Algunas pinturas de mi amigo Antonio Juan, como las dos que expongo en este relato, me retrotraen en el tiempo y despiertan en mi memoria recuerdos que tenía arrinconados en una esquinita de mi mente, algo que, creo haberlo dicho antes, me pasa también con los otros sentidos, en especial con el olfato y el oído.
La primera estampa, esa señora cruzando como puede el barranco de Gáldar, me recuerda a mi madrina atravesando el de Ingenio, remangándose el traje para no mojárselo, con los brazos en jarra y la bañadera inamovible en la cabeza, sobre un ruedo de tela. Una imagen que vi muchas veces, de niño y de adolescente, y que volví a evocar al mirar la pintura de mi amigo.
También recordé que, junto a mi madrina, había más mujeres lavando la ropa en el barranco, cuando éste corría, igual que lo hacía la voz que iba volando de casa en casa, como la pólvora, con el mismo mensaje (el barranco está corriendo), y las madres o las hermanas mayores salían de sus casas con las bañaderas llenas de ropa e hincaban sus rodillas sobre una toalla vieja a la vera del cauce que bajaba. Así postradas se pegaban horas restregando pantalones, trajes, camisas…
Solían cantar mientras lavaban la ropa. Coplas, boleros, tangos o pasodobles que a mí no me resultaban extraños porque mi madre cantaba coplas mientras trajinaba en la cocina; mi padre se echaba sus tangos cuando traía un par de copas de más; mi hermano mayor entonaba el pasodoble “María Dolores” como nadie, y mi hermana era una cantadora nata de boleros.
Teníamos además una radio, que parecía un armatoste, y tanto en Radio Las Palmas como en Radio Atlántico solían poner ese tipo de música. También escuchábamos la Cadena Ser para oír radionovelas, como “El coche número trece” o “El enigmático míster Jones” y, sobre todo, el serial “Matilde, Perico y Periquín”, que escuchábamos en familia todos los domingos por la mañana.
Entre la radio y mi familia, yo, en mi niñez, estaba al día en cuanto a esos géneros musicales. Por eso me extrañó que, teniendo diez u once años, una mañana de verano, una vez más escondido tras el tronco de una higuera vieja, para que no me vieran, oí a mi madrina y a las otras mujeres cantando algo que no tenía nada que ver con las músicas arriba expuestas, aunque me gustó: “Hay que ver las faldas que hace un siglo usaba la mujer. Creo yo que de una de esas faldas salen lo menos dos”. “Siempre me dices lo mismo, tus consejos no quiero escuchar porque sabes decir muchas cosas, cariñosas, engañosas, pero nunca te quieres casar”.
Por la tarde, cuando fui a echarle la comida a las cochinas, pasé por la casa de mi madrina y le pregunté que qué diablos estaban cantando por la mañana, mientras lavaban la ropa, y ella me dijo que era zarzuela, una especie de teatro cantado que no le gustaba mucho pero que a sus compañeras de faena sí les agradaba y tanto interpretaban los papeles femeninos como los masculinos.
Era muy buena conmigo mi madrina y yo la quería mucho, aunque le hice alguna que otra travesura. Una vez, a las puertas de la adolescencia, me agencié una mierda de perro de plástico, que parecían estar de moda entonces, y se la puse en el patio de su casa.
-¡Maldito perro, mal rayo lo parta! –gritó al verla, y cogió la manguera para limpiarla a fuerza de chorros. Grande fue su sorpresa cuando la vio volando, empujada por el agua. Y a mí me llamó bandido y malandrín al descubrir la trastada que le había jugado.
La segunda pintura de mi amigo
… me devolvió la imagen de algunos hombres de mi familia que trabajaban en la labranza. Verlos arando bajo un sol de justicia y luego bebiendo agua de un porrón, a la sombra de una higuera, era más habitual que el hecho de que las mujeres fueran a lavar la ropa al barranco, a donde ellos también solían ir a llenar el porrón de agua fresca. Y limpia porque el lecho del barranco era de piedras vivas y cantos lisos de basalto plomizo.
También cantaban los hombres cuando araban la tierra: “Si Adelita se fuera con otro”, “Es difícil dejar de quererte” y “María bonita, María del alma” (esta última dedicada a la tierra, para que fuera productiva) sonaban por los llanos y subían por los valles y laderas para acompañar los saltos de agua clara y limpia, agua de lluvia con la que llenaban sus porrones y con la que las mujeres lavaban la ropa cuando el barranco estaba corriendo.
Texto: Quico Espino
Ilustraciones: Antonio Juan Valencia Moreno.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.121