
Según Albert Bandura, uno de los principales teóricos del aprendizaje social, los niños aprenden comportamientos, valores y actitudes observando a los demás.
Ven y luego imitan lo que hacen los adultos, especialmente aquellos a quienes consideran modelos a seguir.
Desde una edad muy temprana, los niños imitan las acciones de los adultos. Esta imitación no solo se refiere a acciones físicas, sino también a reacciones emocionales y formas de comunicación.
Un niño que ve a sus padres lavarse las manos antes de comer es más probable que adopte este hábito, incluso si los padres no se lo dicen explícitamente; si un niño observa a sus padres resolviendo conflictos de manera calmada y respetuosa, aprenderá a manejar sus propios desacuerdos de forma similar; y si los padres leen regularmente es más probable que el niño se interese por la lectura. Esto es así.
Si encima éstos hábitos los acompañamos con palabras desde la coherencia, ayudaremos a fortalecer el aprendizaje del niño y a generar confianza.
Los niños confían más en los adultos cuyas acciones reflejan sus palabras, porque les da una sensación de seguridad y previsibilidad.
Si los niños ven que sus padres dicen una cosa pero hacen otra, su cerebro se siente confundido, desconfiado y comienzan los problemas de comunicación y vínculo entre padres e hijos.
Por eso es tan importante ser consciente de las propias acciones y cómo pueden ser percibidas por los niños. Preguntarse si el comportamiento de uno mismo está alineado con los valores y normas que se quieren enseñar.
Y esto que parece tan lógico, muchas veces, precisamente por actuar con el piloto automático y no desde la consciencia, no lo llevamos a cabo.
En la consulta del pediatra le decimos al niño que debe ser paciente y esperar el turno tranquilamente, pero hace un rato, en el supermercado, cuando llevábamos prisa, nos ha visto resoplar y quejarnos en voz alta sobre la lentitud de la fila.
Cuando estamos en casa le pedimos que deje la tablet o el móvil para almorzar, pero tú revisas constantemente tu teléfono y respondes mensajes mientras comen.
"Debes hablar con respeto a los demás"… pero delante de él (sin darte cuenta claro) criticas las pintas de la vecina o lo mal que ha envejecido fulano.
“Cómete la verdura y la fruta, hay que tener una alimentación saludable”, mientras tú almuerzas con una cocacola y hace 1 semana que no te ve comerte ni un plátano.
“No se dicen esas cosas” cuando tu hijo usa malas palabras, pero tú perdiste los papeles hace un rato cuando te diste un golpe en el dedo y te salieron maldiciones por la boca.
Y así infinidad de incongruencias del día a día, que hacen que nuestro mensaje y nuestra comunicación pierda efectividad y que haga muy difícil que las normas que implantamos en casa surtan el efecto deseado.
Los valores como la honestidad, el respeto, la responsabilidad y la empatía se aprenden mejor cuando los padres los demuestran consistentemente en su comportamiento diario.
Los hábitos saludables como el ejercicio regular, una alimentación equilibrada y el cuidado del medio ambiente se consolidan mejor cuando los niños ven a sus padres practicarlos.
Por eso, preocúpate por ser un buen modelo a seguir. Asegúrate de que tu comportamiento está alineado con los valores y normas que quieres inclulcar y de que tus acciones coincidan con tus palabras.
Harídian Suárez
Trabajadora social y
Educadora de Disciplina Positiva
(@criarconemocion)































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