El último verano. Juan FERRERA GIL
“En esa esquina que ahora luce abandonada y medio achacosa, tuve mi primera tienda de aceite y vinagre en un período violento, pobre y marrullero, que las armas convirtieron en auténtica cacería: las delaciones, mayormente interesadas y falsas, estaban a la orden del día y, desde que el país se aventuraba en una desgracia cuarteril y militar, mi tienda no solo fue un remanso de paz, sino la conciencia cierta de que la democracia estaba en peligro, cosa impensable apenas unos meses antes. En el verano del ´36, el último verano, desaparecieron misteriosamente, y en la madrugada, tres de mis mejores amigos: Lalo, Pepe y Antonio, que, dicho así, sin apellidos que comprometan a sus familiares, no solo eran buenas y tranquilas personas, sino que creímos que el odio había regresado a la vieja calle. De repente, los rencores y resentimientos, y las envidias ocultas, se desataron como si se abriera la Caja de Pandora: salieron debajo de las piedras los facciosos, los intolerantes, los mediocres y los buscadores de fortuna en ríos revueltos. Eran tantos y con tanto poder y desparpajo que llegaron a sobrevivir más de cuarenta años. Sin embargo, siempre vivieron en la agonía permanente: pensaban que los muertos regresarían para ajustarles las cuentas pendientes de los olvidados pozos que, en aquel tiempo, ubicados en lugares alejados y escondidos entre las plataneras, ahora quedaban al descubierto: el pasado siempre regresa para colocar las cosas en su sitio. Y las verdades.”
Juan FERRERA GIL































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