y resolviendo conflictos que nos permitan sobrevivir al día.
El problema de este estilo de vida es precisamente ese, que vivimos en automático, sin considerar las consecuencias a largo plazo de nuestros propios actos en nuestros hijos. Como si nada tuviera efectos en el desarrollo de un ser humano que depende totalmente de nuestras enseñanzas y modelaje.
Nuestro hijo hace algo que sabe que no está bien y se lo reprochamos (en lugar de reforzar que puede contarnos todo -lo bueno y lo malo- y ayudarle a buscar alternativas para que tome una mejor decisión la próxima vez que se vea en la misma situación). Así que...la próxima vez preferirá mentirnos que recibir el reproche.
Nuestro hijo miente, y le decimos “qué decepción” “yo no te he enseñado a mentir” (que si bien es cierto que conscientemente no le hemos enseñado a mentir, inconscientemente, le hemos transmitido que mejor eso, que contarnos la verdad).
Comete un error, por pequeño que sea, y nos enfocamos en lo mal que lo ha hecho, y no en las soluciones (accidentalmente rompe un jarrón y reaccionamos con gritos y reproches). ¿Qué crees que aprenderá?. Pues probablemente que los errores son inaceptables y que la mejor manera de evitar problemas es ocultarlos.
Nuestro mensaje es claro: los problemas y sentimientos negativos no son bienvenidos.
Los niños, astutos y adaptables como son, aprenden rápidamente a callar y esconder sus emociones y errores para evitar el conflicto.
Ahora llega la adolescencia...y nosotros, que acallábamos a nuestros hijos con gritos o castigos, ahora nos sorprendemos de no poder mantener con ellos una comunicación abierta, que nos escondan situaciones o que cuando han cometido un error o están en una situación complicada no acudan a nosotros para resolverlos (más bien huyen de nosotros e intentan que no nos enteremos).
Nuestros hijos se han convertido en maestros del silencio y la evasión.
Nos preguntamos...¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que nuestra relación actual se caracteriza por la falta de comunicación y la desconfianza?
La respuesta está en el pasado.
Nuestro hijo, ahora un adolescente, enfrenta problemas más complejos que jarrones rotos. Situaciones académicas, sociales y emocionales que requieren guía y apoyo. Pero, ¿a quién acude ? No a nosotros, desde luego.
Durante años, ha aprendido que sus problemas y errores solo desencadenan gritos y reproches. Opta por el silencio, la evasión y, a veces, el consejo de sus igualmente inexpertos amigos.
Y no es que nuestro hijo sea un adolescente problemático; simplemente ha aprendido que no somos un refugio seguro para sus problemas.
Reconstruyendo Puentes: El Poder de la Educación Emocional
Pero no todo está perdido, de verdad.
Se trata de empezar por reconocer nuestros propios errores y trabajar activamente en cambiar nuestro enfoque.
Cuando se acerque con un problema, en lugar de reaccionar impulsivamente, respiremos hondo y escuchemos. La empatía es clave. Entender sus sentimientos y validar sus experiencias. Hagamos preguntas abiertas que inviten a la conversación en lugar de cerrarla.
Por ejemplo, si llega con una mala nota, en lugar de reprenderlo de inmediato, intentemos decir algo como... ¿Cómo te sientes ante esta nota? ¿Qué crees que podemos hacer para mejorar? Este tipo de respuesta no solo muestra apoyo, sino que también empodera a nuestro hijo para buscar soluciones.
El Arte de la Confianza: Un Trabajo Diario
Construir confianza es un proceso continuo. Requiere coherencia y paciencia. Debemos demostrar con acciones, no solo palabras, que somos un refugio seguro. Esto significa ser accesibles y abiertos, incluso cuando las situaciones son difíciles.
Si nos confiesa que está teniendo problemas con sus amigos y teme que lo excluyan, en lugar de minimizar sus sentimientos o reaccionar exageradamente, ofrezcamos consuelo y trabajamos juntos para encontrar soluciones.
El Espejo de Nuestras Acciones
En última instancia, la calidad de nuestra relación con nuestros hijos es un reflejo directo de nuestras acciones pasadas y presentes.
Si queremos que nuestros hijos nos cuenten sus problemas y confíen en nosotros, debemos ser un pilar de apoyo y comprensión desde el principio. Y aunque la crianza perfecta no existe, cada pequeño esfuerzo para mejorar nuestra gestión emocional y comunicación puede tener un impacto significativo en la vida de nuestros hijos.
La próxima vez que nos preguntemos por qué nuestro hijo no nos cuenta nada, miremos hacia adentro y preguntémonos: ¿Estoy siendo el padre/madre que necesita para sentirse seguro y comprendido? Porque, al final del día, la confianza se construye, no se impone.
Haridian Suárez
Trabajadora social y Educcadora
de Disciplina Positiva
(@criarconemocion































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