Foto: Juan FERRERA GILCuando los perros dejaron de levantar la pata posterior derecha para mear, en nuestro país se empezaba a circular por la izquierda, no solo porque había menos accidentes, eso decían las eminentes autoridades de tráfico, sino porque también se había producido un auténtico alarde de “inglesismo” difícil de entender: el “spanglish”. Además, había pasado a manos de España, inexplicablemente, Gibraltar.
Mientras, la señora que caminaba todas las tardes, acompañada de su menopausia, se marcó como objetivo invitar a aquel paseante, ese señor que todavía está de buen ver, con el que se cruza a menudo, a un cortado. Al principio solo saludaba dando las buenas horas; luego puso en práctica los “¿qué tal?” para ver si el hombre se paraba en su interminable y recurrente caminata; el penúltimo intento la llevó a plantear un tema universal: el tiempo. Como siempre pasaba delante de su elegante y sólida vivienda, como la tercera casa del cuento de Los 3 cerditos, empezó a mirar por el balcón desesperadamente para ver si el misterioso personaje asomaba por el cercano cruce. Y un día surgió la chispa y lo invitó a subir para que se recompusiera y poder afrontar, así, la senda que restaba. Él, después de dudarlo un instante, accedió, afrontó los quince escalones de aquella empinada escalera y se encontró con una casa tranquila, diáfana, con una gran biblioteca de altos ventanales que daba a la calle y al silencio, por otro lado, lo que él realmente prefería, y con una cocina coqueta, alegre y dispuesta, como su dueña, a ofrecer el mejor café, el mejor cortado y quién sabe si algo más. Entré, la verdad, con cierto temor: me asustan sobremanera las mujeres decididas y los espacios nuevos no llego a interpretarlos del todo. Ese encuentro, el primero de unos cuantos, fue breve y ligero en el que apenas hubo insinuaciones: que si caminas mucho, que cuánto, que a qué hora, que cuidado con el sol…
Para cuando se inició la III Guerra Mundial, Arucas ya llevaba algún tiempo sin Mercado de Abastos: no hubo duda: cuando en 2024 se cerró el Mercado Nuevo, se inauguró, al mismo tiempo, la Europa prebélica que, poco a poco y paso a paso, militar, por supuesto, iniciaba una nueva y sorprendente andadura de la que se desconocía totalmente cuál sería su desenlace. Los jóvenes, que habían estudiado únicamente con tabletas, y no de chocolate, precisamente, fueron los primeros movilizados y apenas ofrecieron resistencia: una cosa era saltarse una norma de tráfico, por ejemplo, y otra, muy distinta, el negarse a defender a la Patria, de la que tanto hablaban los militares. Palabras mayores, claro. Que aquellos jóvenes carecían de carácter, ya se sabía: las redes sociales no engañan, seducen. Por eso los uniformados supieron encontrar el camino llano y preciso donde la nación y el ejército simbolizaban una misma cosa. O eso decían. Y repetían una y mil veces.
Sin embargo, el sempiterno viajero continuaba con su ritmo y se resistía a interpretar las señales: pudoroso, tranquilo, sin aspavientos y, sobre todo, sin ganas de ser infiel, aunque viudo fuera. La mujer, en cambio, cada día más dicharachera, no cejaba en su empeño: qué difícil se me hace conquistar a este paseante serio, fino y educado, que no solo respeta las normas, como él dice, sino también los compromisos adquiridos con las personas más queridas, a pesar de que hayan cruzado la frontera.
Cuando la flojera apareció en forma de chándal, muy por debajo de la rodilla, no pudo aguantar más y sucumbió a la tentación de aquella mujer misteriosa y tremendamente insistente. Al verificarse la deslealtad traspasada por el tiempo, en forma de pasión desmedida y oportunidad encontrada, totalmente otoñadas, aquella estrecha escalera se convirtió en una costumbre que conducía a la efectividad plena en una etapa vital que lamentaba el hombre haber reaccionado demasiado tarde. Dios mío, lo que casi me pierdo. Al final, la mujer, extraña y enigmática, resultó una más en el mundo y nada tenía de extraordinaria ni de especial: aquel vaivén de subidas y bajadas continuas no desembocaron en puerto seguro, a pesar de que ella mostrara sus mejores interpretaciones y melodías: cada uno siguió con su vida: ya no estaba el horno para bollos ni para compromisos a destiempo y casi invernales.
Los perros, eso sí, ya no levantaban la pata trasera derecha para mear. Y Arucas continuaba su trayectoria vital sin Mercado de Abastos, como se decía entonces. Y la gente enarbolaba la bandera de Gibraltar español.
Juan FERRERA GIL































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