El mar

Javier Estévez

[Img #6052]La escritura hace magia. Es capaz de unir y dar pleno sentido a episodios sueltos de tu vida que en apariencia no tienen conexión alguna. Además, tengo la impresión de que en el proceso creativo, el tiempo nunca transcurre de manera lineal, constante y uniforme sino que el ayer, el hoy y el mañana están conectados en un ciclo incomprensible donde todo sucede de forma brusca e inesperada.

 

El primer recuerdo que tengo de unas Olimpiadas se remonta a una noche de agosto del siglo pasado. Es la ceremonia de inauguración. Son las Olimpiadas de Los Ángeles. En mi memoria aún veo a un hombre que, enfundado en un traje espacial, vuela sobre un público enfervorecido. De esas Olimpiadas también recuerdo las pruebas de natación. Y a un nadador alemán, alto, altísimo, de brazos largos, larguísimos. Era Michael Gross, el albatros. Antes de Google, para satisfacer tu curiosidad tenías que sumergirte en un océano de conocimiento: la enciclopedia. La búsqueda de información era un ritual en el que hojeabas y ojeabas en el exacto y riguroso orden alfabético, hasta que encontrabas la palabra buscada. Aparte de la definición, la enciclopedia añadía que, en la antigüedad, los marineros creían que las almas de quienes morían en alta mar vivían dentro de estas aves.

 

El mar, por entonces, ya me seducía por su inmensidad. Porque me hacía sentir pequeño e insignificante. Porque me parecía enigmático, como si estuviera fuera del alcance de mi incipiente curiosidad. El mar era un lugar que, a pesar de su cercanía, me resultaba inaccesible, lejano. Y misterioso.

 

Más de una década después, ya en la universidad, leía mucho (¿dónde está ese que fui?) y estudiaba lo suficiente. El azar me llevó a descubrir en la biblioteca de la facultad "El mar que nos rodea", de Rachel Carson. Su lectura fue toda una epifanía. Me reveló mucho, pero sobre todo aprendí que cuanto más sabe uno del mar, más se conoce a sí mismo.

 

Hace unas semanas, en otro libro inmenso, tanto en contenido como en título (“Un inmenso azul” del escritor sueco Patrik Svensson) me encontré con todo un capítulo dedicado, precisamente, a ella, a Rachel Carson. Me fascinó leer curiosidades de su vida (¡vio el mar por primera vez con veintidós años!). Pero me gustó, muy especialmente, la última carta que escribió días antes de morir. Al terminar de leerla, me pregunté si esa carta, tan íntima, tan vital, destinada a su mejor amiga con un profundo sentir e intención, podría ser escrita hoy en día, en este tiempo dominado por aplicaciones que estimulan lo breve e inmediato y donde importa más el yo que cualquier reflexión emotiva sobre el futuro, el presente o el pasado.

 

Javier Estévez

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