Foto: Juan FERRERA GILActualmente estoy inmerso en la lectura de tres libros ¡a la vez! Nunca imaginé tamaña osadía; sin embargo, viene a resultar que para cada momento del día, según las circunstancias, hay una escritura y, por supuesto, una lectura que no solo apasiona, sino que asiste para contemplar y deducir que las palabras son un milagro capaz de evocar sensaciones, emociones y pareceres que creíamos, hasta entonces, únicos. Pero no es así: las opiniones y las sensaciones no tienen fronteras y se expresan en todos los idiomas: cualquier lengua sirve para ejecutar; y todo equivale a decir que el mantenimiento de toda palabra o expresión es una virtud que los escritores cultivan con preciso esmero y paciencia demostrada. Por eso Sara Mesa, Gay Talese y Manuel Vicent brillan a gran altura al colocar los asuntos y las gentes en su sitio: sin pedestales falsos, temporales, que distribuyan a sus variados personajes en la casilla de salida y no en la del olvido.
*Sara Mesa, (La familia, Anagrama, Barcelona, 2022) nos deja medio descolocados en espera de un final que siempre rompe y supera nuestras expectativas y deseos. Es una escritora que elige con criterio y aparente normalidad no solo a unos personajes particulares, sino que sus comportamientos y pareceres provocan en el lector temor y miseria. Y eso es digno de destacar.
Y todo viene a cuento porque me acabo de reencontrar con un libro casi nuevo del que no recuerdo nada. Nunca he gozado de buena memoria, así que no me extraña que eso suceda. Lo cual viene a demostrar que podemos leer durante un tiempo y, como una lectura sigue a la otra, es posible que alguna de ellas se traspapele en la oscuridad incierta de la memoria. No es la primera vez que me pasa, todo hay que decirlo. Sin embargo, en esta segunda ocasión sobrevenida por el Club de Lectura, descubro, para bien, que la historia resulta más que interesante y se resuelve con solvencia y dignidad de las que hace gala Sara Mesa.
Desconocemos si el título es una simple ironía o pretende ir más allá. La familia de la que habla resulta imperfecta, soberbia, mentirosa y con un concepto vital que agranda la imaginación de una escritora solvente. De eso se trata: de imaginar hasta decir basta. Y tengo para mí que Sara Mesa da la sensación de prescindir del consabido lector, al que zarandea de un lado a otro en cada capítulo. Por eso su final me ha sorprendido sobremanera: no lo esperaba y desconocemos lo que indicarnos quiere. Todavía le sigo dando vueltas a esta segunda lectura, y eso es, precisamente, lo que ha logrado provocar en este empedernido lector. Bueno, eso creo. En cualquier caso, ahí está el resultado: solo espero lo que dirán mis compañeros del Club: siempre tan originales, siempre tan visionarios: gracias a ellos logro entender mejor lo que leo. Es una suerte el haberlos conocido. Y un seguro en la lectura-aprendizaje. Aunque, pensando un poco, lo que ha escrito Sara Mesa con toda su intención es que el lector participe de alguna forma en la novela entera; por eso su fragmentación es tan original y hasta cierto punto sorprendente.
**Gay Talese, (Bartleby y yo, Retratos de Nueva York, Alfaguara, Barcelona, 2024), norteamericano, no solo es un maestro del periodismo, dicen los entendidos, sino que cuando trata sobre su vida laboral aparece, casi sin querer, su forma de ser y su mirada se proyecta mucho más allá de lo que suele expresar: la vida misma, que dedica a unos perfectos desconocidos que sostienen verdaderamente a Nueva York. En la segunda parte, gente conocida, donde revive y cuenta la verdadera trastienda de sus pre-entrevistas: toda la parafernalia que suscita el personaje famoso y popular, Frank Sinatra: una aventura como otra cualquiera, cuando los medios de comunicación se verificaban solo en papel. Y está bien eso de contar los entresijos previos a la cuidada elaboración de cada artículo: de eso trata el libro. Esta segunda parte resulta vertiginosa, ágil y habla del resfriado del cantante-actor que, por aquellos años, vivía en una nube de constante adulación, donde la rutina solo era una palabra que nunca se declinaba. La última parte, la triste historia de un divorcio.
***Por último, Manuel Vicent (Una historia particular, Alfaguara, Barcelona, 2024) nos lleva de paseo por una España que, afortunadamente, ha desaparecido (pero fue muy real) y donde su mirada, en ocasiones, infantil y, después, ya de mayor, permanece despierta y sana: por eso escribe lo que escribe: un tiempo que se ha ido diluyendo. Y en él proyecta su sabiduría, sus pareceres de entonces y de ahora, y nos deja una extensa muestra de lo que fuimos en un tiempo y en un espacio que se ha desvanecido milagrosamente. En él hay de todo: vida y muerte, donde el dolor se muestra común a todos. Porque Manuel Vicent, cuando escribe, tiene la enorme capacidad de hacernos sentir que la vida, a pesar de todo, vale la pena. Y que el escritor valenciano, con la luz mediterránea que lo define y acompaña desde siempre, luz protectora y misteriosa, sabe colocar los acontecimientos en su sitio: su texto no suena a nostalgia, sino a verdad absoluta. Y que a sus más de ochenta años viva y escriba con esa lucidez que le proporciona la costa valenciana, es una inmensa suerte para los empedernidos lectores que todavía tenemos la oportunidad de disfrutar de sus creaciones, que nos acompañan desde los años ochenta del siglo pasado. Y donde se ve la genialidad del escritor es en los últimos cuatro capítulos: una mirada que contempla la vida. ¡Y nunca se queda atrás! Todo vale la pena por esas cuatro últimas sentencias. No se las pierdan, por favor.
Así que de las tres lecturas que combino aparentemente sin criterio, continúo llenándome de imaginación, donde esta se convierte en una especie de victoria difícil de explicar. Sí, es verdad. Las tres lecturas son muy distintas y precisamente por esa cualidad o característica sigo empeñada en ella. Cada uno de los libros me lleva de paseo a su manera y a su lugar preciso, tan distinto de los otros, que tengo la sensación de avanzar por caminos abiertos y seguros, donde el relato imaginado del escritor sobresale por encima de sus deseos y motivaciones. Al final, como siempre sucede, cada lector ve lo que ve. Y esa particularidad convertida en diferencia sirve no solo para enriquecer el texto, sino que la mirada apasionada del lector se mete de lleno entre las líneas buscando un misterio imposible: el de la propia lectura.
Y así el tiempo se esfuma poco a poco y paso a paso al ritmo lento y tranquilo de las páginas que se mueven y profundizan en los distintos asuntos, que no solo han venido para quedarse, sino también para hacernos sentir que la mirada es única y diversa; y eso es mucho decir. En fin, a ver si llego a buen puerto: ese es mi deseo.
Salud!!!
Juan FERRERA GIL
































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