Portal a otro mundo

Quico Espino

Foto: Ignacio A. Roque LugoFoto: Ignacio A. Roque Lugo

 

Te zambulles frente al portal: el Paso del sargo; nadas bajo la superficie de las aguas de color esmeralda, como si tuvieras agallas en lugar de pulmones, y atraviesas el umbral rocoso, estrecho, negruzco, por cuyo frontis trepan los cangrejos para solearse, y sales al mar abierto:

 

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Continúas braceando bajo el agua verde y cristalina, contemplando los fondos marinos, nítidos, con una sonrisa que no se te borra ni con la fuerza de la corriente que te arrastra, ni cuando te encuentras con otros seres de distintos tamaños, que nadan en su medio, convencido de que ninguno te mira como si fueras un delicioso canapé, y cuando sales a flote te ves rodeado de un mar que parece una joya preciosa, una especie de jade claro y puro, con el Farallón en frente, y Tamadaba y la Cola de dragón, y, más tarde, en el ocaso, ves como el mar se platea y aparece el Teide inmenso, detrás del cual el sol termina por dormirse:

 

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Maravilla de las maravillas, fascinado ante ese portal que te conduce a un mundo distinto, un mundo que forma parte de la naturaleza misma, del grandioso universo en el que gira nuestro planeta, ves que los últimos rayos del sol lo atraviesan y lo salpican de luces parpadeantes

 

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…que te invitan a viajar de nuevo con la imaginación hacia lugares esotéricos y deslumbrantes. 

 

No es el Paso del sargo, sin embargo, sólo un espacio para fantasear y dejar que nuestra mente parta hacia rumbos insospechados, sino que también, en verano, ya hace tiempo, se convertía en un sitio de encuentro, una especie de patio de roca volcánica a la orilla del mar, con ventana y todo:

 

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… que acogía entre sus riscos y sus aguas a una buena camada de amigas y amigos que solíamos ir a disfrutar del sol, de los baños en mar abierto y de nosotros mismos, pues estábamos bien avenidos y nos reíamos mucho juntos, sobre todo cuando jugábamos a la Ronda. Nos divertíamos de lo lindo. Éramos un rancho y a la mayoría nos gustaba jugar a la baraja. Por eso, a la Ronda, dos parejas siempre encaradas, quienes perdían tenían que salir para que entrara otra pareja.

 

Era un verdadero paraíso aquel enclave. A veces nos poníamos de acuerdo para almorzar tortillas de papas, croquetas, frutas y golosinas, y echar allí la tarde hasta ver el ocaso. Nos gozábamos unas preciosas puestas de sol, con el Teide incluido, y había quien, en esos momentos, se lanzaba desde los distintos trampolines naturales, despertando aclamaciones de admiración si los saltos eran perfectos. 

 

Recuerdo que una tarde, cuando el sol empezaba a declinar y su haz de luz se adentraba por el túnel, nos echamos a nadar unos cuantos amigos, siguiendo ese rayo solar,

 

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… y cruzamos de un lado a otro; justo entonces noté que algo me había caído en la espalda: era un cangrejo que me mordía a cada brazada. ¡La madre que lo parió! Yo había comido cangrejos muchas veces, sobre todo con arroz, pero esa tarde aquel crustáceo se vengó por todos ellos.

 

Mirando hacia atrás con cariño, rememorando los ratos tan estupendos que pasamos allí, reconozco que echo de menos el lugar. De vez en cuando van algunos de mis amigos más jóvenes, y yo, que con la edad me he hecho más sensato, les digo que tengan cuidado porque los acantilados parecen de cochafisco y se desprenden las piedras tan sólo con que una paloma se pose sobre ellas.  

 

En un altar tengo yo al Paso del sargo,

 

[Img #19307]

 

… un espacio prodigioso que llevaré siempre en la retina, mientras, no muy lejos, suenan las risas desenfadadas de mis amigas y amigos.

 

Texto: Quico Espino

Título del relato e imágenes: Ignacio A. Roque Lugo

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