Un respetito, por favor
Soy una firme defensora del dicho tan popular y sabio que afirma aquello de que 'el respetito es muy bonito'. Y me explico.
Hace unas semanas asistí a un concierto de música clásica. El público estaba expectante, sumido en las diversas composiciones musicales que los músicos interpretaban con gran maestría cuando de pronto, en plena interpretación de la Suite número 1 "In the Hall of the Mountain King" de Peer Gynt de Grieg, suena el timbre de llamada de un móvil.
La gente busca con la mirada al propietario del móvil origen del sonido quien, aludido, se siente atorado mientras escarba en el bolsillo de su pantalón en busca del ruidoso aparato. El hombre se levanta y sale al pasillo cercano a la puerta a responder. Pero, ni corto ni perezoso no bajó la voz con lo que las personas del público que estábamos cerca de la puerta, nos íbamos enterando de su diálogo con un interlocutor lejano molestando la situación hasta tal punto que un señor del público se levantó y se le acercó para pedirle silencio o bien que se alejara de la puerta.
Pues bien, no habían pasado diez minutos cuando, en plena interpretación de la Sinfonía nº 4, Op.18, de Johann Christian Bach, suena nuevamente otro dichoso móvil. Esta vez con una música estridente con acordes en clave pop que inundó la sala de forma tan incómoda e irrespetuosa, que la banda que estaba actuando tuvo que frenar momentáneamente el concierto mientras un murmullo de reprobación llenaba la sala y una mujer abandonaba el patio de butacas con el móvil emitiendo una musiquilla chirriante entre sus manos. ¿No sabía dar al botón de pausa o de colgar mientras abandonaba el patio de butacas?
En otra ocasión, me encontraba disfrutando de la maestría del gran José Sacristán en una magnífica interpretación de la novela "Señora de rojo sobre fondo gris" del escritor de Valladolid, Miguel Delibes, en el teatro Cuyás, en Las Palmas de Gran Canaria, cuando el actor se vio obligado a interrumpir brevemente su interpretación debido a las numerosas toses que de forma insistente se iban emitiendo desde el público de la sala casi desde el mismo momento que se levantó el telón de inicio de la obra.
Son solo algunos ejemplos de cómo el poco civismo nos envilece, de cómo nuestra falta de respeto habla de nosotros. Y no para bien.
Otro ejemplo más: las múltiples ocasiones en que durante una sesión de lectura de relatos o poemas de un encuentro literario, hay que luchar contra los irrespetuosos diálogos de diversas personas del público, a veces compañeras de las y los mismos que están recitando, que se empeñan en charlar sobre una u otra cosa sin atender a la persona que lee.
Curiosamente, suelen ser las mismas personas que después demandan ser escuchadas con atención por los demás cuando les toca el turno de leer. A ver, señores, ¡un respetito, por favor!
Traigo a colación este conjunto de anécdotas, de las que estoy segura usted mismo habrá sido testigo en más de una ocasión, porque creo que es necesario reflexionar sobre el respeto que les debemos a los demás.
Parece obvio, pero no por eso lo voy a dejar de escribir, pero llevar a buen término una obra artística requiere de un poco de respeto y consideración, no sólo hacia al público que se ha trasladado hasta el lugar en concreto para disfrutar de una obra de teatro o a un espectáculo musical, a veces, abonando una entrada para ello, sino lo que es mucho más importante, hacia sus creadores o/y ejecutores.
Detrás de una actuación musical, de una representación teatral, de una obra narrativa o un poema que se lee y comparte ante un público, se esconden muchas semanas, meses e incluso años no solo de trabajo y de ensayos, sino con frecuencia de ejercicio de superación, de re-escritura, de elaboración y re-elaboración, y lo que es más importante: del esfuerzo personal para superar los fantasmas del miedo escénico y de la sensación de ridículo, un esfuerzo que puede quedar empañado en un solo segundo por la falta de consideración de las personas que asisten como público y parece que no saben o no quieren saber, silenciar sus móviles o sus bocas.
Señoras y señores, todos los móviles cuentan con un sistema para silenciarlos sin necesidad de apagarlos del todo. Se trata, básicamente, de procurar no ser egoístas y pensar un poco en la persona que está interpretando un papel sobre el escenario, tocando un instrumento o leyendo un texto.
Aunque lo ideal es que apaguen directamente sus móviles, ya que se supone que cuando una o uno va a ver un espectáculo es para disfrutar de él y no para estar pendiente del fastidioso artilugio y tener luego que buscar con cara de circunstancias dentro del bolso o del bolsillo del pantalón al ruidoso aparato de turno.
Y si uno tiene que estar pendiente porque es necesario, no sé, por una cuestión médica por ejemplo, pues oye, modo silencio o en vibración y ya está. Que no es tan complicado.
No es tan difícil guardar silencio durante un rato y mucho menos, prestar atención al artista y a su actuación. Se requiere, eso sí, un poco de educación y de civismo. Eso que parece tan denostado en estos tiempos de ruidos por doquier, del yoísmo nivel dios y del todo vale.
Así que, señoras y señores, cuando vayan al teatro o a escuchar poesía o a una actuación musical (de ver sentados se entiende porque cuando se trata de un concierto para bailar y cantar estamos hablando de otro contexto y el sonido del móvil no molesta tanto), un respetito, por favor. Que ya tenemos una edad.
Josefa Molina
































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