Mi sobrino sueco

Quico Espino

Mi sobrino sueco. Álbum familiarMi sobrino sueco. Álbum familiar

De todos es sabido que entrada la década de los sesenta del siglo pasado comenzó a llegar al sur de esta isla nuestra el turismo europeo, en especial el sueco, y que a partir de entonces los hombres de Telde, Ingenio, Agüimes, Santa Lucía y San Bartolomé de Tirajana, aparte de los de Las Palmas, ya no paraban tanto en los prostíbulos sino que se iban a ligar suecas al sur. Nunca mejor dicha la frase que más tarde cantaría Raffaela Carrá: para hacer bien el amor hay que venirse al sur.
 
-Voy a pulpiar a Maspalomas que estoy caliente como un macho. A gozar del fuki fuki con las suecas hasta que se me cambe la picha. Primero me jinco un siete macho(un Seven up) pa ponerme a tono y venga a dar fusta, que eso es lo que buscan ellas–eran frases que repetían los amigos de uno de mis hermanos mayores, que solían hacer lo mismo que él.
 
Yo tendría unos catorce años cuando ese hermano mío, que me llevaba seis, dejó embarazada a una sueca, ya treintona, la cual se enamoró perdidamente de él y le propuso, en un español macarrónico, marcharse para Estocolmo, su ciudad natal, donde, le dijo, podría conseguir residencia y trabajo, una vez demostrado que iba a ser padre de un súbdito sueco, y luego ponerse a vivir juntos. 
 
Mi hermano, que siempre había trabajado en los tomateros y como peón de albañil, le contestó, más que nada con gestos, que sí, que era una buena idea, y fue a despedirla al aeropuerto al acabar las vacaciones de ella, un mes que disfrutó de lo lindo con todos los gastos pagados. Aunque estaba ilusionado con el hecho de ser padre y de viajar, de salir de la isla, no tenía muy claro el asunto. Por eso cuando ella le sugirió correr con los gastos del billete de avión para verse lo antes posible, mi hermano le respondió que no, que él se encargaría de ello.
 
En mi casa estábamos todos emocionados con la historia de mi hermano. Mi única hermana, dos años mayor que él, era muy buena en la costura, aparte de saber algo de inglés, y le hizo a la criatura que iba a nacer un mono corto sin mangas, de cuadros blancos y negros, bastante holgado, que le serviría fuera niño o niña, y se lo mandó, junto a una carta en inglés con poco texto, a la que consideraba su cuñada sueca cuando ésta ya tenía cinco meses de embarazo.
 
El caso es que mi hermano se arrepintió, que mi hermana lo llamó chulo y sinvergüenza y no volvió a lavarle ni a plancharle la ropa, cosa que tuvo que hacer mi madre hasta que él se casó, y que la futura mamá sueca se convirtió en una madre soltera de la que nunca supimos nada más, salvo cuando, ante la insistencia de mi hermana, que se empeñó en conocer a su sobrino, mandó una foto de su hijo al cumplir nueve meses.
 
Una foto muy bonita que siempre ha estado en nuestro álbum familiar porque mi hermana la puso, sintiéndolo como un miembro más del clan, encantada de que, además, el bebé llevara puesto el mono a cuadros que ella había confeccionado.
 
Ragnar se llamaba el niño. O se llama, eso espero, porque hoy en día, si sigue vivo, debe tener cincuenta y siete años. Me produce cierta tristeza no saber nada de mi sobrino sueco, pero ojalá que haya sido y que siga siendo muy feliz por esos lares escandinavos.
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